miércoles, 30 de noviembre de 2011

Fernando Barros o el último de los mohicanos (publicado por El Mostrador)

Oí la exposición de Fernando Barros en la Enade y unos días después la leí con atención. No sé si fue por lo que dijo o por encontrar a quien se atreviera a hacerlo, pero hubiera aplaudido eufórica si no me quedara todavía algo de pudor. Después de veinte años de socialismo a la vena y de dos con un Gobierno de identidad desconocida, oír un discurso de derecha es saludable.

Descubrir que existe uno capaz de referirse al pasado con gratitud y sin complejo, y que no cae en la trampa de repetir el “nunca más” mientras la izquierda no hace amago de plegarse a la letanía… alivia; más aún cuando gran parte de la derecha acepta impertérrita que se le acuse de legitimar la violencia como método de acción política o de justificar el uso de cualquier medio para conseguir un fin. Barros es de los pocos que todavía exige- como condición mínima del mea culpa- que se haga una lectura justa de la historia y una aplicación imparcial del derecho; y yo, al menos, me pliego a esa exigencia.

Refrescante también fue oír un discurso que tuviera la osadía de no mostrar “empatía” (según crítica hecha por El Mostrador) con el movimiento estudiantil. A diferencia de la mayoría que le concede al movimiento el mérito de “haber puesto el tema de la educación en la agenda”, Barros no tuvo problema en hacer notar que el apellido estudiantil no garantiza que las demandas del movimiento se orienten a conseguir una mejora en la educación. Con claridad y sin eufemismos, hizo notar que tanto en la forma como en el fondo, las peticiones de lo estudiantes apuntan mucho más a un cambio de modelo que a la solución del problema educacional. Y si es un pecado no simpatizar con un movimiento de esa naturaleza, me acuso de haber incurrido en él desde el primer momento.

Con valentía y sin esa tendencia al cálculo tan propia de la derecha, Barros no dudó tampoco en criticar al Gobierno y a ciertos dirigentes políticos por privilegiar “el pragmatismo a la defensa de valores y principios que comparten quienes lo respaldaron para acceder al poder”. El Abogado personal del Presidente dijo- en público- que “en oportunidades nos dan ganas de hacer un test de ADN ideológico a políticos y gobernantes”, expresando así un malestar que compartimos muchos de los que votamos por Piñera.

Tampoco con el empresariado fue condescendiente. Expresiones como: “Qué clase de elite económica y social es aquella que se resiste a asumir sus responsabilidades para con el destino entero de la nación?” no fueron precisamente un piropo. Y el llamado al mundo empresarial, que “tiene la obligación de hacer ver, por ejemplo, el aporte de la empresa a nuestro país, la legitimidad moral de una retribución por el esfuerzo, el derecho a educar a nuestros hijos en establecimientos privados” fue de su parte una invitación a salir de la comodidad y de la indiferencia.

En fin, el discurso de Barros fue un buen discurso, con ideas de derecha pero expresado con el arrojo de la izquierda. Tan bueno, que no quise quedarme a oír el de Piñera para no perder el entusiasmo… 

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Hinzpeter o de la opinología pagada por el Estado (Publicado por El Mostrador)

Si usted me pregunta cómo calificaría yo la conducta de Hinzpeter en la teleserie mediática que ha protagonizado con el Fiscal Nacional, le diría que ha sido irresponsable… irresponsable a decir basta.

Porque si los Fiscales no hicieron bien su trabajo y dejaron en libertad a una narcotraficante habiendo podido evitarlo; o si los antecedentes y las pruebas disponibles le exigían a la Fiscalía proceder de una forma distinta a la que lo hizo, entonces las declaraciones del Ministro no han hecho más que incrementar la cadena irresponsabilidades.

Y la han incrementado porque- asumo- Hinzpeter no habla a título personal sino en su calidad de funcionario público. Y en su calidad de Ministro del Interior puede, y en realidad debe, llevar el asunto más allá de la opinología.

Irresponsable porque el ejercicio de cualquier función pública en Chile se basa en el principio de responsabilidad. Esto significa que todos los órganos del Estado (en este caso, la Fiscalía) pueden responder administrativa, civil y hasta criminalmente por sus actos. Y si pueden hacerlo, es porque existen los mecanismos legales para hacer valer esas responsabilidades; mecanismos que, evidentemente, están también a disposición del Presidente y de su Ministro del Interior.

Que Hinzpeter se limite, por tanto, a hacer una crítica mediática, que exprese sus opiniones como lo haría yo en el living de mi casa (y, para peor, que el Presidente las avale diciendo que “cumple con su deber”), es una irresponsabilidad que parece orientada a satisfacer la necesidad insaciable de empatía que tiene la ciudadanía; necesidad que por momentos da la impresión es prioritaria para el Gobierno.

Irresponsabilidad, pero que va mucho más allá de la omisión, porque el Ministro no sólo dejó de hacer lo que debía en caso de estar disconforme con la decisión de la Fiscalía, sino que contribuyó a debilitar aún más la ya famosa y manoseada institucionalidad.

El espectáculo de ver al Ministro del Interior jugando volleyball con el Fiscal Nacional ha sido vergonzoso. Hinzpeter no puede decir que “la pega no es solo nuestra: los jueces y los fiscales también son parte del sistema y muchas veces vemos errores que no comprendo”; y no puede simplemente porque no es un espectador pasivo del partido. Y el Fiscal tampoco puede responder que el “Jefe de Gabinete no puede pautear a otros órganos del Estado”, porque de haber algún error, la separación de los poderes del Estado no se traduce en nada parecido a un fuero.

Vergonzoso e irresponsable espectáculo protagonizado además por dos personas que- se supone- saben lo que es el Estado de Derecho y son capaces de medir las consecuencias que tiene banalizar los cauces institucionales.

Vergonzoso e irresponsable espectáculo cuando, para empeorar las cosas, a la guerra de declaraciones se suma la propuesta de elegir fiscales por votación popular.

Vergonzoso e irresponsable espectáculo que no sé si explicar por la mala fe o la falta de inteligencia.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Fui partidaria de Pinochet ¡Y qué! (Publicado por El Mostrador)

Probablemente usted se escandalice si le digo que fui partidaria del Gobierno Militar y le cuento que el día en que Pinochet volvió de Londres yo estaba en el aeropuerto de Santiago pronta a recibirlo.

Quizá alberga en su interior la esperanza de que ésta no haya sido más que una forma provocadora de comenzar mi columna y espera dé un giro y se transforme en una diatriba contra los abusos que se cometieron durante esa época, o contra los fraudes económicos que se le imputan al General.

Si ésas fueran sus expectativas y usted tuviera poca tolerancia a la frustración, le recomiendo entonces que suspenda de inmediato la lectura de esta columna.

Porque yo no puedo dejar de pensar que los militares reciben formación…militar. Y preparados como están para la guerra, poner en sus manos el poder ejecutivo es un riesgo evidente y perfectamente previsible (salvo para un democratacristiano, claro está).

Es un riesgo y por eso se toma en circunstancias bien determinadas y por lo general, bastantes graves. Usted comprenderá que la ciudadanía no clama por Golpe de Estado cuando todo está en orden o cuando, simplemente, no se siente a gusto con el gobierno de turno. Y una razón que se me ocurre para decir que las circunstancias del año 1973 lo ameritaban es que hubo políticos que apoyaron el Golpe. Asumo usted no será tan ingenuo de pensar que fue solo porque repentinamente experimentaron deseos irresistibles de perder poder…

Chile estaba bajo amenaza. La situación interna era caótica y los antecedentes mundiales daban pié para pensar que los peligros asociados a esa situación eran serios. Si éstos se sobredimensionaron o si la reacción que hubo frente a ellos fue desproporcionada, es algo que me parece perfectamente discutible; pero de ahí a tomar una parte de la historia y a presentarla como una especie de efecto sin causa, hay una diferencia radical.

Permítame decirle, por tanto, que no acepto me llame cómplice de asesinato o partidaria de la tortura (como lo ha hecho con Labbe) sólo porque tengo una interpretación de la historia distinta a la suya. Yo parto de la base de que usted es- como yo- contrario a toda forma de violencia y que condena también cualquier violación a la dignidad de la persona.  Y le pido que por elegancia, tenga la amabilidad de hacer lo mismo conmigo y con aquellos a los que se ha dedicado a denostar el último tiempo.

Permítame recordarle también que la responsabilidad es una cuestión personal y que lo que haya hecho tal o cual persona durante esos años no es algo que involucre a todo el sector que fue partidario de ese régimen y ni siquiera a todo el Gobierno.

Porque si usted no contribuye a sacar de sus esquemas mentales la visión maniquea del mundo, e insiste en la idea de que usted bueno y yo mala, me obligará a dudar de su buena fe y lo que es peor, hasta de su inteligencia…

miércoles, 9 de noviembre de 2011

No más impuestos (Publicado por El Mostrador)

Hasta el día de hoy usted no ha firmado documento alguno que le otorgue al Estado facultades para despojarlo de lo que le pertenece. Aún así es impelido por la fuerza a pagar impuestos, y bastaría con que dejara de hacerlo para que se diera cuenta de que habla de manera algo impropia cuando dice micasa, mi  auto o mí mismo (porque usted trabaja para el Fisco varios meses del año, se lo garantizo).

Si además es de los que puede prescindir de los servicios públicos que son relevantes en el presupuesto familiar- como la educación, la salud o el transporte- su carga impositiva es doble y paga por prestaciones que no recibe sin derecho alguno a devolución (y no intente conseguirla, porque  sus demandas no recibirán el título de ciudadanas).

Hasta ahora el Estado no ha tenido tampoco la gentileza de reconocer- si tiene hijos- que usted ha hecho un aporte significativo a la patria con el nacimiento de futuros contribuyentes. Por esa sola razón usted podría legítimamente pedir un trato preferente de parte del SII, pero la verdad es que en Chile los hijos son penas desde el punto de vista impositivo.

Quizá éstas y otras consideraciones le llevan a usted a pensar que los impuestos son la forma que encontró el Estado para despojarlo, pero debo decirle que se equivoca. Pagar impuestos es un deber, un deber que la izquierda justifica con los peores argumentos posibles, pero que no deja por eso de serlo.

Porque cuando el cobro de impuestos se defiende (como lo hace la izquierda) desde el concepto de redistribución, lo que se pone en tela de juicio es el derecho de propiedad; y dado que los derechos proliferan ahora en tierra fértil, asumo será posible admitir que éste es también uno de los que se debe custodiar. Desde la idea de que el Estado puede expropiar a unos para favorecer a otros (o sea, redistribuir), los impuestos no serían más que un robo institucionalizado.

¡Para qué decir cuando los que defienden a brazo partido el carácter subjetivo de la moral, hacen una apología cuasi religiosa de los impuestos! (remítase a la columna dominical de Peña). Ni la filantropía ni la generosidad son argumentos posibles para justificar la obligación de pagarlos. Entre otras cosas, porque el acto generoso o filantrópico es esencialmente libre. Y es que a diferencia del pseudo-liberal, el conservador es tan consciente de su obligación de dar más si tiene más, como de la prohibición que tiene de imponerle a otro que haga lo mismo por la fuerza.

Pagar impuestos es un deber, es cierto, pero no por las razones que ofrece la izquierda, sino simplemente como una forma de retribución a los beneficios innegables e intangibles que ofrece la vida en sociedad. En el fondo, es el precio a pagar por vivir en un lugar más hospitalario que la jungla.

Negarlo es defender el supuesto pueril de que todo lo que uno es, se lo debe a sí mismo. El orden jurídico institucional y social, el idioma, la cultura, contribuyen al desarrollo de una persona tanto como su propio esfuerzo y lo dejan (lamentable, pero así es) en la amarga condición de deudor: es decir, de contribuyente.

Pagar impuestos es un deber, lo concedo, pero dejemos la hipocresía de defenderlos desde una moralina de quinta categoría.

jueves, 3 de noviembre de 2011

El cuoteo feminista (publicado por El Mostrador)


Hace dos años tomé la decisión de escribir. No fue solo por narcisismo sino también por la convicción de que el pensamiento conservador estaba poco y mal representado en los medios de comunicación. Y aunque no me atrevería a decir que en la práctica lo he hecho mejor que mis amigos, puedo asegurar que eso es lo que pienso en el fondo de mi alma.

El camino no ha sido fácil porque a pesar de que tengo la costumbre de ponerlo todo por escrito desde mi más tierna infancia, el tono de una columna no tiene nada que ver con el que se usa para escribir un diario de vida, una carta de amor o una tesis de doctorado.

Como sea, la necesidad de sentirme interpretada ¡representada! me llevó a poner todo el esfuerzo posible por conseguir que algún medio de comunicación me diera un cupo ¿Cómo lo hice? Muy simple. Me puse a escribir y, semana a semana, le mandaba mis textos a un editor que de vez en cuando tenía la amabilidad de responderme: “No, muchas gracias”.

Fue entonces cuando caí en la cuenta de que mi talento no era tan evidente a los ojos de los demás como a los míos propios y decidí agregar a mis envíos semanales una buena dosis de insistencia. Por mi talento o por el cansancio del editor, acabaría consiguiendo lo que quería.

Como mi sentido de la moral es laxo, también hubiera estado dispuesta a usar influencias de haberlas tenido, pero el mundo de los medios era desconocido para mí y definitivamente ésa no era una opción.

Pese a todo, hay algo que no habría estado dispuesta a hacer. No porque sea buena sino simplemente porque me tengo en una alta consideración. ¿Qué? Justamente eso que hizo ayer Comunidad Mujer en el Mercurio: demostrar inferioridad tratando de entrar a algún lugar por la puerta trasera…

Si las feministas consideran imprescindible que la mujer esté representada en el ámbito público y tienen devaluada la importancia de su contribución en el ámbito íntimo, muy bien… lo respeto. Pero entonces, que compitan.

Que compitan y no pidan que la feminidad se considere como una especie de minusvalía que merece trato preferente y discriminatorio ¡No sea que la sociedad piense ésa es la única forma que tenemos las mujeres de conseguir las cosas! Y si van a condenar el cuoteo, que no lo hagan para pedirlo en su propio beneficio ¡No sea que la sociedad crea que no tenemos habilidades argumentativas!

Si alguien piensa que las mujeres estamos en situación de desventaja o que vivimos bajo la opresión del macho alfa, no me importa. No me importa siempre y cuando las que viven bajo esa idea fantasiosa no traten de resolverlo a costa de hacer evidente nuestra inferioridad.