jueves, 31 de marzo de 2011

Los Intocables (publicado por El Mostrador)

Celebro que el CNTV haya sancionado a Chilevisión por una rutina humorística que me pareció grosera, sin gracia y abiertamente ofensiva contra los homosexuales; y me avala el hecho de que en su momento lo hice notar vía Twitter, mientras probablemente muchos otros se reían. Pero no celebro el veto sobre la posibilidad de debatir el tema. Y es que aparentemente, yo habría incurrido en el mismo pecado del canal televisivo hace pocos días, cuando haciendo un sondeo para mi columna, decidí escribir en ese mismo medio, que “la homosexualidad es una enfermedad”. Porque la verdad es que no sé  desde cuándo, decir que alguien padece una enfermedad es un escarnio; como tampoco sé en qué momento fue que las verdades científicas se transformaron en dogmas de fe.
El hecho es que los sacerdotes pueden ser llamados indiscriminadamente criminales, pedófilos y abusadores; los empresarios: ladrones, calculadores y explotadores; los políticos: mentirosos, corruptos y ambiciosos. Pero los homosexuales no, porque ni con el pétalo de una rosa se les puede tocar. Es por eso que si hubiera que rebautizar a ese gremio, yo lo llamaría el de los intocables, sobre todo después de ver la reacción que genera un comentario inocente, expresado sin ningún atisbo de mofa y que, por lo demás, no dice nada de los homosexuales que constituya de por sí un vicio moral ¡Porque padecer una enfermedad no tiene nada de malo!
Admito que la palabra enfermedad se me puede cuestionar porque remite a un ámbito que desconozco, el de la medicina; y porque me obliga a dar pruebas empíricas que no tengo. Pero el que afirme lo contrario tampoco puede tenerlas. Para saber si algo es o no enfermedad o si está dentro de los límites de la normalidad, hay que hacer consideraciones que no son sólo científicas, sino también antropológicas (salvo, obvio, que la palabra enfermedad se tome en un sentido muy restrictivo como el que se usa para hablar de una gripe).

No ignoro que en 1973 la American Psiquiatric Association sacó la homosexualidad del listado de enfermedades mentales. Tampoco desconozco que las sociedades profesionales de otros países fueron haciendo lo mismo. Sin embargo, el solo hecho de que antes la hayan considerado así deja un razonable lugar a la duda y justifica una investigación desapasionada, que hoy nadie se atreve a hacer. Además, me consta también que todavía hay profesionales que disienten de esta medida y que la ciencia muere cuando deja de cuestionar sus paradigmas[1].
Estoy dispuesta, no obstante, a conceder que la homosexualidad no es una enfermedad (por la ambigüedad del término y porque me obligaría a profundizar demasiado en cuestiones filosóficas), siempre y cuando se me permita decir que se trata de una anomalía, una disfunción o como se le quiera llamar a algo que no anda bien o que no anda como debe.

Aunque en rigor, esto no es algo que diga yo, ni Dios (que por esta vez puede ser eximido de opinar), sino la Madre Naturaleza. Sí, esa pequeña diosa que se invoca cuando de hidroeléctricas se trata y cuya voz están todos prontos a oír. Ésa que es objeto de culto y que explica la consternación mundial que se produce cuando un futbolista no tiene mejor idea que hacerle un puntete a una lechuza.

Porque es la Naturaleza ¡y no la religión ni los prejuicios occidentales! la que le hace notar al ciudadano de a pie que, extrañamente, los órganos femeninos y masculinos son complementarios. Es ella la que le dice que lo normal es orientarse hacia el opuesto y no hacia el igual. No deja de ser sintomático, a propósito de esto, que Susan Sontag (una conocida lesbiana) se preguntara en su diario íntimo si ella era realmente una homosexual o simplemente una narcisista.

La que realmente discrimina por tanto ¡y de una manera brutal! es la Naturaleza; es ella la que priva a los homosexuales de una cosa tan natural como intrínseca al amor como es la posibilidad de crear o de dar vida. Es ella- y no yo- la que fija la norma. Que no se llame ecologista, entonces, el que no quiera oír su voz.

Obviamente, cuando hablo de anomalía o de disfunción tengo como referencia una idea de normalidad que no se identifica con lo mayoritario, en cuyo caso habría que decir, por ejemplo, que los colorines son anormales; por normal entiendo más bien todos esos comportamientos que llevan las cosas a su propio desarrollo. Y si puede haber desórdenes en la alimentación, puede haberlos también en la sexualidad[2] No veo qué hay de malo en plantear el debate.
Me sorprende, por otra parte, el doble estándar de la opinión pública en esta materia, porque hasta ahora no he oído a nadie rasgar vestiduras cuando sale alguno cuestionando el celibato por antinatural. Hay personas que sostienen esta tesis, hay también libros sobre la materia y no he oído a nadie vetar el derecho a hacerlo. Si la misma objeción recae sobre la homosexualidad, en cambio ¡Sálvese quien pueda!
¿Qué los homosexuales sufren injusticias y que por años han sido víctimas de toda clase de burlas? Lo sé y lo condeno ¿Qué merecen tanto respeto como cualquier ser humano? No podría pensarlo de otra manera en mi condición de católica e individuo racional ¿Que tienen derecho a vivir como quieran? Nadie se los niega ¿Que muchas de las grandes creaciones humanas han sido obra homosexuales? Qué duda cabe. 
Pero que el solo hecho de decir que la homosexualidad es una enfermedad, dé origen a comentarios como “Eres la prueba viviente de que el aborto se justifica”, “Tendrás tu castigo cuando la vida te premie con un pariente colita” o “El mundo sería un lugar feliz si no existieran personas como tú”, indican que más allá de la diferencia de opiniones, hay un grupo cuyo poder supera al de cualquier transnacional. Y hay otro grupo que, con total falta de discernimiento, le rinde pleitesía. Y de este último grupo, yo al menos no voy a formar parte.



[1] En 1972 un enmascarado de apellido Fryer dio un discurso en la
convención de psiquiatras. Lo hizo para ocultar su identidad, y por la misma razón usó un distorsionador de voz. Este dato aparece en un artículo publicado por Springer, un consorcio alemán de revistas científicas. El dato está también en Wikipedia http://en.wikipedia.org/wiki/John_E._Fryer .Antes de 1973 había habido protestas y Spitzer dijo, después, que había habido presión para desclasificarla. Si esto no es un lobby político llevado a cabo por científicos, insto a quienes piensan lo contrario a argumentar o a mostrar cuáles fueron los experimentos o evidencias científicas que demuestran lo contrario.

[2] Estudios comparados de EEUU, Holanda y Nueva Zelanda (el primero un país donde hay discriminación y los otros dos, donde no) demuestran que la prevalencia de enfermedades mentales de los homosexuales no es mayor en el país donde hay discriminación. Es decir, que la asociación entre homosexualidad y enfermedades mentales o conductas autodestructivas no se puede hacer a partir de la falta de aceptación social. Ross, M.W. (1988): Homosexuality and mental
health: a cross-cultural review. J. Homosex. 15(1/2), 131-152.). Bailey, J.M. (1999): Commentary: Homosexuality and mental illness. Arch. Gen. Psychiatry. 56, 876-880.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Tolerancia Cero (Publicado por El Mostrador)


Nadie duda del carácter de víctimas de los querellantes en el caso Karadima: ni la justicia, ni la opinión pública, ni la Iglesia; y por eso fue el mismo Vaticano el que emitió un fallo contundente en este caso, análogo al de cualquier tribunal civil. Nadie duda tampoco de que el proceder del Cardenal fue inaceptable: ni católicos, ni ateos ni el mismísimo Errázuriz; y por eso se disculpó por no haber creído el testimonio de las víctimas.

En eso todos estamos de acuerdo, pero el caso está lejos de estar cerrado porque quedan todavía cuestiones importantes que resolver.

La primera de ellas es si el Cardenal fue negligente ante las acusaciones o derechamente, un encubridor de los hechos. A mí me cuesta creer esto último, pero hay derecho a investigarlo; y aunque se tratara sólo de una omisión de deberes, no deja por eso de ser grave dado el tenor de las acusaciones. Lo paradójico es que quien le niega el beneficio de la duda llamándolo de antemano “criminal” es justamente uno que se queja de no haber sido considerado fiable al momento de dar su versión de los hechos.  

La segunda cuestión abierta, y la más preocupante, tiene que ver con la posibilidad de que Karadima no sea sólo Karadima. Se trata de una hipótesis fundada, pero como hay contenida en ella una grave acusación, las normas de prudencia al momento de expresarla tienen que ser extremas. Esta fue la precaución que Hamilton no tuvo en el programa Tolerancia Cero, y junto con decir que no tenía pruebas concretas, afirmó que en la Iglesia había muchos obispos homosexuales y abusadores. No se trata de amordazar a nadie ni de cultivar el secretismo, sino simplemente de no acusar directamente sobre la base de especulaciones; razonables, si se quiere, pero especulaciones. Fue eso, justamente, lo que Eichholz le advirtió a Hamilton durante el programa, después de que éste hubiera lanzado ya sus acusaciones.

Como se trata de una víctima, la parcialidad del médico o su ímpetu pueden ser comprensibles; pero cuando la opinión pública hace gala de la misma falta de objetividad, cuando los sacerdotes pasan a ser por definición unos abusadores; cuando un panelista es tildado de gangster porque llama a su invitado a la responsabilidad, cuando hacer cualquier matiz implica estar del lado oscuro de la fuerza… entonces la cosa es seria y preocupa porque excede el ámbito del caso concreto.

Y lo excede porque revela deficiencias serias en materia de debate y demuestra la forma que tiene la opinión pública de enfrentar los temas: o se está a favor de la víctima, o del victimario; o se es inmaculado, o perverso; o es blanco, o negro. El debate se resuelve entonces en dilemas extremos y lo que podría dar origen a una reflexión seria se transforma en una capotera hacia el que es capaz de hacer algún matiz, cosa que es lo mínimo que se le puede pedir al que oficia de analista.
           
No sé si sea por fanatismo o tontera, por falta de objetividad o abierta odiosidad, pero yo diría que, por lo menos, por tolerancia cero.



miércoles, 16 de marzo de 2011

Piñera y el pecado de ser hombre de acción ¿Frivolidad, esnobismo o mera estupidez? (Publicado por El Mostrador)


Hace poco más de un año que sigo con especial atención todas las críticas que se le hacen al Gobierno y especialmente al Presidente.

Que no ha hecho grandes reformas y que le falta prestancia es lo que dice la derecha; que su gobierno no tiene narrativa y que prima la tecnocracia, lo que reclaman intelectuales de izquierda; y los analistas, que se sobreexpone, que no comunica y que es torpe en materia política.

La personalidad de Piñera ha sido durante todo este año el blanco preferido de la crítica. En parte porque él es en esencia un improvisador cuando de administrarse a sí mismo se trata; pero también porque el debate nacional suele ser frívolo, intelectualmente esnob o simplemente estúpido.

De otra forma no se explica que durante todo el año se haya apuntado a la cosa menor, a la chambonada, como me decía ayer un amigo, mientras sólo de refilón (y como si se tratara de una cuestión menor) se hiciera referencia a uno de los rasgos más sobresalientes de Piñera: su evidente superioridad para los efectos de llevar las ideas al plano de la acción.

Esnobismo intelectual. Sí, porque el Presidente no tiene que ser necesariamente un buen narrador. Los relatos maravillosos que oímos de labios de Lagos, esos sueños republicanos y su siempre inspiradora visión de país sirven de poco si no se pueden llevar a la práctica. Fue justamente capacidad ejecutiva la que le faltó al ex Mandatario al momento de diseñar el Transantiago y falta de capacidad ejecutiva también la que mostró su sucesora cuando no pudo tomar decisiones de sentido común la madrugada del 27F.

Frivolidad, porque a fin de cuentas no estamos en Alemania, donde el tema de la eficiencia, del trabajo bien hecho o del sentido de urgencia puedan darse por descontados. Hace poco tiempo un empresario me decía que gastaba más de la mitad de su día batallando para que las personas cumplieran con los compromisos que tenían con él y el problema es que esto redunda no sólo en la productividad, sino principalmente en la vida de cada persona.

Pero el debate ha reflejado también estupidez porque nadie se ha dado cuenta  de que no es justo pedirle a Piñera que dé, lo que la sociedad de consumo no presta. La política es interesante y a mí me apasiona… pero no lo es todo y no puede suplir la falta de sueños, de ideales y de sentido de la vida que cada vez más caracteriza nuestra existencia.

Por eso, yo puedo conceder que Piñera es desprolijo cuando se trata de la gestión de su propia persona y reírme como cualquiera cuando celebra solo los 500 años de independencia o cuando percibe, solo también, un terremoto el 26 de septiembre…  también puedo conceder que su Gobierno no ha sido capaz de poner en palabras o de llevar al discurso sus propias fortalezas.

Pero de ahí a hablar de su eficiencia o del énfasis que ha puesto su Gobierno en la gestión como si se tratara de un pecado… de ahí a acá está el límite que separa la objetividad de la pura y simple tontera.


miércoles, 9 de marzo de 2011

Lo que no se dice sobre el post natal (publicado por El Mostrador)

Absolutamente brillante y perfectamente inútil, así calificaría yo el proyecto de ley del post natal.

Brillante porque si se trataba de dejarlos a todos contentos, las cosas no pudieron haberse hecho mejor. De otra forma no se entiende que la oposición no encontrara nada mejor que asumir la defensa de las mujeres que ganan más de 30 UF al mes (es decir, de las más ricas del país). Si no fuera porque el proyecto se pensó bien, la Concertación hubiera encontrado una causa más acorde a su discurso.

Brillante porque todos quedaron contentos, comenzando por ese pequeño socialista que cada chileno lleva dentro de sí y que piensa debe tomar decisiones en nombre del pobre mientras se reserva el derecho a decidir cuando se trata de sí mismo. Ese que conmueve con su discurso romántico sobre la educación y la salud pública, mientras lleva a sus hijos a los mejores colegios privados y a las clínicas más pitucas del país. El mismo que ahora le da a las mujeres más ricas un margen de decisión, mientras se lo niega a las más pobres.  

Brillante también porque dejó contentas a las feministas. Unas semanitas de post natal para los hombres no sacian por completo su sed de venganza contra la naturaleza… pero la calman; y las que tenemos hijos sabemos muy bien por qué. Durante los primeros meses, la vida de la criatura y la de uno transcurre entre leche, deposiciones y eructos, nada que despierte un interés particular en el hombre.

Brillante además porque los economistas quedaron si no contentos, al menos tranquilos; es verdad que el proyecto parece un regalo caído de la piñata estatal,  pero en realidad se trata de una estrategia tendiente, por una parte, a sincerar los datos y por otra, a enfocar un poco mejor los recursos. Hasta hoy, el post natal real duraba 5 meses y medio (por las famosas licencias) y la mayor parte de los recursos llegaba a las mujeres más ricas. En la práctica, la extensión del post natal será de dos semanas y las beneficiarias dejarán de ser las mujeres más privilegiadas.

En suma, políticamente hablando el proyecto de ley no pudo reflejar más astucia y por eso soy la primera en considerar que fue una salida brillante para dar cumplimiento a una promesa de campaña que simplemente no se podía cumplir.

Una cosa distinta es que yo crea que el proyecto en cuestión tiene algún sentido si se piensa desde el punto de vista de los problemas relevantes que afectan a la familia.

Porque tener 3 meses más de post natal no ayudará en nada, por ejemplo, al aumento de la tasa de natalidad. Si las mujeres no tienen más hijos es, en parte, porque las garantías que existen de darles buena salud y educación no son suficientes. Pero también porque dedicarse a tener hijos y a educarlos es algo que está socialmente devaluado. Sin ir más lejos, ayer me decía un amigo a propósito de un trabajo que yo no quiero aceptar: “No eres sólo un útero” y en los comentarios a mi blog no faltan críticas del tipo “quédese en su casa” o “dedíquese a tener hijos”. La idea de fondo es que se trata de algo mucho más simple que escribir en El Mostrador y, por supuesto, más irrelevante.

Tener 3 meses más de post natal tampoco ayudará mucho en el tema del apego ni en la configuración psicológica del hijo. La cría humana es una excepción a nivel de los mamíferos: a los nueves meses alcanza el nivel de autonomía que tienen la mayoría de los animales a pocas horas de nacer y hasta los cinco años necesita estar muy cerca de su mamá. Es una de las objeciones que yo le haría al Creador pero es lo que hay, y desconocerlo es engañarse pensando que alguien (o algo: llámese Estado, empresa, sala cuna o jardín) puede asumir los costos ineludibles que tiene la maternidad tanto en el cuerpo como en el trabajo de la mujer.

En fin, pasan los meses y sigo sin encontrar medidas que signifiquen un avance decisivo en materia de protección a la familia. La Ministra del Sernam está obsesa con la idea de reclutar a su marido en la casa, la Evelyn con los datos macroeconómicos y su eventual proyección presidencial y Piñera será causante de más de un divorcio con su 24X7 (no todas tienen la paciencia de la Cecilia), pero de la familia, de la familia en serio, nadie habla.