miércoles, 25 de mayo de 2011

Mein Kampf (Publicado por el Mostrador)


El sábado pasado y mientras oía estoicamente la cuenta pública del Presidente, me descubrí deseando no encontrar en ella guiños a la creatividad del progre. Una vez que hubo terminado el discurso, aplaudí y respiré con alivio: nada sobre el AVC (acuerdo de vida en común) pensé…

Ese día tomé conciencia de lo que significa pertenecer a la especie de los autodenominados “defensores de la familia”. Comprendí que nuestras expectativas son minúsculas comparadas con las expectativas de la fauna que interviene en el debate público; y comprendí que ellas se reducen a que los anhelos del mundo progresista no sean satisfechos. Somos, por qué no decirlo, como el niño envidioso que está mirando siempre lo que le dan al otro, o como la vieja del conventillo que vigila rigurosamente la moralidad de sus vecinas.

También somos ñoños y un poco ramplones, porque mientras los grandes líderes de opinión se ocupan de cosas serias como la matriz energética o la tasa de crecimiento, nosotros insistimos en hablar de cuestiones domésticas. Y lo que es peor, lo hacemos muchas veces sin dar argumentos sino a costa de intuiciones, discursos sensibleros e incluso haciendo referencia a nuestra fe, como si ella tuviera que ser patrón de la conducta ajena.

El hecho es que sea como fuere, yo formo parte de ese grupo e incluso me atrevería a decir que lidero esa causa, tan poco glamorosa como liberal. Y más aún, diría que el hecho de haber enarbolado la bandera de la protección de la familia es la que sustenta mi condición de gran estadista, hasta ahora no reconocida suficientemente por la opinión pública.

Porque un estadista es “una persona con gran saber y experiencia en los asuntos del Estado” ¿Y qué mayor saber puede tener el que es capaz de comprender dónde está el origen de todos los problemas y el principio de cualquier solución? ¿Y puede alguien entender un solo problema de los que tiene hoy el Gobierno y la sociedad sin entroncar con la familia? Mi respuesta es categórica: no.

Porque curiosamente el embarazo adolescente tiene mayor prevalencia en ciertos tipos de familia y no en otros. Y el abuso sexual ocurre sorprendentemente al interior de familias donde hay padrastros o parejas que no tienen vínculos directos con los niños abusados. Casualmente también ocurre que la delincuencia está asociada a la carencia de familia y la droga  a experiencias familiares insatisfactorias. El maltrato y la mayor vulnerabilidad de sufrirlo dependen también en buena parte de la familia de origen y de los patrones de conducta que se han aprendido en ella.

Si de estadísticas se trata, entonces, la familia es un dato relevante para casi todos los conflictos sociales. Lo sabemos todos por experiencia y lo saben los psicólogos por su ciencia. Y si ahí está el principio de todos los problemas ¿Por qué no conceder que puede encontrarse en ella también el principio de la solución?

De ahí que yo esté casi convencida de que la descripción de la familia como núcleo fundamental de la sociedad quizá no sea  todo lo arbitraria que parece y aunque el “se casaron, tuvieron muchos hijos y fueron felices para siempre” pueda tener algunos matices (o muchos), eso no obsta para tomar esa idea de familia muy en serio.

Porque hay que decirlo: si persisto obcecadamente en la idea de hacer realidad el “para siempre” (y mi marido tiene paciencia), es probable que mis hijos estén mejor que si decido darle a mi vida un nuevo orden. El papá, la mamá y los hijos será casi siempre mejor que la mamá, los nueve hijos y el “tío”. O que la mamá, los nueve hijos y la suegra. Nadie niega que la familia pueda darse en diferentes formatos, pero es evidente que hay uno que debería tener en el ideario de cualquier gobierno un carácter preferente.

Las políticas públicas, es obvio, no pueden obviar la realidad tal y como ella se da, la pregunta es si ellas deben limitarse a resolver lo que hay o enfocarse decididamente también a mejorar las cosas, porque bueno es que exista el Sename y la Junji, pero mucho mejor sería que no fueran necesarios. No se entiende entonces cómo alguien puede tener metas altas en materia de pobreza, de educación y de salud e ignorar al mismo tiempo una realidad que de seguir como está, acabará con nuestra civilización (entre otras cosas, porque no nos reponemos).

Los grandes pensadores de la actualidad, los llamados líderes de opinión, insisten en hacer patentes los problemas sociales y también en pedir soluciones de parte del Estado. La pregunta es si entienden también cuál es la causa de los problemas y si los previenen con la misma fuerza.

Concedo que ser el Presidente de todos los chilenos implica hacerse cargo de muchas realidades y si el AVC apunta a eso, no me opongo; pero ese proyecto institucionaliza y legitima socialmente una forma de vida que es tan legítima como insustentable.

Mi causa será entonces medio ñoña y ramplona, pero qué duda cabe, es hoy la gran causa de la humanidad.


viernes, 20 de mayo de 2011

A mis amigos de Twitter

Mi nueva cuenta de twitter, sólo para efectos de subir textos es @tere_marinovic . Esa cuenta será administrada por mi editor. Algún día escribiré una columna con la experiencia que tuve en esa red social: fue sumamente divertido pero eso no amerita prolongar su uso en el tiempo. Muchos saludos y por ahora hablaré en El Mostrador y responderé en el blog, que ofrece un espacio más serio de reflexión.

Saludos

Tere M.

miércoles, 18 de mayo de 2011

¿Alguien me explica lo que está pasando? (publicado por El Mostrador)

Porque a mi juicio no pasa nada, salvo que un tema del todo conocido se está abordando con una efervescencia que sorprende. Porque guste o no, HidroAysen no tiene nada de nuevo. Es un proyecto cuyo estudio se estaba haciendo hace bastante tiempo, de acuerdo a una institucionalidad que funcionaba hace ya muchos años y que tendrá un impacto bien indirecto en la vida de los que protestan.

La repentina emergencia de un grupo considerable de chilenos medio ambientalistas no deja por eso de sorprenderme y de inspirarme una cierta dosis ¿cómo decirlo? de desconfianza.

Porque esos chilenos no deben diferir demasiado de esos otros que tienen las playas del país convertidas en un basural. Tampoco deben estar muy lejos de los que tratan de burlar la restricción vehicular con una astucia que da gusto. Y probablemente pertenecen incluso al grupo de los que ha comido alguna vez un pedazo de carne cocida en una parrilla a leña (a lo menos para el 18, digo yo).

Inevitable entonces que me pregunte por qué no he tenido hasta ahora la suerte de conocer a esa elite que además de verde, custodia escrupulosamente la institucionalidad a diferencia de todo el resto de sus compatriotas. E inevitable también que me sienta impelida a hacer cuestión de la razones que verdaderamente inspiran su apasionada oposición a HidroAysén.

Porque mi impresión es que detrás de esa resistencia al proyecto hay, sobre todo, una reacción visceral; visceral porque cuando los argumentos que van y vienen no trascienden el eslogan de campaña, lo que funciona no es la razón sino las vísceras. Y hay que decirlo: la imagen de un cableado eléctrico atravesando las Torres del Paine resulta para las entrañas mucho más elocuente que la referencia a cifras sostenidas de crecimiento.

Reacción visceral y además teñida de rojo y no de verde como se pretende. De lo contrario primarían en la discusión las razones sobre el impacto del proyecto en la naturaleza, y no la referencia al poder de unos señores que arbitrariamente quieren usurpar el patrimonio nacional.

Si alguien me quiere explicar lo que está pasando que me hable entonces de lo que sea, menos HidroAysén; porque al parecer lo que hay acá es sobre todo una lucha entre el empresariado y el proletariado, y no entre quienes tienen conciencia medioambiental y quienes carecen de ella.

Solo así se puede entender que medidas mucho más agresivas para el medio no tuvieran el mismo nivel de impacto en la opinión pública cuando los gobiernos que las impulsaron fueron de la Concertación. Y es que esos gobiernos no eran identificados por la imaginería popular con los intereses de los ricos, como lo es éste.

No se trata de lo que Piñera haga o deje de hacer, sino de lo que supuestamente él y la derecha representan. Pienso que la reacción de la ciudadanía es por eso una reacción emocional exacerbada mucho más por la imagen caucásica que proyecta el Gabinete que por la propaganda engañosa de Patagonia sin represas.

La empresa, por su parte, tampoco ha contribuido suficientemente a su propia causa, porque aunque haya invertido grandes sumas de dinero en publicidad, la campaña que desarrolló fue más bien desinformativa. El dilema que planteó no debió ser nunca represa o apagón sino represa o pobreza, entre otras cosas porque ésta y no la otra es la verdadera disyuntiva.

Después de ver el espectáculo de la semana concluyo que lo que pasa no tiene nada de nuevo porque responde a la lógica de la lucha de clases. La herida que se ha abierto no ha sido por eso la energética sino la social, y el problema no lo tiene Golborne sino Kast. HidroAysén ha sido sólo una excusa para hablar de la concentración económica que tiene a Chile a la cola en la OCDE y a los chilenos expresando un profundo malestar social.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Asesores del Presidente ¡Ganar no es matar! (Publicado por El Mostrador)

Es difícil entender por qué un Gobierno cuya gestión ha sido extraordinaria tiene índices tan bajos de aprobación popular y por qué las personas no asocian la mejora de sus condiciones de vida con la gestión del Gobierno. Más difícil todavía es entender por qué el rechazo a la figura del Presidente alcanza cifras que necesariamente incluyen a una parte de quienes lo votaron.

Y aunque haya cuestiones coyunturales asociadas a la instalación de un nuevo gobierno que explican parte del fenómeno, es razonable preguntarse por qué sus buenos resultados no consiguen al menos mitigar un poco el efecto de las expectativas, desmesuradas a veces, que genera una elección.

Hasta ahora gran parte de las explicaciones (si no todas) apuntaron al estilo del Presidente y a la falta de relato del Gobierno. Es decir, a un déficit que pudiendo tener explicaciones más de fondo, dice sin embargo relación con el tema comunicacional.

Que los principales errores del Gobierno se han producido a este nivel es más o menos obvio, la pregunta es por qué. Y aunque la falta de experiencia política del gabinete y el carácter de mismísimo Presidente puedan ser una razón, cabe preguntarse si esa falta de experiencia o ese carácter no responden también a una estrategia mal diseñada, fundada sobre presupuestos equivocados.

Al respecto no deja de ser sintomático que quien asesora al Presidente en estas materias lo haga desde una oficina externa en la que también trabaja para muchas empresas. El lobbie a este nivel no deja de ser útil y funcional a los intereses de un gobierno, pero a largo plazo resulta absolutamente insuficiente como estrategia comunicacional, en particular en un momento de la historia en que manejar a los medios de prensa y a las personas no es viable.  

El tráfico de influencias puede ser eficaz, pero nunca puede ser la forma en que se concibe la comunicación entre el Gobierno y la ciudadanía, y con él no se logrará un repunte en las encuestas. Por lo demás, el modelo de asesorías externas que acabó con la renuncia de la Ministra Matte es bastante cuestionable también desde el punto de vista de la probidad pública.

Quienes saben de comunicación saben también de política y entienden que dar en el clavo en esas materias es algo sutilmente diferente a dar martillazos. En el juego de poder, que se da en primer lugar a nivel doméstico al interior de la Moneda, hay que saber imprimir presión pero solo ahí donde hace falta y en la medida correcta.
Si la fuerza se extrema, si las actitudes despóticas se institucionalizan, solo se consigue dejar heridos en el camino… y los heridos pueden ser muy peligrosos. Dar en el clavo exige por tanto tener y también conceder un cierto protagonismo, un equilibrio que no ha logrado este Gobierno ni tampoco el anterior, el uno por exceso y el otro por defecto.

No sabe ni comunicar ni gobernar, en suma, quien se empeña obcecadamente en imponerse. Se podrán ganar batallas en medio de ese forcejeo, pero jamás la guerra, porque la aprobación popular se puede lograr de muchas maneras pero nunca cuando al interior de un gobierno no hay cohesión y ésta no se logra jamás a costa de las buenas relaciones. Debiera saberlo la derecha, el Presidente y los asesores a su servicio especialmente.

Por eso mismo, que Golborne o Lavín lideren las encuestas no responde solo a una cuestión de carisma personal, sino a una larga experiencia (de uno en el retail y de otro en la política) en el trato con los más diversos actores. Conseguir alinear al propio sector, lograr un mínimo de benevolencia de parte la oposición y conquistar a la ciudadanía es algo que no se logra bajando notas de un diario, haciendo gestiones en las más altas esferas del poder o dejando a la oposición entre la espada y la pared, sino entendiendo a fondo la realidad de aquellos con quienes se debe interactuar.

La baja en las encuestas será progresiva, por tanto, mientras el Presidente, su asesora en materia de comunicaciones y la reina del segundo piso no entiendan que convencer no es imponer, que argumentar no es presionar y que ganar no es matar.

martes, 10 de mayo de 2011

Humillados y ofendidos (Publicado por el Post)


Puede que pocos lo sepan pero el perdón es de origen cristiano y forma parte del patrimonio de mi fe; y así como el progre se irrita cuando siente que el espacio público es invadido por un credo determinado, a mí no deja de producirme urticaria que se profane una palabra que considero sagrada. Y eso justamente lo que se ha hecho con la palabra perdón en las últimas semanas.

Porque cuando Monseñor Ezzati dice que pide perdón a nombre de la Iglesia por lo que hizo uno de sus miembros, lo que en realidad hace es asumir la responsabilidad política de un hecho; y por meritoria que pueda ser la iniciativa del Obispo, yo me siento obligada a recordar el sentido profundo que tiene una palabra cuya tergiversación puede hacer olvidar su significado. El perdón es algo que sólo puede darse al interior de una trinidad compuesta por dos personas y una ofensa; y a mi juicio, sobrepasar ese trinomio equivale contribuir al error ya extendido de que la única culpa con la que uno puede cargar es la culpa social.

Pedir perdón es apelar a la grandeza del otro y manifestar también la propia; es llamarlo a sobrepasar los límites de la justicia y a dar más de lo que en justicia debe, y por eso hacerlo mediáticamente implica inmediatamente devaluar el acto por la vía de reducirlo a un espectáculo.

Quizá por lo mismo, el llamado que el Padre Baeza hizo al Ministro del Interior a disculparse con los imputados en el caso bombas tampoco me pareció oportuno. Pedir perdón no es nada que se parezca a una indemnización de perjuicios y aunque asumo que la intención del sacerdote era buena, eso no quita que el uso de la palabra perdón fuera dentro del contexto en que la usó completamente inadecuado. Pedir perdón no repara el daño causado con la ofensa y por eso mismo concederlo es tan meritorio.

Perdonar no es por tanto disponerse a cobrar una deuda, sino justamente abrirse a condonarla; por eso mismo es que resulta paradójico que Ollanta llame a Chile a disculparse con el Perú, mientras insiste en la idea de que nuestro país debe pagarle no sé qué cosa al suyo. Después de que se ha retado a duelo a un supuesto ofensor y cuando se está a punto de disparar el gatillo, poco sentido tiene pedirle que se disculpe… a menos que lo que se quiera sea gustar el sabor dulce de la venganza, en cuyo caso me pregunto si usar la palabra perdón no será algo así como usar un eufemismo. 

Es lo mismo que pensé cuando oí las declaraciones que hizo una de las víctimas del caso Karadima acerca de la forma en que Chomalí se disculpó con él: “Hubiera preferido que me llamara por teléfono”. Concuerdo con él en la importancia de las formas, pero poco sentido tiene discutir sobre ellas si acto seguido se dice que no se está en condiciones todavía de perdonar.

Me pregunto entonces a propósito de todo lo ocurrido si cuando se habla de perdón no se está hablando en realidad de otra cosa. Porque aunque algunos puedan pensar que incorporar al debate público un concepto cristiano es una victoria, a mí en cambio me parece una derrota si eso pasa por trivializar el término al punto de que pierda su sentido original. Y si el progre va a tomar parte de lo que nos pertenece, que lo haga entonces como Dios manda y no a la medida de su comodidad. Porque es fácil exigir una pureza absoluta en la argumentación para luego colgarse de ideas cristianas y usarlas mal.

En fin, lo que se ha visto el último tiempo ha sido un verdadero carnaval y aunque en el desfile de humillados y ofendidos la palabra perdón haya tenido un rol protagónico, ha llevado siempre una máscara que a mi juicio además de caricaturesca, raya en lo irreverente.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Renuncio (Publicado por El Mostrador)


“Renuncio”, eso le dije a mi marido cuando tuvo la fatal ocurrencia de decirme que el exceso de trabajo de los fines de semana se debía a mi “manía”. Y en parte es cierto: los fines de semana tengo la manía de hacer aseo y de cocinar, porque por más esfuerzos que he hecho no consigo quitarles a mis hijos la manía de ensuciar y la de comer todos los días ¡y varias veces al día!

Mi renuncia lo tomó de sorpresa a la hora del desayuno y trató de retenerme: “Pero si hemos sido tan felices ¿para qué cambiar las cosas?”, pero como la de la Ministra Matte, mi decisión era indeclinable. Por un día yo sería feminista y como no soy tonta, elegí el fin de semana cuando el intercambio de funciones no pudiera serme perjudicial.

La alegría que produjo mi dimisión fue total. Alberto gritaba eufórico “guerra civil, guerra civil” y Cristián decía que “el papá a cargo es la libertad total”. Miré entonces a los niños y les dije con despecho, citando a Gadafi con una frase suya que me interpreta plenamente: “¡Los que no me quieren, merecen morir!”.

Si mi marido fuera político habría visto en mi renuncia la posibilidad de ocupar un cargo y se hubiera dejado consolar por la Pili que le decía: “Papá ¡Vas a poder mandar!”, pero se le veía apesadumbrado por el peso de la responsabilidad. En un arranque de misericordia, la Teresita le dijo: “Como buena mercenaria, a cambio de plata puedo hacer lo que me pidas…” Las cosas estaban empezando a tomar un giro nor-africano o medio oriental. Pero cuando mi marido estaba a punto de respirar con alivio por el ofrecimiento, mi hija recapacitó solidarizando con la causa de género: “Aunque por esta vez voy a priorizar mis valores morales por sobre el dinero”. Era una importante victoria moral en medio de una guerra doméstica.

Terminé plácidamente de tomar el desayuno y en vez de comenzar con la actividad frenética, volví a mi cama a leer el diario y a recoger por escrito lo que había pasado. Pocos segundos después, ya había oído mil veces esa palabra que puede ser una pesadilla para los oídos de una mujer que tiene muchos hijos: “Mamá”. Por ese día, sin embargo, todas las solicitudes recibieron la misma respuesta: “Dile al papá”, mientras yo me sentía cual observadora de la ONU.

En el intertanto, mi marido hacía el aseo con una desprolijidad más o menos evidente, mientras recibía los consejos de Cristián: “Papá, no hagas nada, a medio día vas a tener a la mamá con todo hecho”. Y es que mi primogénito conoce bien la naturaleza femenina, salvo cuando ella está sedienta de venganza. Ese día mis únicas actividades serían amamantar a la Trini y escribir una columna para la posteridad. Nada de dejarme ahogar por el trabajo doméstico ¡Viviría como manda la Ministra Schmidt!

Después de una hora, mi marido llegó al dormitorio con cara de enfermo- como era de esperar- y se dejó caer en la cama. “Te falta vestir a la Elena y a Manuel” le dije, pero antes de que hubiera acabado de dar la orden la Pili ya me había interrumpido: “¡El papá me ofreció $100 por vestir a la Elena!”. Manito de guagua, pensé. Está peor que Piñera y con ese sueldo mínimo las movilizaciones serán imparables.

La discusión quedó en suspenso porque sonó el timbre. Era Manuel, el díscolo, que en medio del caos había decidido ir a dar una vuelta en pijama por el condominio y que ya venía de vuelta ¡Seguro que luego va a exigir su derecho a votar desde el exterior!

“Por favor viste a los niños”, le dije entonces a mi marido en tono perentorio, tarea para la que se declaró incompetente. “Yo no sé hacer eso, y menos ir a buscarles ropa al closet”, dijo con tono quejumbroso y ojos suplicantes. Es comprensible, estábamos hablando de una operación compleja: discernir dentro de un cajón y ¡decidir!

Alberto aprovechó entonces la oportunidad de obtener una pequeña revancha y usó una de las frases que su papá le repite siempre que dice que no puede hacer algo porque no sabe. “Cuando tomaste la raqueta por primera vez ¿sabías jugar tenis?”. Al darse cuenta de que había asestado un golpe mortal, gritó “Knock out! Knock out!” y su papá no tuvo más remedio que armarse de valor, dar el ejemplo y volver a la carga.

Pero nunca falta el aguafiestas, que por lo general es un moralista, papel que siempre desempeña la Josefa en la casa: “Mamá, tú estás muerta de la risa acá y el pobre papá haciéndolo todo; más encima, el papá nos dice que lo hace porque te quiere. Me da pena y no lo encuentro divertido”. “Cría cuervos y te sacarán los ojos”, le dije mientras seguía tomando notas para que no hubiera detalle que se me escapara. La voz de la conciencia es insoslayable, pero con algo de esfuerzo se puede silenciar.

El hecho es que después de un rato todos salieron a caminar y a su vuelta traían el almuerzo entre las bolsas de supermercado ¡¡¡chatarra pura!!! Una hora después, el olor a hamburguesa llegaba hasta mi pieza mientras yo seguía… escribiendo. Por suerte el Gobierno no ha empezado a fiscalizar casa por casa el tema de la comida.

En fin, más de alguno me ha dicho que no mencione a mi familia en las columnas, que lo que pasa en ella no es contingente, yo me pregunto cuando los oigo hablar si puede haber algo más trascendente.

NOTA
1. Toda coincidencia con la realidad es literal, las anécdotas referidas en esta columna y las palabras que pongo en boca de mis hijos son textuales y su agudeza responde a que no ven TV.
2. Si usted cree que esta columna tiene más nombres que novela rusa, no ha leído suficientes novelas rusas o bien sufre de déficit atencional.