miércoles, 26 de octubre de 2011

Mi nuevo superhéroe (Publicado por El Mostrador)

Si hasta hoy nuestro personaje típico fue el roto chileno, informo que llegó la hora de aggiornarse porque acaba de irrumpir en la escena pública una figura que representa mucho mejor al chileno 2.0: se trata del “ciudadano”. ¡Ya era hora! Apareció hace 200 años en la Revolución Francesa  y por fin llega desde París para hacer rodar algunas cabezas.

Si tuviera que describirlo, diría que el “ciudadano” es un individuo modesto: si usted le pregunta a quién representa, dirá que a la ‘ciudadanía’. Él no es como el político que habla a nombre de un distrito o de un conglomerado ¡No! él representa a unos 17 millones de chilenos ¿Quién lo eligió? La calle ¿Cuánto dura su mandato? Lo que demore la lucha.

El “ciudadano” sabe que sobre sus espaldas carga con el peso de esta responsabilidad y por eso se impone el grave deber de ejercer la vocería de las “demandas ciudadanas”; y exige ellas sean satisfechas con más vehemencia de la que la que usó aquel consumidor que llegó a mala hora a pedir su ‘cuarto de libra’.

A diferencia del político, que vive a costa de nuestros impuestos y se debe a sus electores, el “ciudadano” es un hombre libre. Quien lo mantiene es una ONG, una universidad ‘sin fines de lucro’ o un grupo acotado de señores, tan interesados como él en el bien de la humanidad. Su probidad queda así fuera de toda duda.

Eso explica que de vez en cuando, el “ciudadano” pueda hacer de activista de causas bien distintas. Como Rendón, que pasó de amante de la naturaleza a Quijote de la educación. Esa libertad es también la que le permite hacer un meeting de ocho horas en el Congreso, o pasear por la Alameda de las Delicias (como antiguamente hacían nuestros antepasados), mientras todo el resto de la ciudadanía trabaja. Quizá por eso Walker se vio obligado a recordarle a Girardi que él “no es el Presidente de una ONG”, como para que Guido entienda que no puede darse aires de gran señor (de “ciudadano”) mientras sea sólo Senador.

El “ciudadano” es un demócrata, un republicano de tomo y lomo. Y desde su indiscutible superioridad intelectual y moral, es capaz interpretar las  necesidades y el sentir de la ciudadanía con una clarividencia que sorprende. Sin ese testimonio ¡cuántos de nosotros viviríamos aún en las tinieblas del error!

Lo suyo no son las ideas, el “ciudadano” es ante todo un romántico; y si viola la ley es sólo porque la nobleza de su causa lo justifica. El “ciudadano” está ¿cómo decirlo? más allá del bien y del mal. En nombre de la institucionalidad lucha contra quienes la han prostituido y si de pasadita hace lo mismo, es solo por razones procedimentales.

Como todo profeta, es incomprendido en su propia tierra. El Gobierno se le muestra intransigente y la sociedad esquiva, cuando sus ideas no parecen viables desde la lógica perversa del mercado. Aún así, el “ciudadano” no titubea: sabe a ciencia cierta que a diferencia del resto, él es bueno y que la pureza de sus intenciones es incuestionable. Mónica González encarna a la perfección este rasgo del “ciudadano”, cuando predica los domingos en Estado Nacional con ese aire de madre superiora que sería tan inspirador… si Cipper no fuera de Saieh.

Por momentos, la vida del “ciudadano” adquiere también ribetes épicos, como cuando es víctima de actos represivos por parte de carabineros. Su enemigo letal es el guanaco y su holocausto, las dos horas que pasa detenido en la Comisaría. Pero en su defensa, nunca falta la presencia de otro “ciudadano”, de una ONG distinta (que lleva en su nombre la sigla DDHH) que acredita nuestro héroe ha sido víctima de tortura.

Dentro de las virtudes del “ciudadano” está también la flexibilidad. Como Lamarca, puede hablar a título de empresario aunque no lo sea. O como Mery, puede pasar de socialista furioso a defensor público de invitaciones como las que Fra Fra le hizo a nuestros hermanos paraguayos. En fin, el “ciudadano” tiene sus principios pero si usted tiene otros, puede cambiarlos.

Claramente, el “ciudadano” es un ser superior, un hombre cuya profundidad y altruismo no puede ser sometido a elección popular, porque en su profunda ignorancia, la ciudadanía real podría cometer el error garrafal de no elegirlo.

Por eso y para siempre, la vocación del “ciudadano” es la del perpetuo iluminado.

miércoles, 19 de octubre de 2011

¿Cuánto paga usted por no ser clasista? (Publicado por El Mostrador)

Quizá usted sea, como yo, de los que detesta la segregación y de los que no se siente a gusto en ambientillos como el que hay en el Club de Golf o en la playa de Zapallar. Si ese sentimiento es genuino, asumo que tampoco le agrada Tunquén, el Liguria o Cachagua. Venga de donde venga, el olor a exclusivo le resulta repugnante.

Quizá también es de los que piensa que la sociedad chilena es una sociedad de herederos y se da cuenta, con toda razón, de que la clave para resolver ese problema está en la educación.

El hecho es que si la educación pública es gratuita ¡y de calidad! las posibilidades de recambio en los círculos del poder serán mucho mayores y la herencia pesará menos que el mérito. El punto es el precio que una sociedad está dispuesta a pagar por tener un país menos clasista.

Porque en términos prácticos, eso obligaría al Estado de Chile a invertir mucho más de lo que invierte en la educación de cada niño (cosa que Gonzalo Vial dijo por muchos años); pero algunos creen que le exigiría también suprimir por completo la figura del copago. Porque como están las cosas hoy, los que no pueden pagar nada están con los que se encuentran en la misma situación. Y los que pueden pagar un poco están con sus pares socioeconómicos. O sea, tenemos un modelo de segregación perfecto: clase alta en colegios particulares, clase media en particulares subvencionados y los altamente vulnerables, en el sector público ¡Clasismo puro y promovido desde el sistema!

Eliminar el copago, en cambio, sería una buena forma de que niños vulnerables se integraran con niños de clase media y mejoraría quizá la situación de los más desfavorecidos. Suena bien, hasta que uno se pregunta si es justo que usted y yo podamos elegir el ambiente que queremos para nuestros hijos (en caso de que la educación pública sea reguleque), mientras a la clase media se le prohíbe hacer lo mismo. Me pregunto, en el fondo, si es moralmente aceptable hacer ingenierías sociales que no lo afectan a uno y si ésa no es también una forma de clasismo.

Porque seamos francos: cuando hablamos de niños en situación de vulnerabilidad no estamos hablando solo de pobreza; muchas veces eso incluye drogadicción, delincuencia y familias desintegradas, males sociales que todos quisiéramos remediar pero que ninguno resolvería a costa de los propios hijos ¿O cree que es casualidad que ningún diputado, senador ni experto en políticas públicas tenga a los suyos en colegios municipales?

Quizá usted quiera llegar más lejos y sea partidario de integrar no solo en los colegios públicos sino también en los particulares. Lo comprendo: usted es de los que cree que la integración no es solo el resultado de una buena educación, sino algo que la constituye.

De acuerdo, pero me pregunto si esa idea (que comparto hasta cierto punto) puede pasar por sobre su derecho a pagar más por un colegio bilingüe, aunque eso ponga a sus hijos en una condición mejorada respecto de los míos. O por sobre el mío de educar a mis hijos conforme a mi fe.

En fin, me pregunto si usted que se llama libertario, liberal, progresista o social demócrata, no está pretendiendo desde la ingeniería social imponer un modelo de integración que pasa por sobre cualquier diferencia posible.

Me pregunto también si usted está dispuesto (para ser consecuente, digo…) a prohibir los preuniversitarios, las clases particulares y la lectura en familia; y si tiene presente que la herencia genética también distingue. Si se da cuenta, en definitiva, de que su ideología basada en prohibiciones nivela siempre hacia abajo.  

¿Usted detesta la segregación exclusivista? Yo también, pero dígame entonces si su solución apunta a incentivar la integración o a prohibir la segregación, porque desde mi punto de vista el clasismo es un problema muy complejo y no lo resuelve la gratuidad.

La libertad fue, es y será siempre fuente de desigualdad. Si usted cree tener el remedio, por favor que sea uno que usted esté dispuesto a ser el primero en tomar.

miércoles, 12 de octubre de 2011

No saben de educación ni les interesa (Publicado por El Mostrador)

No saben de educación, no les interesa y ni siquiera les concedo el mérito de haber puesto el tema en la agenda. Es que de estudiantil el movimiento tiene bien poco, como bien poco tienen sus líderes de estudiantes. Un movimiento político liderado por activistas: eso ha sido el movimiento estudiantil y eso explica que después de 6 meses, sus balas hayan apuntado a cualquier blanco menos al de la educación.

Primero fue el lucro y con él la crítica a la pretensión de transformar un modelo económico en un modelo social. Y aunque yo comparta esa crítica (y crea que efectivamente éste es un problema), cuestiono que un tema de fondo se haya reducido finalmente a las tasas usureras de la banca y a la falta de seriedad de algunas instituciones.

Como cuestiono también que lo poco que se podía decir sobre el lucro y la educación no se haya dicho: la excelencia se da en instituciones sin fines de lucro (confesionales incluidas). Y no se dijo porque eso obligaba a reconocer méritos de universidades como la Católica y la los Andes, méritos que pueden ser objetivos en materia de educación pero contrarios a la ideología del movimiento.

Inmediatamente después del lucro, el tema de turno fue el de la educación pública; y a propósito de ella, una diatriba contra las instituciones privadas. Diatriba que, por supuesto, ningún mérito les concedió a esas instituciones aunque muchas de ellas tuvieran cierta excelencia y aunque hubieran hecho una contribución social objetiva.

Hasta el cansancio los hemos oído hablar de la educación pública, pero no han tenido la amabilidad de referirse, ni una sola vez, a los fundamentos, la necesidad y la importancia de que exista. Mucho menos aún han hablado de repensar al ciudadano para establecer desde ahí un modelo educativo ¡Es que los temas de fondo han estado siempre fuera del debate! (pese a que minutos de prensa no les han faltado).

Finalmente, han insistido en la gratuidad. Gratuidad universal pero que podría ser otorgada solo por instituciones públicas. Es decir, orientada no a la justicia social ni a la igualdad de oportunidades, sino a hacer ingenierías sociales destinadas a resolver el tema de la segregación ¿Cómo? Promoviendo artificialmente que ricos y pobres se encuentren.

Obviamente, nada han dicho sobre la evidencia de que la integración es el resultado natural de la educación (y no al revés). Muchos menos han aceptado que la realidad demuestra que la integración es algo gradual y que no resulta a la fuerza.

El movimiento estudiantil ha sido, en suma, un movimiento político liderado por activistas que le dan algo de razón a Marx cuando dice que “el motor de la historia es la lucha de clases”. Y como es político, no ha tenido reparos en disfrazar sus demandas con aires ciudadanos, mientras lo que está en el fondo no es más que una ideología de ultraizquierda que no representa nuestra idiosincrasia. Aspiran a una sociedad sin clases ¿quién no? pero para conseguirlo no trepidan en arrasar con lo que sea. La libertad, la diferencia, los méritos, todo se subordina a la igualdad impuesta desde el sistema.

No es casualidad entonces que el movimiento estudiantil no haya dicho nada sobre los estudiantes y haya creado la falsa ilusión de que una buena educación depende fundamentalmente de las políticas públicas. Como tampoco es obra del azar que dentro de sus aliados estén los que han sido parte importante del problema, los profesores. Sobre la familia, han guardado riguroso silencio ¡No sea que hubiera que llegar a decir cosas incómodas: la importancia de la presencia del padre y de la madre, de la disciplina, de la lectura y de la sobredosis de pantalla que tienen los niños! Es que eso no le interesa a la ideología de izquierda.

En fin, no saben de educación, no les interesa y hasta ahora ni siquiera les concedo el mérito de haber puesto el tema sobre la mesa. ¿De qué han hablado? De plata y de clases sociales… ¿estudiantes? ¿políticos? ¡nuevos ricos parecen!

miércoles, 5 de octubre de 2011

¿Está seguro de que quiere educación gratuita? (Publicado por El Mostrador)


Quizá sería bueno- o al menos útil- que usted supiera bien lo que pide cuando dice que quiere educación universitaria gratuita. Me temo que si lo supiera, no sería tan entusiasta…

Usted piensa- hasta donde alcanzo a entender- que lo justo es que todos los chilenos hagamos una vaca (algo así como un fondo solidario) para educar a nuestros hijos. La gran pregunta, la pregunta cliché, es de dónde sale esa plata. Porque si hoy la mayoría de las familias no alcanza a pagar de modo directo la educación de los hijos, es bien complicado que haciendo un fondo común se logre recaudar lo necesario. Cuando a uno no le alcanza para algo, aunar fuerzas puede ser útil pero el adicional que se consigue con el esfuerzo común no alcanza a ser milagroso.

Mi perspicacia me induce a pensar que a mi objeción, usted dirá que el blanco de Impuestos Internos deben ser las grandes empresas ¡los ricos! Y aunque comprenda esa tendencia suya, hay que tener presente que el equilibrio es complicado. Si usted le hace pagar a ese gremio mucho más de lo que paga hoy,  esa carga impositiva se puede transformar en un desincentivo para generar riqueza y las cosas pueden quedar peor de lo que están.

No es que yo quiera proteger a los empresarios; o mejor, no es que quiera protegerlos por la razón que usted imagina. Solo hago un esfuerzo pedagógico para que usted entienda algo simple ¿Qué pasaría si usted asume el costo humano y el riesgo económico que tiene emprender, para ganar lo mismo que si pone su plata en un depósito a plazo? Me temo que se sentiría desmotivado. Quizá me equivoque y usted sea un filántropo de esos que yo no he tenido el gusto de conocer, pero suponer que abundan tipos como usted puede ser poco realista.

¿Qué quiero decir con esto? Que a fin de cuentas, lo que se puede obtener de la recaudación de todos los chilenos es lo que da la medida de la calidad de la educación que tenemos. En otras palabras y dicho de forma conciliadora: tenemos la educación que nos merecemos.

Yo sé que es duro, pero es la verdad. El estado de bienestar (educación universitaria gratuita incluida) es un sueño. Un sueño que para hacerse realidad exige hacer cambios radicales que afectan algo más sensible aún que los impuestos: a nosotros mismos.

Para empezar, obliga a cambiar nuestra cultura del trabajo. Cuando se habla de la productividad, se pone en números la capacidad que tiene cada chileno de producir riqueza; y si esa productividad es baja (como de hecho lo es), estamos mal. No parece justo que usted le pida al Estado de Chile los estándares que tiene Alemania o Finlandia, si el chileno promedio no trabaja como el ciudadano medio de esos países.

Usted no se ilusione, entonces, con la idea de que podrán haber cambios sociales si usted no se allana a empezar por sí mismo. Y no se queje si los políticos no se lo han hecho ver; mal que mal necesitan de su voto y llamarlo flojo puede no ser una buena manera de conseguirlo.

Sepa también usted que la utopía del estado de bienestar requiere de la promoción de virtudes ¿cómo llamarlas? ¡conservadoras! Cumplir con la palabra, pensar la vida en función de la de otros, son disposiciones necesarias para llevar a la práctica esa ilusión. Con una manga de individualistas (que es lo que somos) imposible sacar adelante un proyecto como ése.

Tenga presente también que para que el estado de bienestar sea viable, usted tiene que ponerse a tener hijos. No es agradable decirlo, pero en 30 o 40 años más usted y yo seremos un lastre. Estaremos medio enfermos y produciendo poco ¿Quién va a solventar toda esa mochila, si los perlas ni siquiera fuimos capaces de reponernos? Y aunque los hayamos tenido ¿Quién sabe si no serán a su vez una manga de inútiles que creció bajo el amparo de la certeza de que tendrán, sin esfuerzo, todo lo que necesitan?

¿Usted quiere educación gratuita? Yo también y quizá más que usted (recuerde que tengo 9 hijos), pero olvídese de la gratuidad si hablamos de educación universitaria. Olvídelo porque no está el horno para bollos y lo peor, porque esos pobres que usted imagina quedaron fuera de carrera muchos, pero muchos años antes de entrar a la universidad.