martes, 21 de diciembre de 2010

Conservadurismo católico y aborto (Publicado por El Mostrador)

Yo debo ser una representante de lo que Carlos Peña llama el ‘conservadurismo católico’ y debo formar parte también de los ‘católicos cultos’… si lo que define a ese grupo es haber leído a Santo Tomás.


Aunque para ser franca, no estoy muy segura de que haber leído alguna parte de la Suma Teológica sea garantía de cultura; como tampoco llamaría inculto al que cita a su autor sin haberlo entendido. A fin de cuentas, una columna de opinión no puede nunca ser algo demasiado serio.

La cosa es que como destinataria de su columna de este domingo, y en mi calidad de miembro ilustre de los dos grupos a los que Peña alude en ella- el del ‘conservadurismo católico’ y el de los ‘católicos cultos’- debo decir un par de cosas.

Para empezar, que ser un conservador católico (o un católico culto), no es lo mismo que seguir a Tomás de Aquino al pie de la letra. Yo podría no coincidir, por ejemplo, con lo que dice el Santo respecto de la pena de muerte, y eso no me transformaría en una hereje.

Quiero decir algo, también, acerca del primer caso de aborto que considera el proyecto de ley de Fulvio y la Evelyn, aquel que realmente genera polémica dentro del conservadurismo y que se refiere al aborto de un feto inviable.

Digo esto porque el otro caso contemplado en el proyecto no es un caso de aborto. Carlos Peña lo sabe y sabe también que el conservadurismo católico no lo discute. Por qué dedica en su columna tanto espacio al asunto es algo que no entiendo, supongo que se trata de una estrategia comunicacional.

La cosa es que el proyecto habla de la posibilidad de eliminar a un niño cuyas posibilidades de sobrevivir al parto o al mismo embarazo son nulas. Lo digo así porque la expresión ‘interrupción del embarazo de un feto inviable’ suena un poco abstracta.

Carlos Peña dice que, en este caso, las opciones que tiene el Estado son dos: ‘obligar a perseverar’ o ‘permitir interrumpir’ (el embarazo, se entiende). Me temo que Peña, en su afán pedagógico, simplifica un poco las cosas, porque cuando se promulga una ley que permite el aborto, lo que en realidad se hace no es sólo ‘permitir’ el aborto, sino ‘auspiciarlo’. Por el contrario, ‘prohibirlo’ tampoco es propiamente ‘obligar’ a alguien a perseverar en el embarazo, sino simplemente no darle al aborto la categoría de un derecho.

Así, la disyuntiva que plantea el Abogado entre un Estado que suplanta la libertad de conciencia, es decir, que viene y le dice a uno lo que tiene que hacer, en contraposición a un Estado que respeta la decisión de cada cual, no es tal. Si se tratara de eso, yo sería la primera en incluirme dentro de la fila de los liberales.

La verdadera disyuntiva que se presenta es si el Estado que garantiza toda clase de derechos individuales, puede ser el mismo que le otorga a uno un derecho por sobre la vida de otro.

El debate no se resuelve, por lo tanto, a partir del antagonismo entre los que están a favor de la libertad y de los que están en su contra: los libertarios versus los autoritarios, sino a partir de la forma en que cada grupo entiende que se articula la libertad con los otros bienes que también debieran ser protegidos en una democracia. Pensar que el conservadurismo católico no le concede valor a la libertad es tan absurdo como pensar que los liberales promueven el libertinaje.

Por eso mismo, los que creen que el tema del aborto es un tema puntual que distingue a la vieja derecha de la nueva se equivocan radicalmente, porque para llegar a considerar eso como un derecho hay que haber tomado una ruta distinta varios kilómetros atrás. Reducir el tema a un problema de moral sexual es en el fondo no entender el problema, llevarlo al plano de la ideología y perder con eso cualquier posibilidad de entendimiento.   

Es un hecho que el aborto existe; es un hecho también que la mujer que toma ese camino suele estar en una situación desesperada. El punto es si una sociedad que se llama tolerante, no discriminadora, garante de la vida y de los derechos humanos, puede al mismo tiempo consagrar como un derecho la posibilidad de aniquilar una vida, sólo porque ella está enferma o desahuciada.

Se lo decía yo hace poco a un amigo: cuando una sociedad se piensa desde la libertad ¡y solo desde la libertad! entonces lo que tenemos no es una sociedad libertaria, sino una sociedad en la que el más fuerte se impone sobre el más débil. ¿Que así es y así ha sido siempre? Puede ser, pero otra cosa es querer institucionalizarlo...

martes, 14 de diciembre de 2010

Identidad partidaria ¡Chicas de plástico! (Publicado por El Mostrador)


Cualquiera que pasó los treinta y está por llegar a los cuarenta puede solidarizar con el que experimenta una crisis de identidad, incluso si se trata de partidos o conglomerados políticos. Pero las consideraciones que se han hecho a propósito de la crisis por la que pasan todos nuestros políticos la transforman en algo divertido, o pintoresco, por decir lo menos.

Primero, porque se dice que la culpa de todo la tendría el cambio de gobierno: este movimiento de tierra los habría dejado a todos desconcertados. A mí esa explicación no me convence,  porque cuando uno se queda sin pega o consigue una nueva no se pregunta ‘quién soy’ sino ‘qué hago’… salvo que llegar al poder o mantenerlo fuera la respuesta a la primera pregunta, en cuyo caso los políticos podrían clasificarse dentro de dos grandes géneros, el de los ambiciosos y el de los apernados.

Otra de las curiosidades de esta crisis de identidad es que esos mismos que andan medio desorientados estén hablando de de ‘convocar a una nueva mayoría’. Yo puedo entender que uno quiera juntar gente en torno a una causa, pero querer ser más no se sabe muy bien de qué, es como ridículo ¿O no?

Por otra parte, la crisis tampoco se ve fácil de superar… para empezar, porque lo que hasta ahora cada grupo ha logrado saber de sí mismo es re poco.

La nueva derecha no quiere ser conservadora. Los demo, no quieren ser ni de derecha ni de izquierda. Y la izquierda- que tiene las cosas más claras- no puede hablar demasiado porque no tiene quórum para lanzarse con lo que realmente le importa.

En suma, la crisis parece estar en una fase adolescente, marcada por la distancia respecto de los padres y por la asimilación con el grupo de los igualmente desorientados.

Para peor, todos quieren dejar fuera lo único que puede hacer diferencias sustantivas, quizá porque eso sea incompatible con la convocatoria de mayorías, al menos en el corto plazo. No estoy hablando de fijar posturas: a favor o en contra del voto voluntario, de la píldora, de las termoeléctricas, o de lo que sea. Esa manera de aproximarse a las cosas es parte del problema y no de la solución. Pienso en definiciones que tengan que ver con un proyecto más de fondo, con  la consideración de problemas filosóficos y morales. No es tan difícil, lo que pasa es que podría perecer poco serio, en medio de la seriedad y la profundidad que ha alcanzado el debate político, hablar de qué es el hombre, en qué consiste su felicidad, en fin, todas esas cosas que quedan fuera de una discusión seria.     

La nueva derecha ha mostrado una pobreza de ideas más o menos importante en este sentido. Sus campañas comunicacionales son particularmente decidoras en este sentido… un mendigo en la Enade para hacer tomar conciencia de la pobreza, cuando la pobreza que merece la atención de los empresarios no es precisamente la de la indigencia. Una campaña a favor de la fidelidad para combatir el sida, que parte del supuesto de que morirse es algo divertido…genial desconocimiento de la naturaleza humana. En fin, temas importantes tratados con una frivolidad que da como vergüenza ajena.

Para qué decir la DC, que reacciona como loca histérica cuando la derecha le coquetea, pero que no tiene reparo alguno en mostrarse cívicamente amistosa con el partido comunista, como dice Walker (si yo fuera ellos, le prestaría más atención a la voz que clama en el desierto, la de Orrego).

La izquierda, por su parte, ha recurrido al dedo acusador de Lagos cuya astucia es insuperable para los efectos de focalizar la atención en la paja del ojo ajeno. Quién me diera esa habilidad sin perder con ella toda la honestidad que me queda.

En fin, yo lo único que espero es que esta crisis de identidad de los partidos no termine como la de algunas cuarentonas que conozco… en el quirófano. El recauchaje nunca termina bien y desinflar a una chica de plástico es demasiado fácil, como para buscar por ahí la solución.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Entrevista a Joe Black, columnista del Mercurio

Llevo varios meses tratando de averiguar quién es Joe Black pero no he podido conseguirlo. Algunas amistades del Mercurio me hicieron presente sus propias sospechas, pero me advirtieron que el indicado negaba tajantemente ser el autor de las columnas dominicales. Quería averiguarlo porque, a mi juicio, Joe Black es uno de los mejores columnistas de la plaza.

Una vez perdida la esperanza de saber quién era, traté de conseguir que me diera una entrevista. No será tan difícil- pensé- debe estar tratando de promocionar su libro. Le envié entonces un correo electrónico que no tuvo respuesta y luego otro comentándole que había comprado su libro y preguntándole si la adulación funcionaba con él como método de manipulación psicológica. "Funciona", me respondió. En adelante estuve segura de lo que tenía que hacer…

Para empezar, le dije que su libro lo había comprado junto con el del Papa, a lo cual respondió "No merezco estar en la misma bolsa con Su Santidad". Para que la estrategia fuera más efectiva, le confidencié que había leído primero el suyo y después de eso, accedió a darme una entrevista vía mail y en una oportunidad, por chat.

Antes de enviarle las preguntas quise saber si me respondería como Joe Black o en un tono algo más serio, a lo que respondió "Pucha, tengo un sólo tono en la vida y es el de mis columnas. Todo el resto es impostado".

El libro a que me refiero se llama “Los políticos del Bicentenario, según Joe Black” y es un homenaje del autor a sus políticos favoritos, esos que le dan tema cada semana. Algunos de ellos, creo yo, se habrían dispensado con gusto de recibir tal homenaje… aunque aparentemente ninguno se ha quejado.

TM: Las columnas de Joe Black ¿son columnas de opinión política?

JB: Creo que las mías son columnas de sátira política, si bien nunca me ha gustado clasificar ningún tipo de creación en géneros. Encasillar las cosas mata la creatividad. Pensándolo mejor, creo que lo que hago son crónicas satíricas.

TM: ¿Crees que te leen con el ánimo de reírse un rato o buscando encontrar un punto de vista sobre la contingencia política?

JB: La verdad es que no conozco empíricamente a mis lectores. Muchas veces he escuchado a gente hablar sobre Joe Black y me sorprende el modo en que interpretan lo que escribo. También me llama la atención la diversidad de los que parecen ser mis lectores. Hay ancianitas y prepúberes. Eso es lo que más me gusta. Me sorprende conocer a gente de la cuarta edad que les gusta la columna y también a escolares. Eso lo encuentro top. Es inesperado y emocionante.
Ahora al grano: creo que los que me leen, salvo mi madre, lo hacen por mera entretención. Mi madre lo hace por obligación

TM: Te sorprende el modo en que a veces se interpreta lo que escribes. Dame un ejemplo

JB: Hay una columna que se llamó El Blanquito de Harvard, sobre Andrés Velasco. Escuché comentarios que decían que lo había dejado pésimo y otros que decían que era una oda. Todo el tiempo pasa lo mismo, hay miradas encontradas sobre lo que dice la columna. Debe ser por las distintas profundidades de lectura que pueden tener. Hay gente que las toma literales y otras personas leen entre líneas y encuentran mensajes ocultos. A veces hay mensajes ocultos, pero otras veces no.

TM: ¿Te sientes sobreinterpretado?

JB: No me siento sobreinterpretado, creo que todas las interpretaciones son válidas y me gusta que haya interpretaciones, quiere decir que hay lectores

TM: ¿No piensas que el anonimato es una desventaja para los efectos de querer dar una opinión, aunque comunicacionalmente pueda ser un plus?

JB: Creo que el anonimato es el seguro de vida de Joe Black; es lo que permite que cada lector construya en su mente la imagen que quiera del autor. Si me aceptas una comparación con la farándula, me parece que el día en que Pato Frez se mostró ante el gran público perdió la mitad de su atractivo. Creo que el anonimato es claramente una ventaja.

TM: Pero eso va en perjuicio de la trasmisión de una idea, de un contenido…

JB: El origen de la columna, hace como 8 años es que en el Cuerpo D necesitaban una columna de humor y así partió. No hay más agenda que esa. Ahora, en todo lo que uno escribe siempre expresa ideas, es inevitable. Pero es una columna sin agenda política. Adoro la política, pero si quisiera hacer política me habría convertido en un político. Tuve oportunidades, pero no me interesa ser político.

TM: Las columnas de Joe Black combinan un tipo de humor simple con la ironía, que es un humor más inteligente ¿Cuál de los dos entiende mejor el chileno?

JB: Creo que tu descripción es extremadamente generosa. La verdad es que trato de que mis columnas sean simples, para el consumo amplio. Si aparecen irónicas no es algo planeado, sino que solo salen así. Lo bueno que tiene eso es que, efectivamente, me he dado cuenta de que las columnas tienen dos niveles de lectura. Uno más básico y otro más complejo. No sé cual será mejor.

TM: Las columnas de tu libro revelan bastantes simpatías y antipatías ¿Alguna impresión de los afectados?

JB: Mi idea del libro era que hubiese solo favorecidos, pero entiendo que haya otras lecturas. Hasta aquí los únicos dos que han reconocido públicamente que les gustó el modo en que aparecen perfilados son Fomez y Pancho Vital.

TM: ¿Sólo favorecidos? No me gustaría que me caracterizaras como lo hiciste con algunos…

JB: No dije que quería favorecer a todos, dije que quería hacer un homenaje a todos. Decirle a un rugbista que es un duro de mate, un bruto, un gorila es un halago..

TM: La opinión que he recogido de tus lectores es que eres de derecha ¿Tú aceptarías incluirte dentro de esa categoría?

JB: No.

TM: Yo diría, más bien, que eres conservador, porque las simpatías que evidencias en tu libro son bastante transversales y por esa semejanza que admites entre tú y Carlos Larreir ¿Tú qué opinas?

JB: ¿Estás segura de que me asemejé a don Carlitos? No me acordaba. Es verdad que me río mucho con él. Es un gran humorista. No es tanto lo que dice sino el cómo. Yo no tengo claro que Larreír sea tan conservador, creo que muchas de las cosas que dice son por joder.
En cuanto a mi, es curioso, pero me considero tremendamente liberal, aunque, por razones que no vienen al caso comentar, vivo como el mayor de los conservadores.

TM: Si Carlos Larreir no es un conservador y tú tampoco ¿Qué es ser un conservador?

JB: No he dicho que Carlos Larraín no sea conservador. No lo conozco, entonces me cuesta evaluar. Lo que yo quise decir sobre mi persona es que creo tener una cabeza liberal, pero que mi existencia es conservadora.

TM: ¿Y qué es ser conservador?

JB: Creo que una de las definiciones de conservador es pensar que todo tiempo pasado fue mejor. Yo no creo eso. Me gusta el progreso, el futuro, la modernidad, pero me cargaría que me definieran como "progreshishta"....

TM: Tú eres un columnista sui generis ¿Alguna recomendación general para tus colegas?

JB: Me gustan las columnas más bien breves. Pienso que este tipo de artículos no debiera exceder los 4 mil caracteres. En la era de twitter, el resto es lata.

TM: ¿Quién es el editor de Joe Black?

JB: El editor del D es responsable de todo lo que se publica ahí, pero entiendo que mis columnas también las lee otra persona. En todo caso, nunca me han cambiado ni una coma. En eso le rindo el mismo homenaje a El Mercurio que le rinde Carlos Peña. De verdad creen en la libertad de expresión.

TM: ¿Te gusta Carlos Peña?

JB: Es un excelente columnista

TM: El viernes decías, vía twitter, que estabas escribiendo la columna del domingo ¿Puedes contarme un poco cómo lo haces… si tomas notas durante la semana, si llegas con una idea preconcebida, cuánto tiempo demoras, etcétera?

JB: Lo usual es que la idea vaya madurando en la semana. El tema tiene que imponerse solo. Casi siempre escribo los viernes. Si tengo una idea clara, me demoro 45 minutos.

TM: ¿Tus lecturas favoritas?

JB: Leo todos los diarios todos los días desde hace años. Leo novelas en los veranos. Leo poesía cada vez que puedo. Mi poeta favorito es Rimbaud, pero como escribió tan poco sólo puedo releerlo. Cada noche leo literatura infantil. En eso soy experto.

TM: Tu libro hace una crítica bien fuerte tanto a ciertos políticos como a la manera en que la gente los evalúa. La Doctora Cariño y Vito son buenos ejemplos de impunidad ¿Cómo explicas esto?

JB: Yo admiro a los políticos. Los observo desde que era niño, y si bien en esa época la política era una mala palabra, a mi me gustaba. Quizás por eso soy extremadamente exigente con ellos y algunos sentirán que soy demasiado severo. Por un lado eso. Lo otro es que estoy convencido de que los políticos deben tener "maldad" entre comillas, de lo contrario son malos políticos y no le sirven a la sociedad. Por tanto, hay ciertos elogios que yo les hago a los políticos que a la gente que no sigue de cerca esa actividad le parecen críticas. Es todo lo contrario.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Mis hijos... hijos del capitalismo salvaje (Publicado por el Mostrador)

Hace pocas semanas pasó en mi casa algo que me sirvió para entender un poco lo que otros llaman los ‘vicios del mercado’. Hasta entonces yo era contraria a cualquier forma de regulación, como gran parte de la derecha poco ilustrada, pero la experiencia de esos días me demostró que estaba equivocada.

La protagonista del episodio fue mi hija Amalia. Resulta que la niña descubrió que sus compañeras del Kinder manejaban plata y, ni tonta ni perezosa, comenzó a llevar al colegio todo tipo de cosas para su venta. La evidencia de que había descubierto un nicho interesante fue patente cuando consiguió vender un suplemento promocional del Mercurio (creo que era de línea blanca) a la no despreciable suma de $1.000 ¡Todo un éxito en consideración a que el matutino completo vale menos que eso!

A sus seis años, la Amalia había detectado que en su curso se daban todos los elementos como para poner el mercado en movimiento: recursos disponibles, una necesidad no satisfecha de consumo y, lo principal, una buena dosis de irracionalidad como para que hubiera demanda para productos como el descrito.

La cosa es que la iniciativa de la Amalia abrió el apetito comercial del resto de mis hijos que aprovechó la oportunidad de enviarle cuanto juguete roto o cachureo había en la casa, a ver si había mercado también para ellos. Fue entonces cuando comenzaron los problemas, porque la cosa pasó de pyme a retail y los conflictos entre la dueña del negocio y sus proveedores se hicieron inevitables.

Para empezar, porque de modo espontáneo surgió dentro de mis hijos una superintendenta, la Josefa, que empezó a cuestionar mi moralidad y la del resto de mis hijos. La mía, por consentir el trabajo infantil y celebrar la astucia de mi hija; la de sus hermanos, por abusar de la ignorancia de las compañeritas de la Amalia. En el fondo, la Josefa estaba aduciendo razones morales para condenar lo que los economistas llaman asimetría en la información. Eso de lo que se acusa hoy a los bancos y que yo podría ilustrar con bastantes experiencias personales.

Acá se podría discutir ad aeternum si la Josefa introdujo en el conflicto económico la cuestión moral o si sólo estableció un criterio técnico para que el mercado funcionara correctamente.

La nueva derecha, que es tan acomplejada como frívola, se inclinaría por esto último con tal de que nadie fuera a decir que es conservadora o que mezcla la política y la moral. La izquierda, siempre convencida de su superioridad moral, pensaría que se trata de normas necesarias para contener la maldad de los demás, nunca la propia; en este caso, la del empresariado.

Como sea, este ejemplo doméstico confirmó mi impresión de que estadísticamente hablando los inescrupulosos superamos en número a los que no lo son, lo que justifica la existencia de ciertas reglas.

Pero los problemas continuaron cuando, unos días después, la Amalia perdió un reloj malo que su hermano mayor le había dado a consignación. Ella alegaba que no era culpa suya, que se lo habían robado sus compañeras ¡Hasta mercado negro había en ese Kinder! Pero él le exigía a la Amalia no sólo el pago de la deuda, sino de intereses no devengados o en su defecto, de una comisión de prepago. El logo de mi banco se me vino de nuevo a la imaginación y con mayor nitidez cuanto más trabas ponía mi hijo para dar por finalizada la relación contractual.

Para peor, las horas de la tarde, que habitualmente eran horas de tareas, se habían vuelto horas de contabilidad entre la Amalia y sus hermanos. Todo se había metalizado y estaban empezando a cobrarme hasta por poner la mesa o hacer su cama, cosa que hasta ese momento formaba parte de sus obligaciones.

Me vi obligada a intervenir el mercado y suprimí, contra mis principios libremercadistas, toda clase de transacciones comerciales, medida de la que yo misma desconfío porque tengo la impresión de que todavía hay algún tipo de comercio ilegal. Es el riesgo de las prohibiciones.

En fin, Magaret Thatcher decía que cualquier mujer que entienda los problemas de llevar una casa está muy cerca de entender los de llevar un país. Capaz que sea cierto, pero lo que yo necesito ahora, una vez comprendido el problema, es que alguien me ayude a resolverlo.

SI USTED TIENE DÉFICIT DE COMPRENSIÓN LECTORA, LA EXPLICACIÓN QUE SIGUE PUEDE SERLE DE UTILIDAD

En primer lugar, felicitaciones por su humildad. Yo no hubiera continuado la lectura al menos para no reconocer esa falencia.

La anécdota del texto es literal, se trata de un episodio que aconteció en mi casa y las alteraciones que hice fueron mínimas... por ejemplo, cuando digo que mi hijo exigió el pago de intereses no devengados, etc.

Esta columna no pretende cuestionar el libre mercado como el mejor modelo económico posible o conocido al menos. Mucho menos pretende decir que haya que abolir el mercado ¡lo que faltaba!

Las alusiones a la necesidad de que existan ciertas regulaciones tampoco forman parte de lo esencial, fundamentalmente porque en la actualidad no hay nadie que lo discuta.

Las dos ideas de fondo del texto, expresadas quizá sin el debido énfasis, son dos:

1. La primera tiene que ver con la irracionalidad como elemento constitutivo del funcionamiento del mercado.

2. La segunda, con la idea de que la consideración de la política, de la economía y en general de cualquier aspecto de la vida pública no puede disociarse de la moral. Diciendo esto pretendo hacer ver lo absurda que es la idea sugerida por la nueva derecha de que la política debe separarse de la moral. Para ser más precisa, estoy de acuerdo en que se trata de ámbitos diferentes, pero estoy convencida también de que no son absolutamente disociables.

Para terminar, y muy de pasada, hago referencia al proyecto del ley del Sernac Financiero, y a lo razonable que resulta incorporar algunas regulaciones dentro de ese ámbito de la economía... soy gran admiradora de los empresarios, pero el sistema financiero no goza de mi simpatía.

Las columnas de opinión no pueden, a mi juicio, ser escritas en el tono en que he escrito esta breve explicación ¡Qué lata más grande! Sin embargo, y en atención a aquellos lectores parsimoniosos y graves, decidí incluir de vez en cuando una explicación a mis textos que esté a su altura intelectual.

Saludos a ellos!

Tere M.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Lavín, el sepulturero de la educación pública (Publicado por el Mostrador)

Hace algunas semanas ingresé a la página web del Colegio de Profesores. Sabía que el gremio estaba en negociaciones con el Ministerio de Educación y quería conocer su postura oficial.

Lo primero que encontré fue algo así como una amenaza para Lavín: “Puede pasar a la historia como el sepulturero de la educación pública”. Con esa palidez y ese aire medio desgarbado del Ministro- pensé- no le sienta nada de mal el papel, aunque hay que reconocer que a su expresión le falta algo como para conseguir ese look tenebroso, tipo Haloween, propio del sepulturero.

El que hizo estas declaraciones macabras debe haber olvidado que enterrar a los muertos es un deber piadoso, sobre todo si se trata de un cadáver en evidente estado de descomposición; y no debe haber tenido en cuenta, tampoco, que esta diligencia podría aumentar considerablemente el capital político del sepulturero en cuestión, para lo cual sólo haría falta que cambiara el color de su casaca, porque de rojo podría parecer vampiro.

No es que yo sea contraria a la educación pública, pero es imposible dejar de decir que la que tenemos hoy contribuye a fortalecer el círculo de la pobreza y a incrementar las diferencias siderales que hay en Chile entre ricos y pobres. Tanto así, que no hay Diputado ni Senador de los que defienden a rajatabla el sistema público que no haya puesto a sus hijos en otras manos. Y si lo hubiera, yo le diría que no hay derecho a sacrificar a los propios hijos a lo Agamenón sólo por defender principios políticos.

La cosa es que después de leer estas declaraciones que ponían una pala sobre los hombros de Lavín, seguí revisando el sitio y me encontré con lo que andaba buscando, una sección que se llama “Nuestras Demandas”. Debo admitir que con un poco de empatía algunas de ellas pueden llegar a parecer razonables.

Para empezar, piden el pago de la famosa deuda histórica. Se trata de una deuda que fue desestimada por los tribunales, pero yo soy partidaria del pago de cualquier tipo de deuda, ya sea moral, histórica, externa, la que sea. Así tenemos un Juicio Final con proceso abreviado. Cómo se paga la deuda, quién la paga y si con ese pago los profesores podrán a su vez saldar su propia deuda… es otra cosa.

Otra de las demandas del Colegio de Profesores tiene que ver con el famoso bono SAE, que forma parte del sueldo de todo profesor del sistema público. Para definir el monto del bono, el gremio solicita excluir a los municipios de las negociaciones. Obvio, las muni son las que pagan y consta que los acuerdos son mucho más fluidos cuando los que verán afectados su bolsillo no intervienen en ellos. Me recuerda las políticas de los colegios para la compra de textos de estudio: la editorial se lo recomienda al profesor y éste le endosa el costo a los papás. Con esa estrategia, los procesos de venta, compra o negociación se van como por un resbalín.

El gremio se opone también a dos iniciativas unilaterales del Mineduc. La primera, permitir a los directores despedir hasta a un 5% de sus profesores. Me cuesta entender la histeria colectiva que genera esta medida y me lleva a pensar que los docentes están con un serio problema de autoestima. Con ese porcentaje, yo al menos no me sentiría bajo amenaza.

La otra medida del Ministerio que el Colegio de Profesores rechaza es el cierre de escuelas que prácticamente no tienen matrículas. Y esto sí que yo lo entiendo, porque significaría el despido de 200 profesores que trabajan en condiciones óptimas: sin alumnos ¡El sueño de todo profesor!

En fin, nadie que goza de fuero está dispuesto a perderlo así nomás y hasta hoy los profesores han tenido nada menos que una legislación laboral propia. Pero por una cuestión de imagen, el Colegio de Profesores debería demostrar también un cierto nivel de compromiso con la educación y, sobre todo, con los perjudiciarios del sistema, los niños más vulnerables del país. Acerca de esto, nada hay en la página web.

En el fondo, da la impresión de que el foco de atención del Gobierno es completamente distinto al del Colegio de Profesores; mientras uno mira a los niños, el otro se mira al espejo. Si esto sigue así, Joaquín el Sepulturero podría no sólo aumentar su capital político sino acabar de paso con el poco que le queda al Colegio de Profesores.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Conservador: ¿En qué mundo vives? (Publicado por El Mostrador)

Hace tiempo tenía ganas de escribir una columna para responder a una pregunta que se me hace frecuentemente “Tú ¿en qué mundo vives?”. No había querido hacerlo antes porque me parecía de mal gusto usar un espacio público sólo para hablar de mí. Sin embargo, la pregunta ha sido tan reiterativa, que empiezo a creer que es de interés nacional.

Además, tengo la impresión de que esa pregunta sirve para desenmascarar el pensamiento del que la hace (por lo general, un autoproclamado progre). Saber lo que quiere afirmar con ella puede ser útil no sólo para mí sino también para cualquier conservador que lea esta columna.

Mi sospecha es que las afirmaciones contenidas en la pregunta “¿En qué mundo vives?” son dos.

La primera es que las ideas conservadores tienen un lugar de procedencia que es de ficción. Para decirlo en fácil, la pregunta “¿En qué mundo vives?” es equivalente a la afirmación “Vives en cualquier parte, pero no en el Chile real”. Y yo me pregunto cuál es el Chile real; por una parte, porque si hay cosa difícil de encontrar en este país es homogeneidad. ¡Hasta la geografía nos juega en contra en ese sentido! Y por otra, porque me cuesta adivinar el criterio en base al cual alguien puede decidir qué parte de Chile es real y qué parte no. ¿El Golf o Ñuñoa? ¿San Pedro de Atacama o Temuco? ¿La Legua o Vitacura? En todo caso, yo estaría dispuesta a aceptar que se me excluyera del Chile real, siempre y cuando el que lo haga no use nunca más la palabra multiculturalidad.

A través de la pregunta “¿En qué mundo vives?”, algunos progres tienden a invalidar de modo automático cualquier argumento contrario apuntando a su origen. Si viene de uno de derecha, es un argumento fascista; si de un católico, es una idea pechoña; si de una de una mujer bonita, una frivolidad.

Pretender una objetividad químicamente pura puede ser utópico de mi parte- lo concedo- pero rebatir siempre ad hominem pone de manifiesto una falta de sutileza intelectual. Hay que ser comprensivos con el progre, en todo caso, porque siempre ha sido difícil razonar bien cuando el pensamiento se ha hecho esclavo de una ideología. En todo caso, vale la pena intentarlo.

La segunda cosa que quiere afirmar la pregunta “¿En qué mundo vives?” es que las ideas conservadoras quedan desautorizadas por la evidencia de los hechos. Las estadísticas nos serían desfavorables e indicarían que todo eso que creemos no tiene ningún correlato en la realidad.

La lógica es absurda, si se analiza con atención: dado que son pocos los que viven de acuerdo a tales o cuales criterios, entonces esos criterios no tendrían validez. La evidencia de los hechos no es ni puede ser una razón o un argumento, sino solo un dato. Un dato que, de haberse tenido en cuenta como argumento irrefutable, no habría permitido abolir la esclavitud ni otorgarle a las mujeres derecho a sufragio.

No se trata, como es obvio, de desestimar el valor del dato o de la estadística. Ninguna política pública puede llevarse a la práctica sin referencia a lo que de hecho ocurre. Pero esos datos no pueden ser los marcapasos de la política. A menos, claro está, que ésta no pretenda realizar ningún cambio, sino simplemente transformarse en un espejo de la realidad, uno de los peligros de la democracia, según de Tocqueville.

En fin, me he quedado sin espacio para responder a la famosa pregunta, aunque me temo que quienes la formulan no están demasiado interesados en conocer la respuesta. Quizá si insisten, lo haga en otra oportunidad.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Envejecemos: ¡A tener hijos se ha dicho! (Publicado por el Mostrador)

Hace poco leí en la portada del Mercurio “Tasa de envejecimiento en Chile se duplica en los últimos veinte años y es la segunda más alta de la región”. Nada relevante, es un problema cuyos efectos se harán sentir en varios años más y es propio del chilean way dejar las cosas para última hora.

El Ministro Kast sacó, a propósito de estos datos, cuentas alegres sobre las expectativas de vida de los chilenos; y la Ministra del Sernam pasó por alto el tema porque estaba fascinada con su campaña del mariquita Pérez.

Pocos días después, apareció otra noticia relacionada. Sarkozy proponía aumentar en dos años la edad de la jubilación de los franceses; y no porque quisiera sacarle trote a los jubilados, sino simplemente porque en ese país no hay suficiente fuerza de trabajo para sostenerlos.

La cosa es que sobre la necesidad de revertir la tendencia nadie dijo nada… a pesar de que el problema es tan obvio como la solución.

El silencio generalizado del Gobierno y de la opinión pública ante la noticia me deja en una situación incómoda:

Si con ocho hijos y otro en camino no digo nada acerca de la importancia de no envejecer como sociedad, podría parecer que tengo hijos solo a causa de mi incontinencia.

Si hablo demasiado, podría desincentivar a cualquiera que estuviera considerando seriamente la posibilidad de contribuir con un chilenito. No pretendo, por lo mismo, hacer nada parecido a una exhortación. Para hablar de la maravillosa experiencia de la maternidad son necesarios dos requisitos que no se cumplen mientras escribo. El primero es no estar embarazada y el segundo, tener a los hijos propios a suficiente distancia.

Tampoco quiero predicar desde el púlpito contra el egoísmo y el materialismo. Estoy convencida de que las razones egoístas para tener muchos hijos abundan. El miedo a la soledad podría ser una de ellas. Recuerdo el caso de un periodista chileno (que alguna vez se burló de familias numerosas como la mía) que fue encontrado muerto en su departamento cuatro días después de ocurrido su deceso. Presumo que pocos querrían acabar sus días de esa forma. Y si de materialismo se trata, tener hijos no deja de ser una buena inversión, sobre todo si falla el sistema de pensiones como en Francia.

Por eso yo creo que tener hijos es, sobre todo, hacer una buena inversión. Reporta dividendos en el corto plazo y en el largo tiene una plusvalía considerable: lo dicen todos los que algo de experiencia tienen en la vida.

Pero como toda inversión, tiene costos alternativos; por de pronto, en el propio cuerpo. Mi ginecólogo dice que la actividad cerebral se ve mermada en un 30% durante el embarazo y asemejarse a un globo a punto de estallar no es algo que mejore las cosas. Lo cierto es que la fatiga de material afecta al cuerpo humano de todas formas; no es claro que valga la pena abstenerse de tener hijos o limitarlos por ahorrarse una que otra estría.

Tener hijos obliga también a sacrificar posibilidades profesionales y no hay postnatal que pueda remediarlo si es que uno pretende educarlos además de parirlos. Por lo demás, es bien cuestionable eso de darse por entero a un oficio o a una empresa que no tendrá ningún reparo en deshacerse de uno cuando sea conveniente.

Ya sé que el problema de la natalidad es complejo y obliga a ahondar en temas lateros como la relación entre gasto y productividad, el concepto de deuda, las pirámides poblacionales. Pero no hay política pública capaz de estirar la cuerda por mucho tiempo con una tasa de natalidad de 1,9.

Sé también que para ponerse en campaña hay que tener un marido de esos que no están abiertos a la posibilidad de reinventarse; y que además hay que tener posibilidades más o menos ciertas de darle a los hijos educación y salud.

Lo preocupante es ver que aumenta el número de los que pudiendo tener más hijos no lo hace porque no quiere asumir los costos asociados a la crianza. Así las cosas, el chilean way llegará a ser una categoría abstracta, un modo de hacer las cosas sin sujeto que lo ejecute.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Bielsa, un loco romántico (Publicado por El Mostrador)

Además de loco, Bielsa es mucho más argentino de lo que parece. Ningún chileno sería tan desafiante con la institucionalidad ni tan romántico como lo es él.

Ciertamente, desde el punto de vista de las formas, la conferencia de prensa de Bielsa es bien discutible. Se trata de un empleado de la ANFP que interviene en medio de un proceso eleccionario aparentemente legítimo para manifestar su preferencia. En ese espacio, además de hacer críticas severas a un candidato, condiciona su continuidad a los resultados de la elección.

Curioso, por decir lo menos, para el chileno formalista a quien este tipo de actitudes le resultan chocantes; independientemente de la intención que tuviera Bielsa, es un hecho que sus opiniones tienen un peso social significativo.

No es justo, sin embargo, calificar su intervención en el proceso desatendiendo al contexto dentro del cual ella se produjo. A mi juicio, el contexto no sólo exculpa a Bielsa sino que lo dignifica.
En primer lugar, porque hay rumores fundados de que el Presidente habría intervenido en la elección. No sólo manifestando su opinión o su preferencia- lo cual ya sería discutible- sino moviendo hilos para que su propia opción fuera la ganadora. Dos formas de intervención. Sólo que la de Bielsa es abierta y se explica por su necesidad de defender lo que a todas luces ha sido un buen trabajo. Y la otra es oculta y tiene el agravante de que plantea dudas serias acerca de una visión monopólica del poder.

Por otra parte, está el hecho de que los votantes ya habían empeñado su palabra ¿Qué no les reconozco su derecho a cambiar de opinión? Por supuesto que sí, pero hay circunstancias que hacen sospechoso este cambio. Por de pronto y si de elecciones se trata, yo no apoyo incondicionalmente un proyecto que no me satisface. En el mejor de los casos, apoyo condicionadamente a que no se presente una mejor opción y la busco. Asumiendo que ya di mi palabra y que se presenta una alternativa que me satisface más, estoy obligado moralmente a plantear el cambio de condiciones a aquel con quien ya me comprometí. Es decir, a darle la primera opción. Eso simplemente no se hizo y en este caso era de mínima lealtad con quien había hecho un buen trabajo.

Esta situación, de falta de caballerosidad y de ingratitud de parte de los votantes fue, a mi juicio, una de las cosas la que puso a Bielsa entre la espada y la pared. La que lo movió a hacer algo inédito pero de justicia, aún cuando finalmente resultara ineficaz.

Bielsa es un loco, es cierto; no opera con la lógica del formalista ni con el pragmatismo de los que se rinden ante el poder. Es un argentino, un transgresor de las formas y del protocolo, pero cuando hay ideales y principios de por medio.

Bueno sería que los chilenos fuéramos capaces de darle a nuestro formalismo el contenido que es capaz de darle algo de sentido. Por lo visto este proceso ha dejado al descubierto que se cuida lo primero y se desatiende por completo lo segundo.

miércoles, 27 de octubre de 2010

La mala suerte y las injusticias de la vida (Publicado por El Mostrador)

Hoy quiero hablar de la mala suerte y de lo injusta que es la vida.

La mala suerte mía, que tengo que terminar una tesis y escribir para un diario que no me paga, cuando 10 centímetros más hubieran pavimentado mi camino al modelaje (según opinión de mi marido).

Quiero hablar de la mala suerte de una prima que, por una infección estomacal, dio la PSU en condiciones indeseables y no pudo entrar a la carrera que quería.

La mala suerte de los mineros que no quedaron atrapados y que deben estar hoy lamentando su infortunio. ‘Por qué ellos y no nosotros’ se estarán preguntando en su interior (digo en su interior porque yo asumo que ellos también encuentran feo eso de andar comparándose).

En fin, la mala suerte y las injusticias de la vida de las que todos nos hemos sentido víctimas en alguna oportunidad. Digo ‘todos’ porque el hecho de tener una vida privilegiada no lo libra a uno de ser envidioso; y puestos a comparar, siempre habrá alguien que esté en mejores condiciones que uno.

Lo terrible es cuando a la mala suerte originaria se añade la mala suerte derivada de la idiosincrasia. Ahí sí que la cosa se pone difícil y casi imposible de revertir.

Pienso, por ejemplo, en esa mala suerte del que no es apitutado y que no estudia el doble para sacarle ventaja al hijo del gerente. O en la de esa mujer que se queja porque el marido no la mira, mientras agrega tres kilos a cada año de vida. También en esa mala suerte del que no tiene espacio en el Mostrador para publicar columnas que nunca escribió ni envió al editor.

Es la misma mala suerte del futbolista, que a la parcialidad del árbitro suma noches de carrete durante las concentraciones. La del mapuche que recibió tierras de la Conadi pero que no pudo hacer nada con ellas porque no le dieron una retroexcavadora para trabajarlas. O la del que se le inunda la casa hace 15 años y que permanece a la espera de que se presente en su casa alguna autoridad, antes de mover un músculo para cavar una zanja en el antejardín.

Estoy hablando, en el fondo, de esos que tienen mala suerte al cuadrado y que se pueden reconocer en dos formatos: uno más tímido y otro más extrovertido.

Al más tímido, yo lo llamaría el ‘encogido de hombros’. Es el que cree que las ventajas comparativas de los otros son tan grandes, que no vale la pena tratar de alcanzarlos; el que no corre porque tiene las de perder en la carrera. Yo tenía un amigo que se ponía al lado del arco a la espera de ejecutar el gol. ‘Es que desde otra posición no tengo ninguna posibilidad’, decía con descaro. Pero el encogido de hombros no tiene ni esa astucia y ni esa humildad y prefiere en su situación quedarse en la banca.

Al desafortunado más extrovertido yo lo llamaría el ‘vociferante’, ese cuya frase típica es ‘no nos han dado solución’. Es el que ante las injusticias de la vida se dedica a clamar por justicia: al Estado, al cielo o a cualquiera que pueda saldar la deuda que considera la vida tiene con él. Su actitud no es muy elegante, pero es más eficaz que la anterior. El último Gobierno se dedicó a mimar a cualquiera que estuviera dispuesto a ponerse de víctima y Piñera lo hace también cuando no aplica en su Gobierno los mismos criterios educativos que usó con sus hijos (que aparentemente no son unos hijos de papá).

La cosa es que el ‘encogido de hombros’ renuncia a su libertad. No la usa porque anticipa que sus resultados no serán los esperados. El ‘vociferante’ exige condiciones extraordinarias para ejercerla y con eso pierde más de lo que gana. Ninguno de los dos ha caído en la cuenta de que para sacarle partido a la libertad hay que contar con las reglas de juego… y una de ellas es que la vida es injusta.

Por lo demás, es un hecho que de la mala suerte pueden surgir oportunidades, como la de los mineros atrapados; y es un hecho también que a veces la fortuna de un momento se desperdicia. El mejor antídoto parece ser el del esfuerzo.

A lo mejor es verdad lo que dice Schopenhauer, eso de que “la personalidad del hombre determina por anticipado su posible fortuna”.

¿Tendrá esto algo que ver con eso de ‘hacerlo a la chilena’?

miércoles, 20 de octubre de 2010

Piñera en la mira (Publicado por El Mostrador)

Piñera ha pretendido un liderazgo como el de su antecesora sin renunciar como ella a la acción. Quizá sea por eso que hasta sus votantes le reprochen que no se le parezca. Parece que el estilo concertacionista caló hondo hasta en sus detractores.

Constantemente se le critica que no sea creíble. Que su retórica, sus gestos y hasta su sonrisa no causen simpatía. Pero esas ideas que repite hasta el cansancio: ‘hacer las cosas con sentido de urgencia’ o ‘recuperar la cultura del trabajo bien hecho’, se han demostrado, a la luz de su gobierno, como ideas que trascienden el eslogan de campaña. Capaz que sea más sincero y menos malo de lo que parece. Es que se perdió la costumbre de buscar en sus hechos la credibilidad de las personas.

No es casualidad que hasta sus asesores pensaran, cuando Piñera se puso en la primera línea del rescate a los mineros, que era temerario. Las posibilidades de que el accidente deviniera en tragedia eran altas, y les pareció irresponsable arriesgar tanto su capital político. Sin darse cuenta, quisieron repetir el estilo del que se hizo gala la noche del terremoto. Pero a un hombre de acción no se le puede pedir la cautela del empleado público o del intelectual.

Poco tiempo después, la crítica recayó en su sobreexposición. Ya no al riesgo, sino a las cámaras y al micrófono; y no precisamente por ese gusto aristocrático de cultivar el bajo perfil, sino justamente para que no le saliera el tiro por la culata.

Pero al que tuvo la valentía de dar la cara cuando lo previsible era un fracaso estruendoso, hay que perdonarle que la dé también cuando el éxito es rotundo. Heidegger dice que la fuente de las propias limitaciones es también la de las propias posibilidades: no hay que olvidarlo al momento de evaluar a una persona. Los méritos de Piñera no se pueden disociar de lo que por momentos molesta de él.

Más adelante, se pensó que arriesgaba la seguridad del rescate por no encamisar el túnel. No se le concedió el beneficio de la duda y se hizo un razonamiento absurdo: el mismo que puso seis sondas y elaboró no sé cuantos planes de rescate era el que asumía el riesgo de dejarlos a todos sepultados por el apuro de salir la foto. La verdad es que uno siempre se cree más inteligente que el resto, pero los antecedentes de Piñera dan como para pensar que está al mismo nivel que uno. En todo caso, es comprensible ser malpensado porque la Concertación hizo tanto corte de cinta de obras no terminadas, que esta premura se pensó como algo del mismo estilo.

Se dijo también que Piñera era personalista y pragmático. Pero al término del rescate hace en cámara un reconocimiento a Golborne, a Sougarret y a ¡Dios! Eso demuestra que el personalista sabe escoger a sus empleados y que reconoce también los méritos ajenos. ¿Qué tiene a Dios entre sus empleados? Es mejor que tenerlo de cesante por veinte años.
Además, el pragmático no hizo cálculos como los que se hubieran hecho en Méjico o en China. Su respeto por la vida es más real de lo que parecía en campaña. Y si hubo cálculos, al menos estuvieron bien hechos.

Los más picados le atribuyeron el éxito de esta empresa a la suerte. En una mala defensa, un momio dijo que tenía suerte porque se la merecía. Pero la verdad es que la suerte de Piñera tiene que ver con que no deja nada al azar. Hace todo lo que puede, y lo que no puede se lo pide a Dios. Así ¡quién no!

Piñera tiene las virtudes y los defectos del empresario, qué duda cabe. Hay que dejarlo ser como es y no encamisarlo a él en un modelo que no le queda bien. En una de esas, nos saca a todos del hoyo… también a quienes votamos por él a regañadientes.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Libertad de expresión ¿Quién tiene la razón? (Publicado por El Mostrador)

Hace poco escribí una columna titulada ‘Mapuches malcriados’. Los que la leyeron ¡hasta mis amigos! consideraron que había abusado de mi libertad de expresión. Es verdad que las ideas expuestas en ese texto no representan más que a la mitad del país, pero eso no justifica un repudio unánime de mi texto. Quizá la reprobación haya tenido que ver con la forma en que fue escrito…

La cosa es que ese repudio me permite escribir hoy con la tranquilidad de que lo que diré, a propósito de la libertad de expresión, será materia de amplio consenso. Porque aparentemente todos estamos de acuerdo en que la libertad de expresión tiene límites y sobre todo, en que esos límites rigen también para el humor (aunque yo sería bastante más estricta que la mayoría al momento de conceder que algo pertenece a ese género).

Lo difícil es marcar el límite en un caso concreto. Por ejemplo: yo considero que llamar ‘malcriado’ a un delincuente es bastante suave porque asocio ese adjetivo a la inocencia de la infancia. Otros lo consideran ofensivo. ¿Quién tiene la razón?

Justamente ayer hablaba sobre los límites del humor con un amigo liberal, tan liberal que no parece de izquierda; me decía que el humor es una creación cultural que está fuera de toda norma moral. Según él, el hecho de querer decir algo legitima cualquier forma que uno elija para hacerlo. Dos ideas conocidas; la primera, el fin justifica los medios; la segunda, el significado de una creación cultural depende sólo de la intención de su autor.

Yo, en cambio, no estoy tan segura de que el humor sea un recurso moralmente neutro. Tengo hartos hijos en edad escolar y me consta que el humor puede ser bastante cruel. Recuerdo a uno que sus compañeros llamaban el Pimienta, por negro, chico y picante.

Tampoco me convence eso de que cada uno determine el significado de lo que dice o hace. “Mamá, no estoy ensuciando la pared, estoy pintando”. Por lo demás, Wittgenstein ya habló de la imposibilidad de los lenguajes particulares.

Por eso, soy bien estricta con mis hijos y en su educación trato de poner algunos límites al humor como forma de creatividad infantil y para qué decir al relativismo de los significados.

Lo primero que les digo es que el humor no puede ser mentiroso. Como conservadora que soy, hacer una parodia de Allende en la que se exagerara su afición al trago y a las mujeres me parecería chabacano y ofensivo. Pero si esa misma parodia mostrara a Allende como pedófilo, ya no habría exageración sino distorsión de la realidad. De lo discutible se pasa entonces a lo inaceptable.

Lo otro que les digo a los niños es que el humor no puede ser irrespetuoso. Por último, porque así les impongo un desafío intelectual mayor.

La cosa no es tan difícil, pero para entenderla hay que salirse de la lógica de que mi libertad termina donde empieza la de otro. No se trata de eso. Los límites de la libertad de expresión no están dados por la sensibilidad de otro ante lo que yo digo (de lo contrario, se podría decir que está muy bien que todos se rían del tontito del curso, porque el tontito se ríe con ellos sin darse mucha cuenta de lo que pasa).

El problema de fondo es cómo se usa la libertad y cuál es la importancia que institucionalmente se le da, en una democracia, al tema del respeto.

Ahora, si de mí dependiera y fuera parte del CNTV, la sanción habría sido por estupidez, pero ese derecho goza de suficientes garantías en nuestro país.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Familias de mineros demandan ¡al Estado! (Publicado por El Mostrador)

Hay cosas que son de mal gusto y la demanda al Estado por parte de algunas de las familias de los mineros es una de ellas. El hecho de que esa acción tenga asidero legal no es razón suficiente como para llevarla a cabo, a menos que uno piense que la única medida de una acción sea la de su legalidad.

La cuestión es compleja. Lo que hay que determinar es quién es el responsable del accidente, y luego cuáles son los daños y perjuicios que se derivaron de él a fin de que el culpable compense a los afectados por la vía de una indemnización.

En primer lugar se apunta contra los dueños de la mina por el hecho de no haber cumplido con ciertas medidas de seguridad perfectamente determinadas y conocidas. Aparentemente hay razones como para atribuirles esa responsabilidad. La pregunta es ¿cuánta? Porque si ninguna empresa de la mediana minería cumple con las normas establecidas, eso podría ser un atenuante para los dueños de la empresa (no un eximente). Mal de muchos, consuelo de tontos. Puede ser, pero si se trata de hacer justicia, no parece justo cargar a una empresa con todo el peso de no haber cumplido con normas que nadie cumple y que nadie tampoco se encarga de hacer cumplir.

En segundo lugar, cabe preguntarse también por la responsabilidad de los mismos trabajadores. La oferta laboral en la zona y en el rubro no es escasa. Eso podría dar pié para pensar que les cabe también alguna responsabilidad por trabajar en condiciones que sabían riesgosas. A fin de cuentas, el primer llamado a cuidar de la propia vida es uno mismo. Este argumento es discutible cuando el afectado no está al tanto del riesgo al que se expone o cuando la necesidad es tan extrema que le priva de la posibilidad de elegir. Habría que determinar si éste es el caso.

En tercer lugar, cabe preguntarse por la responsabilidad que tiene el Estado en todo esto. Hay antecedentes como para pensar que, al menos en parte, la tiene. Un acto directo de un funcionario del Sernageomin habría permitido la reapertura de la mina, pese a no cumplir con requerimientos que supuestamente eran condicionales de esa reapertura.

Pese a todo, no deja de parecerme antiestético que las familias de algunos de los mineros entablen contra el Estado una acción legal de esa naturaleza. Es el mismo Estado el que no ha escatimado en medios (ordinarios y extraordinarios) en lo que se refiere al rescate propiamente tal y a la protección física, psicológica y espiritual tanto de los mineros atrapados como de sus familias. Distinciones de índole jurídica podrían justificar la acción, lo sé. Y por eso mismo digo que la acción legal en cuestión es de mal gusto y no improcedente.

De mal gusto, también, porque el millón de dólares no los paga Moya ni una piñata estatal cuyos fondos caen de cielo, sino del bolsillo de cada uno de los chilenos, esos que a diario le dan al fisco un 19% de lo que gastan. También de los del profesor que salvó a los niños del campamento de perder el año escolar, del que depositó dinero en la cuenta que va en beneficio de las familias de los trabajadores atrapados, del que les llevó pescados y mariscos, del empresario que puso a disposición del rescate sus máquinas y sus empleados. Y de tantos otros que por razones de espacio no puedo mencionar.

Es de mal gusto morder la mano que a uno le da de comer, es contrario a los buenos modales que son, como dice Burke, más importantes que la ley.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Longueira se hiperventiló

Lo primero que pensé cuando oí a Longueira criticando el exceso de personalismo del Gobierno de Piñera es que estaba sentido. Seguro que está usando lenguaje de estadista para decir una cosa simple: “Pucha Sebastián, que eres pesado, yo también quería aparecer en la foto”.

Pero Longueira no es tonto ¿cómo no iba a saber que sus palabras se iban a prestar para que este capítulo de su relación con el Presidente se llamara ‘El Despecho’? Además, mi papá ya me retó: “¡Pareces subnormal con esa interpretación tan burda! No proyectes tu propio resentimiento en Pablo, por favor”.

Esa llamada de atención me hizo pensar que probablemente lo que Longueira quiso decir fue justo lo que dijo. Que el Gobierno de Piñera no se está preocupando de que la gente haga el link entre los logros del Gobierno y las ideas del sector. Claro, si la Alianza no se nombra ni en pelea de perros y ninguno de sus ‘rostros’ aparece ni por casualidad, difícil…

Puede que el Senador subestime un poco la inteligencia del chileno. ¡Cómo va a ser necesario ser tan explícito! Pero también hay que reconocer que las campañas de la izquierda son casi siempre campañas del terror. La gente ha llegado a convencerse de que el gallo de derecha es peor que el cuco, y para revertir eso hay que trabajar también en el único nivel en que trabajó la Concertación: en el de la ideología, aunque esa palabra sirve sólo cuando las ideas son las de la Concertación.

La cosa es que Piñera no ha querido hacerle caso a Longueira, y como no debe contestarle ni el teléfono, al Senador no le quedó otra que hablarle por la tele.

En una de esas, las ideas del sector no son las de Piñera. Harta gente dice por ahí que tenemos un Presidente DC. Pero yo digo que no: le falta sentimentalismo y le sobra cabeza para ser demo (esto será aclarado en otra columna cuando algún demo arquetípico haga una de las suyas).

Otra alternativa es que Piñera considere que los rostros del sector no representan bien sus ideas, pero esto sería bien injusto, porque aunque haya chantas, hay hartos que pertenecen a la elite intelectual del país.

Para mí que ni lo uno ni lo otro. Lo que traiciona a Piñera y le impide hacerle caso a Longueira, es su propia inteligencia. Como él hace las sinapsis solito, no capta que la mayoría necesita un poco más de ayuda para hacer conexiones, y requiere que se le diga explícitamente: ‘Nosotros podemos ser tan malos como los otros, e incluso menos originales, pero la diferencia con ellos es que nuestras ideas funcionan’

Longueira, en cambio, que ha pasado más tiempo en la calle, entiende que ésta es una tarea de la que el Gobierno no se puede despreocupar, porque de lo contrario, estos cuatro años habrán sido una estrella fugaz.

Uno que tiene niños chicos entiende mucho más fácil.

Domingo sin mall (Publicado por El Mostrador)

Hace pocos días tuve con una conocida mía, una conversación que terminó por convencerme de la conveniencia de declarar el domingo feriado irrenunciable. Algunos dicen que es una ‘noveau riche’ pero yo trato de evitar el uso términos como ése para referirme a personas concretas.

“No puedo creer- me decía- que un grupo de diputados de oposición haya querido declarar el domingo feriado irrenunciable, porque si hay algo que ellos tienen es sensibilidad social. Y el mall hace tiempo que cumple con una función catalizadora en el alma del chileno”.

“¿Por qué dices eso?”, le pregunté.

“Porque el mall ha sido fundamental a la hora de conseguir que la masa se olvide de que las costumbres de la aristocracia (si existe) son dignas de ser imitadas. Y eso debería incentivar a esos diputados a proteger esos espacios como a santuarios de la nivelación”.

“No entiendo lo que quieres decir”, le dije cada vez más sorprendida.

“Es simple. El mall se ha trasformado en el hogar de todos los chilenos y cerrarlo el día domingo es como dejar a Chile a la intemperie. Piensa, por ejemplo, en los patios de comida, esos espacios entrañables donde la mujer se ve dispensada de la obligación de cocinar el día domingo y donde los niños cultivan su gusto por la buena mesa. Fue en esos patios donde las bandejas de plástico y los individuales de papel reemplazaron al mantel blanco y a la servilleta de género”.
Entonces me molesté un poco: “No tiene gracia que se libere la mujer a costa de que otro se esclavice”.

“Pero eso no es todo -continuó- fue en ellos también donde la familia encontró un remanso de paz, un espacio de tranquilidad sin los gritos y las peleas de los niños… que ahí no se oyen a causa del murmullo ambiental. Ese murmullo reemplazó la tertulia de la sobremesa y erradicó muchos complejos, como los que tenía uno cuando chica al oír hablar a los grandes, que la obligaban a quedarse callada porque ellos sabían más”.

“Lo que es yo, promovería un poco más ese complejo”, pensé.

Pero como estaba furiosa, no había forma de hacerla pensar: “El mall también es un espacio privilegiado para el cultivo de la imaginación; en él se puede descubrir de manera siempre novedosa todo lo que uno no tiene y que necesita. Y eso sin necesidad de comprar un libro, que es un objeto obsoleto y cuya adquisición es privilegio de la clase dirigente”.

“Para eso mejor bajar el impuesto al libro o crear más bibliotecas”, le dije mientras ella insistía:

“También desde el punto de vista psicológico el mall ha hecho sus aportes, porque ése es el lugar propicio para olvidarse de ideas desagradables sobre sí misma que se hacen evidentes en la tranquilidad del hogar: por ejemplo, que uno se aburre cuando está sola o que no está tranquila si no compra algo”

Pero fue lo que dijo para terminar lo que acabó por indignarme:

“En el fondo, el paseo dominical al mall mata de raíz los gérmenes de la excelencia, porque fortalece el sentido de pertenencia a la masa”.

Lo que es yo, feliz de prohibir por decreto el trabajo del domingo, a ver si así se recuperan algunas de las costumbres que tienen mis abuelos.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Mi intervención en la ONU

Trascribo literalmente.

Señor Presidente de la Organización de las Naciones Unidas:

Le pido disculpas por interrumpir esta reunión de manera tan abrupta; me comprometo a ser breve y a no abusar de los adjetivos en mi exposición.

Pero me ha parecido esencial tomar la palabra para complementar algunas de las ideas expresadas por el Presidente Piñera, en particular en lo relativo al capital humano de nuestro país, ese que él considera determinante para llegar a ser un país desarrollado.

Al respecto, me parece de toda justicia abundar en aquellas virtudes del chileno que- sin lugar a dudas- nos llevarán a buen puerto.

Para comenzar, debo decir que el chileno es un hombre relajado. No es extraño estar en la puerta de un local comercial o de un servicio estatal que abre a las 9 (según información impresa en la entrada) y recibir una advertencia del vecino: “Nooo… es que acá abren entre diez y diez y media”.

Tampoco es infrecuente llegar a retirar un documento el día y a la hora señalada, y recibir un reproche del funcionario por el hecho de no encontrarlo: ¡Por qué no llamó antes!

La cosa es que el chileno tiene nervios de acero porque no se altera con estas cosas. Y- estoy segura- esta fortaleza es uno de los baluartes que nos llevarán al desarrollo.

El chileno es además un gozador de la vida. Es el rey del café y del cigarro a media mañana, y no es raro que en horario de trabajo frecuente páginas en la web de todo tipo. Según las estadísticas de mi blog, los dos peak de visitas se producen a las 11 de la mañana y a las 4 de la tarde, entre los días lunes y viernes de cada semana. Dicen por ahí que la alegría de la vida mejora la productividad.

El chileno tampoco es de esos individuos constreñidos por los formalismos, es un hombre libre, que puede tirar una cáscara de plátano por la ventana sin ninguna clase de complejo y transgredir el orden de una fila sin remordimiento, aunque el que esté delante sea un niño o una señora de 90.

Es además un gran astuto. Si al conducir ve que el auto de adelante señaliza para insertarse en la fila por la que él transita, acelera de modo instintivo para no dejarlo pasar. Pero habemos algunos más astutos que ya no hacemos la advertencia para dejar al de atrás desprevenido y conseguir el objetivo.

El chileno es por definición un maestro chasquilla, que ‘le hace a todo’ pero no muy bien, y eso contribuye enormemente a la generación de nuevos empleos, porque por un mismo trabajo no es extraño que uno deba pagar tres servicios diferentes.

Es un hombre creativo, de pródiga imaginación, que sabe decorar con elegancia los muros de la ciudad y que no puede resistir la tentación de dejar impreso su sello personal cuando descubre por las calles alguna señalética que esté fuera del alcance visual de un carabinero. ¿Y qué es eso, sino innovación?

En fin, si hay algo de lo que nuestro Presidente puede estar seguro es de que si falla algo en la consecución del objetivo que se ha propuesto, no será precisamente el capital humano.

Por último, reitero mis disculpas por esta interrupción, pero me pareció necesario complementar lo dicho por el Presidente Piñera con una visión menos general y más concreta.

Si no era ahora ¿cuándo? Si no era yo ¿quién?

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Piñera y las niñas taimadas (publicado por El Mostrador)

Hasta ahora era de mal gusto andar sacando en cara que a uno no lo habían invitado a alguna fiesta, pero ahora que lo hizo Bachelet, yo voy a quejarme públicamente de haber sido excluida del encuentro que tuvo Piñera con algunas señoritas en Comunidad Mujer. Ya que se habla tanto de paridad, al menos una representante del neomachismo debió estar presente en ese evento.

Lo peor es que el Presidente ni siquiera se tomó la molestia de consultar mi opinión antes del encuentro. Extraoficialmente le habría dado algunos consejos acerca de lo que se puede y no se puede decir frente a un grupo de mujeres hipersensibles. Nadie como una mujer que ha tenido muchos post partos para entender la psicología feminista.

Es cierto que fue bastante deferente y dijo el tipo de cosas que ese grupo quiere oír. Por ejemplo, habló de la necesidad de que el hombre se incorpore más a lo doméstico (‘qué fresco’ debe haber pensado la Cecilia). También habló de las diferentes formas de discriminación que sufre la mujer y esa sola palabra opera como un bálsamo en la psicología feminista. Pero lo que me cuesta perdonarle es que haya dejado caer una pequeña falacia: dijo que en política las mujeres no son discriminadas porque son más votadas que los hombres. Y como tengo razones fundadas para pensar que Piñera es más perspicaz que yo, asumo que se dio cuenta de esa no es más que otra forma de discriminación.

Pese a todo, cometió algunas torpezas y dijo cosas inapropiadas en el lugar inadecuado. Y eso siempre genera rabietas. Por ejemplo, que el triunfo de la mujer no puede ser el fracaso de la familia. Una mujer normal tomaría eso como un piropo, pero una hipersensible se lo toma mal y piensa que se trata de una trampa. Y en esto hay que ser cuidadoso, porque quién sabe cuáles son las experiencias (reales o imaginadas) que les llevaron a pensar la relación entre los sexos en términos tan bélicos.

Lo peor es que eso no fue todo, porque a poco andar dijo otra aberración: que había una relación directa entre algunos males sociales y la familia (pobreza, delincuencia, etcétera). Y eso sí que no se puede decir. Uno puede hablar de culpas sociales, de deudas históricas pero por ningún motivo de culpas personales, y la familia es demasiado personal. No importa que Piñera pueda avalar en estudios de todo tipo y en el sentido común, la relación en cuestión. Eso no evitará que haya algunas que, olímpicamente, digan que la asociación es caprichosa.

En fin, a pesar de no haber sido invitada a ese almuerzo ni consultada acerca de la estrategia a seguir frente a un grupo humano complicado que conozco bien, me permito ofrecer un consejo a posteriori. Hay grupos cuya sensibilidad es imposible de satisfacer. Su susceptibilidad merece toda la comprensión del mundo, pero no se les puede tomar en serio a la hora de gobernar.

De lo contrario, Papá Estado tendrá que enfrentar cada día más taimas y pataletas. Y ahí sí que la vida de familia se pone difícil.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Defensa de los abiertos de mente que hacen bullying

La verdad es que no tengo ninguna autoridad moral para hablar de bullying porque nunca he sufrido ninguna forma de maltrato. Y esto por una razón muy simple: mis costumbres son las de la mayoría. La víctima de bullying es siempre alguno que se distingue un poco del resto, el gordo, el nerd, el conservador, qué sé yo.

Por eso mismo, voy a tratar de explicar el fenómeno desde mi posición de victimaria e intentaré hacer una defensa de todos aquellos que alguna vez hemos sido crueles.

La explicación, creo yo, viene de mi más tierna infancia. De esos años en que mi mamá me decía, una y otra vez, que tenía que ser abierta de mente. “Haga y piense lo que quiera -mijita- pero no se le ocurra pensar que lo que usted hace o piensa, es mejor o peor que lo que hace o piensa otro”. Y así una y otra vez hasta que acabó por convencerme.

Fue tanto lo que ella insistió en que no había nada que fuera ni bueno ni malo, ni admirable ni despreciable que me dejó sumida en la más profunda indiferencia.

La cosa fue seria, porque afectó mis estudios y mi carácter. Saber algo no tenía sentido. La única verdad posible yo ya la conocía, había que ser abierto de mente. Mejorar el carácter, tampoco. Mi hermano era ponderado y mi hermana tenía buen genio, pero para qué iba yo a esforzarme por imitarlos si al final ¡todos éramos iguales!

Mi situación iba de mal en peor hasta que mi mamá entendió que era urgente dar un vuelco en los principios rectores de mi educación. “Mire linda -me dijo- una cosa es que usted sea abierta de mente, y otra muy distinta que no tenga ni Dios ni ley. Así es que borrón y cuenta nueva y vamos a ponernos a educarla en serio”. Así fue como se evitó la catástrofe.

Pero el recuerdo entrañable de esos años en que mi sentido de autocrítica era igual a cero y en que lo único que obnubilaba mi inteligencia era mi propia sabiduría, me obliga hoy a manifestar toda mi comprensión por los abiertos de mente, también por los que practican alguna forma de maltrato e incluso por los que lo hacen en mi blog.

Es cierto que el hecho de ser abierto de mente no lleva de modo necesario a cultivar el bullying como forma de trato social. Una cosa es ser un perfecto apático -un plasta- y otra distinta divertirse a costa del maltrato ajeno. También es cierto que para llegar desde un extremo al otro hay que pasar por varios estadios intermedios. Pero el fanático no es otra cosa que una mutación absolutamente predecible del abierto de mente. Que los extremos se encuentran no es ninguna idea muy original.

Y aunque la figura del abierto de mente me resulte simpática por la solidaridad que demuestra con cualquier minoría que abogue por sus derechos particulares, me preocupa un poco su impaciencia con gente que pone en entredicho la idea de la que él es parásito; es una idea demasiado funcional, y en este sentido se comprende que se vaya de hacha contra el que la cuestiona. Pero a fin de cuentas, también tiene que respetar a la gente común y corriente… como yo.

viernes, 17 de septiembre de 2010

¿Son moralmente lícitas las huelgas de hambre? (Tribuna El Mercurio, 17 Septiembre, Joaquín García Huidobro)

En la lucha política tradicional, el destinatario de los ataques era siempre el adversario. Si la cosa pasaba a mayores, entonces la política se transformaba en guerra, pero se mantenía la idea de que el receptor del ataque era siempre el adversario. Esta lógica cambia con las huelgas de hambre. Aquí el primer daño lo sufre uno mismo, lo que les da una enorme grandeza.
La huelga de hambre de los mapuches, como la reciente de Guillermo Fariñas en Cuba o la del irlandés Bobby Sands, participa de esa grandeza. Sin embargo, no sólo podemos preguntarnos por el coraje que esconden. Hay una pregunta menos clamorosa, pero más importante: ¿Son esas huelgas moralmente lícitas? ¿Basta con que uno tenga un motivo noble para que su huelga de hambre esté justificada?

Nos referimos a las huelgas de hambre en sentido estricto, donde uno está dispuesto a morir si no se accede a sus demandas, no a los ayunos políticos de protesta, más o menos prolongados. La diferencia es muy relevante, porque en las huelgas de hambre estamos hablando de suicidio. Y no de una simple amenaza de suicidio, porque en ellas se ejecutan uno por uno los actos que llevan a la muerte. Es, por decirlo así, un suicidio gradual, que tiene la peculiaridad de que puede ser interrumpido, pero eso no cambia su carácter: también tiene un propósito homicida quien encierra a una persona y la deja morir de hambre, aunque mientras esa muerte no se produzca el homicida tiene la posibilidad de arrepentirse.

La huelga de hambre implica una intención suicida condicional: “Si realizas tal cosa entonces suspendo mi proceso suicida”. La estructura es semejante a la que emplea el asaltante que dice (en serio) “la bolsa o la vida”. Él preferiría que le dieran la bolsa por las buenas, pero si no se la entregan está dispuesto a matar. Naturalmente, la analogía se refiere sólo a la condicionalidad de la amenaza, porque los motivos de la huelga de hambre son infinitamente superiores a los de un delincuente.

La huelga de hambre es mala por muchas de las razones que hacen que el suicidio (consciente y libremente elegido) sea malo. Para Wittgenstein, que estuvo asediado muchas veces por la tentación de quitarse la vida, el suicidio es el acto inmoral por excelencia: “Si el suicidio está permitido, entonces todo está permitido”, decía. El huelguista instrumentaliza su vida como un simple medio para otra cosa.

Algunos, sin embargo, objetan que los huelguistas de hambre no deben ser asimilados a los suicidas, sino a los héroes o a los mártires. ¿No hizo lo mismo Eric Gutiérrez, que hace unos días, en Curicó, salvó a unos niños que estaban sacando un volantín de la línea férrea, pero, al hacerlo, fue succionado por el tren y falleció? El parecido entre este héroe y los huelguistas es sólo aparente y se resuelve respondiendo a una pregunta: ¿Qué hacía Eric? Salvar la vida de dos niños. ¿Qué hacen los huelguistas? Llevar a cabo una serie de acciones (mejor dicho “omisiones”) que los llevarán a darse la muerte. El conseguir justicia para el pueblo mapuche no es “lo que” hacen, sino el “para qué” lo hacen. A Eric lo mató el tren. A los huelguistas, si mueren (confiamos en que prime la sensatez y se resuelva pacíficamente este drama), no los mata nadie: se matan ellos mismos.

Quedan, además, dos preguntas importantes, que no responderé. ¿Hay otras razones que llevan a que la huelga de hambre sea moralmente ilícita, aunque admiremos la firmeza de carácter de los huelguistas? ¿No es una forma indebida de apremio, como la que hace un padre ante su hijo drogadicto cuando le dice “si no dejas la droga me suicido”? La otra pregunta es: si bien todas las huelgas de hambre son ilícitas, ¿es lícito forzar a los huelguistas a alimentarse, como cuando la policía sujeta al suicida que está a punto de arrojarse de un alto edificio?

lunes, 13 de septiembre de 2010

El conservador culposo del Bicentenario (publicado por El Mostrador)

El conservador del Bicentenario es un tipo bastante especial. Durante los últimos 20 años ha sufrido transformaciones tan significativas, que a veces es difícil reconocerlo. Se ha vuelto una especie de híbrido que Lavín llamaría ‘conservadorista-progresista’. Aunque es posible, también, que los cambios los haya sufrido el progresista. De todos modos, no creo que por ahora esté en riesgo de extinción, porque desde el punto de vista reproductivo suele ser bastante prolífico.

Para empezar, el conservador del Bicentenario es un personaje que tiene el SCC (síndrome del conservador culposo) y eso hace que sea difícil tomar en serio lo que dice: la convicción es siempre más persuasiva que el complejo de inferioridad.

La cosa es que el conservador en su versión 2010 se siente culpable de ser lo que es, y por eso toma los piropos que recibe del mundo progresista como si fueran ofensas. De ahí que se disculpe, por ejemplo, cuando le dicen que sus costumbres y su moral son las de la elite, como si fuera mejor tener las del lumpen. De ahí también que se defienda cuando lo llaman conservador como si se hubiera hecho referencia a su propia madre.

Pero hay que ser comprensivo con él. A fin de cuentas, el conservador tiene una idea bastante más exigente de lo que es ser bueno que la que tiene el progre; y por lo mismo, tiene más conciencia de sus culpas. Sabe- si se conoce un poco- que entre lo que cree y lo que hace hay un abismo profundo. El progre en cambio vive más relajado porque le basta con ser consecuente consigo mismo y por eso es natural que sea menos escrupuloso. No es lo mismo cargar con una culpa directa (como las que carga el conservador en su conciencia) que con la responsabilidad de lo que hicieron los españoles hace 200 años o la sociedad hace 100. En fin, valga esto como atenuante para él…

Quizá esto explique también por qué sea tan difícil el diálogo entre conservadores y progresistas, porque mientras los primeros están seguros de lo que creen, los segundos se sienten seguros de sí mismos: uno habla desde la verdad, el otro desde el Olimpo de su superioridad moral. Como decía mi hermano, que es un poco extremista: “El conservador cree que el progresista es tonto y el progresista piensa que el conservador es malo”. Es de esperar que esté equivocado, porque la maldad tiene remedio pero la tontera no.

El asunto es que el conservador Bicentenario es- además de acomplejado-absolutamente torpe en materia comunicacional, y ese es un lujo que no puede darse ninguno que tenga instinto de autoconservación. Es comprensible, porque el conservador tiende a dejarse absorber por su trabajo y mientras él hace cosas, el progre hace ‘gestos’. “Hacer las cosas con sentido de urgencia”, dirá el conservador. “Empatizar con la sensibilidad del pueblo”, dirá la progre. El patriotismo obliga a lo primero- es cierto- pero la astucia a lo segundo. Baste con analizar las encuestas para convencerse.

En todo caso, el conservador debiera sentirse más seguro de sí mismo. A fin de cuentas, es el progre el que ha tendido a conservadorizarse. Que Fidel diga que “el modelo cubano ya no funciona ni para nosotros” es un síntoma. Pero eso no dispensa al conservador de un trabajo pendiente que es complejo (porque el progre es duro de cabeza): convencerlo de que su cosmovisión tampoco funciona. Y para eso, más autoestima y menos desprecio por los asesores de imagen.

domingo, 12 de septiembre de 2010

A Karem Acapi, comentarista de mi blog

Estimada Karem Acapi:

Hay cosas que callé por obvias, en mi mal titulado texto, Mapuches malcriados y que quisiera explicitar sólo en consideración a ti.

Para empezar. No discuto que la llamada ‘Pacificación de la Araucanía’ fue una masacre y un acto de despojo de los mapuches. Es un hecho histórico, pero que condicionó la situación actual de tu pueblo, que en la actualidad es de alta vulnerabilidad. Y eso- creo yo- merece atención especial del Gobierno.

Hay sin embargo, algunos puntos que yo quise destacar en esa columna, aparentemente escrita en un lenguaje demasiado sutil e irónico, dada la contingencia en medio de la cual fue escrita. Haré un esfuerzo por responderte sin utilizar esos recursos.

El problema, creo yo, tiene cuatro derivadas, y me interesaría saber cuál es tu manera aproximarte a ellas:

La primera tiene que ver con la pregunta acerca de si quemar casas o fundos para causar terror es o no un acto de terrorismo. La respuesta no puede ser una respuesta dada a partir de la situación de los mapuches, debe ser una respuesta general. Porque si decimos ‘no, no es un acto de terrorismo’, el día de mañana podemos tener a un grupo de nazis quemando Sinagogas o a un pastor haciendo quemas de libros sagrados… y habrá que tratarlos como a delincuentes comunes. A mi juicio estamos hablando de terrorismo; si viene de un grupo o de otro, da igual: es terrorismo y hay que sancionarlo como tal. No se trata de niñitos castigados porque el profesor les tiene mala, ya lo decía en mi texto anterior.

Por lo mismo, y esta es la segunda derivada, me parece inaceptable que el gobierno entre en diálogo con estos violentistas. Sí, esos a los que yo llamo malcriados por los métodos que utilizan para conseguir las cosas. Me parece que ellos no merecen ser interlocutores del problema mapuche. Perdieron ese derecho por los delitos que cometieron, y cualquier señal que dé el gobierno en sentido contrario me parece equivocada. Si lo piensas así, llamarlos malcriados es suave. Lo que no entiendo es por qué la mayoría, que muy probablemente se parece más a ti que a ellos, no condena de modo más enérgico las actitudes de los comuneros que hoy están en prisión. Eso reforzaría la causa que defienden, en mi opinión.

La tercera derivada del problema tiene que ver con lo que yo llamo privilegios o trato preferente. Creo que está demás decirlo, pero por si acaso: tener privilegios no es lo mismo que tener una vida privilegiada. Creo que los mapuches han sido objeto de tratos preferentes, no que hayan tenido una vida privilegiada. Tú me dices, en tu comentario, que no es así; que se trata de los mismos derechos que tienen todos los chilenos, pero que por razones políticas se les ha añadido el apellido ‘indígena’. Pues bien, es justamente esa estrategia política la que yo condeno. No objeto que se les concedan privilegios si viene al caso (de otra forma, yo tendría que quejarme porque no puedo postular a un subsidio habitacional), objeto más bien que eso se haga en razón de la etnia a la que pertenecen. Es una sutileza, lo sé, y abundar en este asunto me llevaría demasiado tiempo. Es justamente una de las cosas que quería discutir.

Para terminar, una pregunta que yo me hago y acerca de la cual no tengo todavía una posición asumida ¿Es moral utilizar una huelga de hambre como mecanismo de presión? La respuesta también debe ser única. Válida tanto si ella se realiza en el gobierno de Piñera o en el de Fidel. En principio, puedo decirte que me parece éticamente reprobable.

En fin, es todo lo que quería decirte, y para terminar, mil disculpas si te ofendí, nada más lejos de mis intenciones. Saludos,

Tere Marinovic

viernes, 10 de septiembre de 2010

Mapuches malcriados

“Una cucharadita por el papá…otra por la mamá…” La escena enternece, si no fuera porque el que sostiene la cuchara es Piñera y el que no quiere comer, un mapuche malcriado.

Sí, malcriado, porque se acostumbró a conseguir lo que quería de cualquier forma. Es bueno recordarlo: los mapuches en huelga son personas que han actuado al margen de la institucionalidad, por decir lo menos. Tomas ilegales y cuasi delitos de homicidio son algunos de los hechos que se les imputan. En fin, no son niñitos castigados porque el profesor les tiene mala.

No discuto su derecho a pedir que no se les aplique la justicia militar. Esto me parece razonable. Tampoco quiero estigmatizar a los mapuches en general (prefiero decirlo expresamente, antes de exponerme a todo tipo de ataques por la web). Pero esa no es razón que justifique la utilización de un mecanismo que se puede llamar, con todas las de la ley, manipulación. Sobre todo cuando ese mecanismo lo ejercen personas que han cometido delitos.

Lo extraño no es que ellos usen esas herramientas que están al margen de la ley: las han usado siempre a juzgar por la situación en que se encuentran; sino que el país entero esté de rodillas pidiéndoles que coman, cosa que yo no haría ni con mi hijo de tres, si para hacerlo el príncipe pusiera condiciones.

En fin, hay cosas que yo no entiendo, porque para mí hay sólo dos salidas: o se les obliga a comer, o simplemente se les permite ayunar. Tal como dice su abogado, es una protesta pacífica y éticamente debe ser respetada. De acuerdo, siempre y cuando después no se cargue a otros con las consecuencias del mecanismo de protesta que ellos quisieron utilizar. Pero jugar con ellos al avioncito, por ningún motivo.

Lo más insólito es que ahora los mañosos no son sólo un grupo de mapuches, sino 4 diputados de oposición. Sí, diputados, los mismos que hacen leyes. Es sabido que la conducta de los niños malcriados tiende a sentar precedente entre sus hermanos, pero uno espera que haya algunos que se comporten de modo más o menos sensato, sobre todo los que tienen obligación directa de conocer las reglas de la casa.

A veces, cuando los niños han sido mimados, pasan estas cosas. Y claro, los mapuches han sido objeto de tanto trato preferente que a algunos de ellos se desubicaron: justo los que han hecho las cosas de la manera que no debían. Sí, han tenido un trato preferente en lo que se refiere al otorgamiento de tierras, a becas de educación y hasta de consideración hacia su idioma en todos los servicios públicos.

Yo no tengo nada en contra del pueblo mapuche. Es verdad que su cultura me resulta lejana porque es un poco machista (mientras el hombre se prepara para la guerra, la mujer se lleva toda la carga del trabajo productivo). Es verdad también que son polígamos. Allá ellos con sus costumbres, pero nada justifica que se los trate con privilegios que no tenemos el resto de los chilenos.

Debo decir que hay entre los mapuches algunos que pertenecen, por razones de pobreza, de educación y de falta de oportunidades a los grupos más vulnerables de la sociedad. Y esto, evidentemente, justifica tratos excepcionales como los que tienen todos los chilenos que se encuentran en esa condición. El punto es que esa excepción debe hacerse en virtud de su vulnerabilidad no en virtud de la etnia a la que pertenecen.

martes, 7 de septiembre de 2010

El glamour llegó al Sernam (publicado por El Mostrador)

La Ministra Schmidt está entre los tres Ministros mejor evaluados del Gobierno. No me extraña, es la primera mujer del Sernam que no hace gala de todos los defectos que caracterizan a la feminista rabiosa.

Para empezar, es buenamoza, lo cual debería haber sido requisito sine qua non para dirigir esa cartera. Puede que yo sea frívola, pero si vamos a tener un Ministerio de la Mujer, cosa que ya es ridícula, lo menos que se puede pedir es que quien esté a su cargo sea una mujer atractiva que represente, si no lo que somos las mujeres, al menos lo que queremos ser.

Pero eso no es todo; además de buenamoza, los modales de la Ministra son suaves, nada que ver con los de las mujeres de la campaña ‘Maltrato Cero’ del Gobierno anterior, que deben haberle dado susto hasta a sus maridos, si es que lo tenían.

En una demostración de inteligencia, su discurso sobre la mujer no viene de la trinchera opuesta a la de los hombres. Muy por el contrario, sutilmente los llama a ellos a participar más del mundo de lo doméstico. Hace poco le oía decir: “la incorporación de la mujer al trabajo no ha sido como la del hombre al hogar”. Capaz que hasta convenza a algún hombre y que la famosa igualdad de oportunidades sea un hecho. Buena forma de ganar ventaja y de zafar también.

A diferencia de sus antecesoras, la Ministra no usa palabras exóticas del tipo ‘femicidio’; palabras que, dicho sea de paso, no son convenientes para el género. Ya veo que se empieza a hablar de ‘femi-choque’ para dar cuenta de esos roces sutiles que las mujeres solemos hacerle al auto; o de ‘femi-sobregiros’ para esos errores de cálculo que cometemos a veces al usar la tarjeta de crédito. Como no tiene complejo de inferioridad, la Ministra no pretende alcanzar objetivos a costa de ninguna forma de discriminación.

A veces uno quisiera que no fuera tan delicada y que tuviera menos consideración por la sensibilidad progre, pero no estoy segura de que no sea uno de ellos.

De lo contrario no habría pedido disculpas públicas por una minuta que decía obviedades sobre la sexualidad adolescente: que convenía promover la abstinencia sexual hasta el matrimonio (sí, sólo promover, nada de lapidar al que tome un camino diferente); abstinencia que, dicho sea de paso, resuelve varios de los problemas que enfrenta hoy ese grupo etario.

Si no fuera un poco progre, tampoco se habría escandalizado tanto con la otra minuta- la del Intendente- que decía otro par de obviedades sobre lo inapropiado y chocante que resulta ser atendido por una funcionaria pública disfrazada de femme fatale.

De todos modos creo que hay razones de peso para aprobar la gestión de la Ministra. Es cierto que se le oye hablar poco del problema de la natalidad, poco también de medidas concretas de fortalecimiento de la familia, pero es comprensible: está tan entusiasmada con el trabajo de la mujer que, en una de esas, no ha captado que ahí está la causa de los dos grandes problemas.

El gran error de este Gobierno (no de la Ministra, por supuesto), es que olvida que el pueblo chileno es mucho más conservador de lo que nos hizo creer la Concertación.

sábado, 4 de septiembre de 2010

El oprobio de ser empresario

Lo menos que se puede decir de la figura del empresario es que goza de poco prestigio social. Es obvio, cualquier crítica que se lance contra él es fácil y rentable porque toca al pequeño resentido que cada chileno lleva dentro de sí.

A mí- en cambio- el empresario me resulta simpático. No porque yo esté libre de la envidia, sino fundamentalmente por una cuestión práctica: no voy a morder la mano que me da de comer. Si emprender pasa a ser un oprobio social, capaz que en poco tiempo más muchos políticos e intelectuales nos veamos obligados a trabajar en serio, y eso yo no lo quiero para mí.

Además, el emprendedor es lo más parecido que existe a un súper héroe, porque eso de enfrentar a diario la burocracia estatal requiere de un valor y de una tenacidad que tienen pocos. Cualquiera que deba hacer una gestión simple que dependa de un servicio del Estado debe armarse de valor, porque sabe que puede ser víctima de las arbitrariedades más absurdas o, en el mejor de los casos, de la indolencia más exasperante de un empleado que no sabe bien ni para qué ni para quién trabaja. Pero el empresario debe enfrentar a este archienemigo a diario, y eso ya es suficiente para que esté en condiciones de exigir respeto de parte de sus compatriotas.

En todo caso, hay que reconocer que el empresario es un súper héroe un poco torpe, porque después de llenar de riqueza las arcas fiscales gracias a los impuestos que paga, después de dar empleo y ayudar con eso a que disminuya la pobreza y la delincuencia, acepta impertérrito que lo traten como al malo de la película.

No quiero restarle a Bachelet el crédito por eso de la ‘red de protección social’, pero ¿qué mérito se les concede a los empresarios que hacen posible, en buena parte, la existencia de esa especie de cama saltarina? Ninguno. Los dulces que caen de la piñata estatal no son como el maná, y dependen de que haya algunos que se dediquen a generar empleo y riqueza; y eso, lamento decirlo, es lo que hace el empresario.

Que hay empresarios explotadores y ladrones, puede ser; pero no veo de dónde sale la idea de que ellos tienen el monopolio de la maldad. Esto es tan absurdo que sólo puede tener su origen en alguno que no se conoce mucho a sí mismo. Es verdad que el afán de lucro puede a veces ser desmedido, como desmedido puede ser también el afán de poder o de reconocimiento social. En fin, no sé qué gremio puede considerarse libre de toda culpa.

Por eso, el único gran defecto que tiene la clase empresarial, y que lo tiene en exclusiva, es que no se preocupa de cuidar su imagen. Está tan acostumbrada a depender de su esfuerzo y no de su popularidad que no toma cartas en el asunto.

Poco importaría, si el desprestigio de ciertas actividades no tuviera costos sociales, pero los tiene. Nadie quiere ser profesor, ni nana, ni mamá que cuida a sus hijos; y no por falta de incentivos económicos, sino fundamentalmente porque en la escala social esas funciones ocupan los últimos lugares. Sería terrible si pasara lo mismo con los empresarios.

Gobierno y medios de comunicación no pueden dejar de considerar su responsabilidad en lo que se refiere a la instalación de ciertas ideas, que por lo demás son socialmente convenientes. Sobre todo teniendo a la vista que la mayor parte de los éxitos de la Concertación tiene que ver con esto, y no precisamente con la aplicación eficiente de políticas públicas.

De lo contrario, acabaré por pensar que un amigo mío tiene razón, cuando dice que la Derecha no tiene pensamiento.

viernes, 27 de agosto de 2010

Spike, el indio pícaro y la gran ilusión (publicado Revista Qué Pasa)

Me gusta el humor del absurdo, y si no fuera porque no es broma, me causaría risa que ‘Spike’ (el rostro de la campaña publicitaria de Lipigas) lleve la delantera en la votación que determinará lo que debe contener la Cápsula del Bicentenario de la Alcaldía de Santiago.

El asunto es anecdótico, pero puede ser útil para mostrar a los absurdos que se puede llegar cuando la elección popular se transforma en el mecanismo estrella para decidir todo tipo de cosas (Es un dato que también puede interesarle al Ministro Lavín, porque si lo que tenemos es falta de materia gris, no tiene mucho sentido preocuparse tanto de la calidad de la educación).

La cosa es que ni Spike ni el indio pícaro tienen nada que temer. El alcalde Zalaquett ha dicho que respetará los resultados de la votación; mal que mal, lo que está en juego es un deber sagrado.

Puede que yo me lo esté tomando demasiado en serio. Estamos por comenzar con los festejos del Bicentenario, y en una de esas éste ha sido un adelanto de los espectáculos circenses que tendremos en Septiembre. Además, venimos saliendo de un período eleccionario y con tanto candidato mendigando votos y aprobación, es imposible no creerse el cuento de que uno es importante y que puede opinar y decidir lo que sea.

Es que la democracia tiende a generar una dulce ilusión: la de que todos somos iguales. Y su conclusión práctica más directa es que no hay nada que justifique que lo que yo piense, decida o haga merezca menos consideración que lo que piensa, decida o haga cualquier otro.

Es una ilusión, y por eso creemos en ella sólo por momentos; por ejemplo, cuando en alguna comparación llevamos todas las de perder (es lo que me pasa cuando mi marido me dice que soy tan linda como la Bolocco). El resto del tiempo nos aferramos a la realidad más evidente: somos francamente muy superiores al resto.

El problema de esta idea que flota en el ambiente es que impide echar pié atrás cuando se ha cometido la torpeza de someter a votación algo que debía definirse de otra forma. Porque hay sensibilidades de por medio: la de Spike, la del indio y para más remate, la de los votantes. Que Spike y el indio pícaro se vayan a pique no es tan grave, pero quién sabe cuántas otras cosas se vayan a determinar de esta manera.

Lo terrible es que hay algunos que se empeñan ¡y en serio! por hacer realidad la ilusión de la igualdad. Y es terrible porque si de nivelar se trata, el movimiento es siempre descendente. La única estrategia posible, entonces, para conseguir la nivelación es aboliendo cualquier asomo de excelencia (nada como el Estado para conseguirlo). Por eso, uno puede perdonar que alguien recurra a la idea de que somos iguales cuando ve amenazada su autoestima, pero más que eso…

Yo cortaría por lo sano y enterraría a Spike, al indio pícaro y a varios más de los candidatos, pero no en la cápsula sino en algún lugar que asegure su descomposición.

Aunque a decir verdad, puede que sirva de advertencia a las futuras generaciones.