jueves, 7 de junio de 2012

Repita conmigo: el lucro no es pecado (Publicado por El Mostrador)


 No se me puede olvidar la impresión que tuve el año pasado cuando en medio de una diatriba contra el lucro, Camila Vallejo dijo textualmente “que las carreras universitarias deben asegurar la rentabilidad futura”. Sin darse mucha cuenta y en un lenguaje bastante impreciso, quiso significar más o menos esto: usted educador no puede lucrar a costa de mi educación; yo estudiante, exijo garantías de que podré hacerlo el día de mañana.

El hecho es que el escándalo de la Universidad del Mar ha vuelto a poner al lucro en el ojo del huracán y se ha constituido en la prueba que faltaba para demostrar que el deseo de ganar dinero es intrínsecamente perverso. Perverso, como es obvio, cuando anima al que está en una posición de poder; y perfectamente legítimo cuando viene de su contraparte.

Ahora bien, la acogida que ha tenido el discurso contra el lucro y la facilidad con que se enciende la pasión cada vez que sale el tema al tapete no se explican exclusivamente, como uno pudiera pensar, por la estupidez...

Ciertamente, ella contribuye con generosidad a que el ciudadano promedio no sea capaz de distinguir entre el afán de lucro y la estafa (distinción que por sí misma sería suficiente para entender que el lucro no tiene la culpa de nada). Contribuye también a que pocos detecten el doble estándar con que esta demanda ciudadana se formula; y contribuye por último a que el que la padece (me refiero a la estupidez) no vea los efectos positivos que el afán de lucro produce en la sociedad.

La estupidez contribuye… pero lo que verdaderamente enciende la polémica es el resentimiento. De otra forma no se explica ese moralismo extremo que súbitamente se introduce en la discusión; porque perfectamente legítimo sería quejarse de que las reglas del juego permitan que una universidad funcione sin el más mínimo estándar de calidad. Perfectamente legítimo también alegar que no ha cumplido con la ley. Pero no veo por qué lo ocurrido con esa universidad podría justificar que, de pronto, haya tantos interesados en librar al prójimo del pecado de avaricia, como si las leyes pudieran o debieran proponerse semejante fin.

Es el resentimiento el que ve un pecado en el hecho de querer ganar dinero. Y un pecado gravísimo en querer ganarlo en abundancia. Es el resentimiento el que transforma el hecho de haberlo conseguido en una culpa que amerita una pena. Es el resentimiento también el que oculta su propia naturaleza introduciendo en la discusión consideraciones morales de cuarta categoría. Es el resentimiento el que aborrece la competencia, porque entre la posibilidad de ganar y la seguridad de arruinar al que ya ganó opta siempre por lo segundo.

La estupidez y el resentimiento son las que han convertido al lucro en la madre del cordero y las que hacen inoficioso el esfuerzo de escribir una columna como ésta: porque el resentimiento no se pasa con argumentos y la estupidez no tiene remedio.