miércoles, 27 de julio de 2011

Fulvio y sus amigas con ventajas (Publicado por El Mostrador)

Disponer de todos los beneficios que ofrece la amistad de una mujer y de todas las prerrogativas de su amor es probablemente una fantasía que muchos hombres acarician en su interior; y como toda fantasía, es imposible de realizar. La amiga con ventaja no será nunca ni una verdadera amiga ni un verdadero amor, y a medio camino entre la amistad y el amor, lo que hay es sólo un juguete sexual que se toma al momento de la necesidad, y se desecha en el de la satisfacción. Puede ser un juguete divertido, pero que dura menos que juguete chino.

Quizá por eso me cueste entender que sea un Senador de la República el que diga abiertamente que entre una amiga con ventaja y una Primera Dama, se queda con la primera. Por más que me alegre descubrir que dentro de las fantasías del Honorable hay también algunas que son masculinas, no deja de preocuparme que quien aspira a ser Presidente diga con desparpajo algo semejante… no deja de preocuparme porque demuestra que hacerlo no tiene ya costos personales, sociales y por ende, tampoco electorales.

Y es que lo que haga Fulvio en las horas que no pasa frente al espejo me importa poco, pero tengo que reprocharle que las cosas que él dice y hace han contribuido con su granito de arena a quitarle al cargo de Presidente la poca solemnidad que le va quedando.

No objeto ¡insisto! lo que haga el Senador en sus horas de tiempo libre y mucho menos que, como me decía un maestro, tenga nombre de proxeneta (no sea que me llamen clasista). Pero me aterra la idea de que el día de mañana cualquier otro Don Juan de macetero se sienta con méritos suficientes como para aspirar a la más alta Magistratura. A fin de cuentas, el que requiere de los servicios de una amiga con ventaja hace un contrato abusivo, y por unos minutos de placer obliga a pagar en carne propia intereses usureros, que bien valdría considerar si no ameritan un desafuero.   

Si además lo dice con descaro en momentos en que todos hablan de un supuesto romance, el desatino raya en la falta de elegancia. Me entran dudas sobre el talento conquistador que explica el 90% de la fama del connotado Senador.

¿Qué en pedir no hay engaño? Puede ser ¿Qué nadie obliga a nadie? También. Pero si alguien puede usar a una mujer ¡que llama amiga! para intereses no del todo altruistas, me pregunto qué hará de las instituciones, del gobierno y en general de cualquier cosa que caiga dentro de su jurisdicción de poder.

Me conformo con que por el momento, y en materias como el aborto, el post natal (y cualquier otro asunto que diga relación con la mujer), el Senador declare de antemano que tiene conflictos de interés.

martes, 26 de julio de 2011

Aviso

Mañana, una columna en honor a Fulvio y a todos los que andan en busca de amigas con ventajas. Publicaré dos versiones: una del Mostrador, más enfocada a lo público, otra más moralizante, pero que no calificaba para ese contexto.

miércoles, 13 de julio de 2011

Una relación narciso masoquista (Publicado por El Mostrador)

“Corta tú”.
“Nooo tú”.
“Tú primero”.
“Es que no puedo”.
“Yo tampoco”.
“Ahora sí”
“Ya pos ¡No cortaste!”
“Bueno, cortemos”.
“Pero los dos al mismo tiempo…”

No es la discusión de una pareja de enamorados que se resiste a cortar el teléfono: es el diálogo narciso-masoquista entre el Gobierno y la Concertación. Diálogo que ninguno quiere terminar, probablemente porque ambos ignoran que todo el país oye con atención una conversación que no les incumbe más que a ellos.

Porque uno puede entender que el oficialismo sienta deseos de enrostrarle a sus contendores políticos la responsabilidad que le cabe en problemas sociales que denuncia como ajenos. Como puede entender también que la Concertación no se sienta particularmente inclinada a colaborar con un Gobierno que insiste en descuidar la diplomacia al momento de presentar sus ideas.

Uno puede entenderlo, pero no deja por eso de observar la escena con un dejo de vergüenza ajena. Y puede entenderlo solo hasta cierto punto, porque a fin de cuentas esa actitud es esencialmente autodestructiva. Porque lo que está en juego, y eso es lo que uno ya no entiende, no es la grandeza, la generosidad y mucho menos el interés patriótico de la clase política, sino simplemente su instinto de supervivencia.

Ceder, conceder e incluso perder (ofreciéndole una victoria al adversario, por ejemplo) no sería en las actuales condiciones un gesto de grandeza, sino simplemente un intento por echar mano del único salvavidas que les queda a los políticos para conseguir algo de respeto ciudadano. No hablo de virtudes, sino de sentido práctico. No apelo a la bondad del gremio, sino a la más primaria manifestación de salud: la de querer vivir.

Uno de los dos, Gobierno o Concertación (y de preferencia ambos) tiene que cortar. Cortar con una forma de relación que genera lo que sea, menos lo que se necesita. Cortar con la tentación de justificarse en el pasado y con la de querer sacar ventajas personales del hecho de ser oposición. Quizá los democratacristianos lo hayan entendido antes y mejor que los demás, porque saben lo que es estar agónicos. Quizá por eso también se muestran, a diferencia del Gobierno y de sus propios aliados, harto menos obcecados.

Porque aunque el chileno sea morboso y disfrute del mechoneo en el barro, ese goce nunca se capitaliza en porcentajes de aprobación para los titanes del ring. En una idiosincrasia como la nuestra, la forma más directa de atacar es la victimización. Y el ataque directo, el camino más rápido para que la opinión pública lo transforme a uno en victimario.

La pelea atrae, pero no convoca. Interesa, pero se deprecia. Y produce cualquier cosa menos aquello que más quieren y necesitan los políticos de parte del electorado: identificación. La confrontación es una actitud con la que el chileno definitivamente no empatiza. Y aunque se incline por darle la razón a alguno de los púgiles, no deja por eso de sentir el conflicto como algo ajeno.

O cortar o morir, ése es el dilema. O lo hace uno, o se hunden los dos. Porque de la sangre del contendor nadie sacará nada, más que generar una arremetida de la marea roja, roja como la roja de la Camila, no como la roja de todos.

Porque para oír evadas, ya tenemos suficiente en Latinoamérica.

miércoles, 6 de julio de 2011

La incompetencia del libre mercado (Publicado por El Mostrador)


Hace unas semanas leí el comentario de un lector de mi blog que me pareció particularmente interesante (link a columna de la Polar). Tenía dos grandes aciertos; el primero es que reconocía lo evidente: “¡Excelente columna!”. El segundo es que hacía hincapié en un buen punto: “La profecía de Schumpeter- me decía- se está cumpliendo, y el capitalismo se destruye a sí mismo. La gente ya no cree en el mercado ni en las instituciones, que funcionen no es suficiente”.

El lector en cuestión hacía referencia en su comentario a una frase de Schumpeter que me pareció interesante “el capitalismo lleva dentro de sí el germen de su propia destrucción”. Interesante porque plantea un dilema, el mejor sistema económico conocido, promovería algo que finalmente atentaría contra lo mismo que pretende impulsar: la economía.

Lo que el lector quería decirme era que los límites entre el afán de lucro y la codicia eran tan difíciles de distinguir, que cuando una cosa ha devenido en la otra, es fácil traspasar las barreras de la ley, de la moral ¡e incluso de la razón! El caso de La Polar es un buen ejemplo (de lo que digo).

El dilema no parece tener solución, no al menos desde la economía porque la distinción entre un deseo legítimo y un vicio es, ante todo, una cuestión moral.

No faltan los ingenuos que creen encontrar el remedio a este tipo de problemas en llevar la cadena de regulaciones al infinito. No sé por qué piensan que, habiendo fallado todos los mecanismos de fiscalización, se puede esperar con gran optimismo que no lo haga el último que se agrega en la línea.

Están también los libremercadistas recargados, esos que no entienden que la ley de la oferta y la demanda requiere- por su propio bien- de la existencia de reglas del juego claras y definidas que permitan el fair play. Resistirse a ellas no parece ser una defensa del modelo sino un desconocimiento del mismo. Cuando en una competencia hay uno que va ganando, no es raro que le interese dar el juego por terminado; por eso justamente es que el capitalismo contempla la necesidad de que existan sistemas para defenderse de la competencia desleal, del engaño, de la especulación o la colusión.

Por último, están las conclusiones que sacan los tontos: esos que proclaman a propósito de cualquier accidente el fracaso del modelo, mientras anuncian con caras y voces nuevas la llegada de uno añejo y agónico cuya implementación fracasó desde Cuba hasta Corea del Norte (fracaso tan evidente que pedir estudios para corroborarlo es risible).

Y es que el libre mercado, el capitalismo o como se le quiera llamar, es un sistema creado para resolver cuestiones bien concretas. Por eso, si lleva dentro de sí el germen de su propia destrucción es porque muchas veces se transforma en un estilo de vida, en un modelo político e incluso en un código moral. Pero no es justo achacarle al capitalismo los costos de algo que excede el ámbito de su competencia.

La pregunta por la vida buena o por lo que es justo, se vuelve entonces ineludible. Y la respuesta del liberal, absolutamente insuficiente. La idea de que “es bueno lo que me parece bueno, siempre y cuando no afecte al vecino”, es una idea falaz. Falaz porque a poco andar se vuelve imprescindible buscar criterios comunes que hagan posible la vida en común, y con el concepto de libertad no se alcanza a darle contenido. Falaz también porque es una especie de extensión del libre mercado al plano social y político, una especie de moral basada en la idea de la oferta y la demanda.

El germen de destrucción no está por eso dentro del modelo. Está en el hombre, y en cristiano se llama pecado original. ¿La solución? También está fuera del modelo.

viernes, 1 de julio de 2011

Respuesta a los que han comentado mi columna...

El debate sobre la homosexualidad es complejo, y no siendo especialista en el tema, mi aproximación es sólo la de una persona informada.

Existen desórdenes o anomalías en diversas áreas del comportamiento humano... como la depresión o la anorexia. Se puede decir- sin ánimo de ofender- que una persona con un desorden alimentario tiene una anomalía en su conducta alimenticia. ¿Todos de acuerdo hasta aquí? Bien. Ahora empieza lo contencioso, mantengan sus mentes abiertas por favor ¿Puede haber desórdenes en el comportamiento sexual del ser humano? ¿O es un área dónde todo vale? Yo creo que puede haber desórdenes en ese ámbito. Este es el primer punto que me gustaría establecer: que es posible que existan anomalías sexuales. Creo que hasta aquí serán pocos los que estén en desacuerdo.

Pasamos ahora al segundo punto, más complejo ¿Cómo se determina lo que es normal o no en el comportamiento humano? Propongo dos posibilidades. Es un comportamiento desordenado o anormal:
a) Si va en contra de la función natural de ese comportamiento, o capacidad humana.
b) Si daña al sujeto que lo realiza, ya sea física o mentalmente.
c) Si no le permite al sujeto funcionar adecuadamente en la sociedad en que vive.
d) Si daña de una manera significativa a la sociedad en que vive.

Tomemos un ejemplo: ¿Es la pedofilia una anomalia? ¿Si o no? ¿Por qué? Llevemos el ejemplo un paso más allá: ¿Es normal un sujeto que se regocija en fantasías de pedofilia, pero que nunca las lleva a cabo? ¿Si o no? ¿Por qué? Pongo este ejemplo porque el individuo que disfruta estas fantasías puede, quizá, desenvolverse bien en la sociedad y no se daña a sí mismo físicamente, ni tampoco daña a otros. Pienso no obstante que se podría considerar anormal que su impulso sexual esté dirigido (aunque solo sea imaginariamente) a un sujeto inadecuado. ¿Por qué? Aquí es donde entra la noción de naturaleza. Sé que aquí habrá mucho descuerdo, pero traten de comprender este tipo de razonamiento.

El impulso sexual se dirige a la procreación principalmente, no únicamente. Esto no invalida toda relación sexual porque ella no es capaz de concebir hijos, lo cual sería absurdo, pero ofrece un criterio para hablar de normalidad. El impulso sexual tiene un componente biológico innegable que anuncia por qué ciertas conductas son anómalas. Si el impulso sexual se dirige a un sujeto de suyo incapaz de procrear con uno (un animal, un mueble, un infante) uno puede concluir que está mal dirigido. Una persona que tiene su impulso sexual dirigido a una persona del mismo sexo, tiene su impulso sexual mal dirigido. Sufre, entonces, de un desorden, una anomalía o una enfermedad. Este es el segundo punto: el deseo sexual por una persona del mismo sexo va en contra de la principal función natural de la sexualidad. Si no comprende este tipo de razonamiento, cambie el ejemplo y sustitúyalo por lo que pueda ser un desorden alimentario: el resultado será el mismo... aún cuando muchas veces se pueda comer por el placer de estar con otros, o tener una relación sexual por el simple hecho de buscar la unión con el ser amado y todo el goce, espiritual y físico, que eso trae consigo, eso no va en contra de la función principal del impulso. 

Además de considerar las conductas en sí mismas, se pueden considerar lo que acompaña la conducta. Es aquí donde viene al caso citar fuentes. Es verdad que podría haber sido más precisa al citar: muchas de las fuentes que cito son estudios comparativos que abarcan a su vez otros estudios: los puse para que el lector se dirigiera a las citas contenidas en las referencias que mencioné. En vista de que ese trabajo no se lo dieron muchas personas, ofreceré las referencias a sesudos Journals y revistas indexadas y "peer reviewed". Como espero que eso tenga el consenso necesario y universal, no me referiré a la descalificación a priori que recibieron algunas de mis fuentes sólo por su origen y no por su contenido ¡eso es discriminación!


En este tercer punto quiero establecer que la homosexualidad daña a quienes la practican. Concluyo esto por el mayor porcentaje de enfermedades mentales asociadas a la homosexualidad. Concluyo también, a partir de la alta promiscuidad que se da entre la población homosexual, que las personas homosexuales viven su sexualidad y su afectividad de una manera diferente a la de los heterosexuales. Para concluir esto hago referencia a un hecho perfectamente conocido, y remito a las siguientes fuentes:

Alan P. Bell and Martin S. Weinberg, Homosexualities: A study of Diversity Among Men and Women, p. 308, Table 7, New York: Simon and Schuster, 1978.

Leon McKusick, et al., "Reported Changes in the Sexual Behavior of Men at Risk for AIDS, San Francisco, 1982-84 — the AIDS Behavioral Research Project," Public Health Reports, 100(6): 622-629, p. 625, Table 1 (November- December 1985). 

"Increases in Unsafe Sex and Rectal Gonorrhea among Men Who Have Sex with Men — San Francisco, California, 1994-1997," Mortality and Morbidity Weekly Report, CDC, 48(03): 45-48, p. 45 (January 29, 1999).

Jeffrey A. Kelly, PhD, et al., "Acquired Immunodeficiency Syndrome/ Human Immunodeficiency Virus Risk Behavior Among Gay Men in Small Cities," Archives of Internal Medicine, 152: 2293-2297, pp. 2295-2296 (November 1992).

Donald R. Hoover, et al., "Estimating the 1978-1990 and Future Spread of Human Immunodeficiency Virus Type 1 in Subgroups of Homosexual Men," American Journal of Epidemiology, 134(10): 1190-1205, p. 1203 (1991).

Judith Bradford, Caitlin Ryan, and Esther D. Rothblum, "National Lesbian Health Care Survey: Implications for Mental Health Care," Journal of Consulting and Clinical Psychology, 62(2): 228-242 (1994). 

Richard C. Pillard, "Sexual orientation and mental disorder," Psychiatric Annals, 18(1): 52-56 (1988).

Laura Dean, et al., "Lesbian, Gay, Bisexual, and Transgender Health: Findings & Concerns," Journal of the Gay & Lesbian Medical Association, 4(3): 102-151, pp. 102, 116 (2000).

Theo Sandfort, Ron de Graaf, et al., "Same-sex Sexual Behavior and Psychiatric Disorders," Archives of General Psychiatry, 58(1): 85-91, p. 89 and Table 2 (January 2001).

Hay más... por si el lector no está convencido, pero espero que esto satisfaga a los más exigentes. Puede que el lector no comparta mis conclusiones, pero es un hecho que la promiscuidad entre personas homosexuales es altísima, como también que presentan mayor incidencia de enfermedades mentales (depresión, conductas de riesgo, etc.) que el resto de la población. Algunos pueden atribuir esto a la discriminación... pero un estudio realizado en Holanda (el último citado), país donde la discriminación es muy baja, le resta fuerza a esa hipótesis.

Concluyo con unas consideraciones finales. 
La cifra que se da sobre el porcentaje de personas homosexuales es del 10%. Esta cifra está tomada del Informe Kinsey, que ha caído bajo sospecha. Cifras más precisas indicarían que sólo el 2% o 3% de la población sería homosexual (Billy JO, Tanfer K, Grady WR, Klepinger DH (1993). "The sexual behavior of men in the United States". Family Planning Perspectives 25 (2): 52–60).

El hecho de que entre animales se den, también, comportamientos homosexuales no implica nada porque:
1) Entre animales también puede haber desórdenes de conducta.
2) Entre animales se dan conductas como el infanticidio, poligamia, canibalismo y otras que no son deseables en los seres humanos.
3) El comportamiento sexual en animales no es equiparable al de las personas sin más.

Estoy consciente de que en 1973 la APA retiró la homosexualidad del DSMMD, pero es un hecho que eso se hizo bajo fuerte presión (Scasta DL (2002). John E. Fryer, MD, and the Dr. H. Anonymous Episode. Journal of Gay & Lesbian Psychotherapy Volume: 6 Issue: 4 pp. 73–84.). Robert Spitzer, quién fuera responsable de esto, publicó años más tarde un estudio dónde avala la posibilidad de cambiar la orientación sexual de homosexual a heterosexual (Can Some Gay Men and Lesbians Change Their Sexual Orientation? 200 Participants Reporting a Change from Homosexual to Heterosexual Orientation (Archives of Sexual Behavior, October 2003, p.403-417).


En fin, hago un llamado, sobre todo, a que este asunto pueda ser debatido sin descalificaciones. No es justo, ni verdadero, que cuando se habla de homosexualidad haya todo un aspecto del fenómeno que se silencia bajo la categoría de argumentos homofóbicos.


Me parece significativo, no obstante, que la última campaña contribuya a evitar que esta condición se transforme en objeto de burla. Y reitero que, tratándose de eso, soy la primera en apoyar esa causa, como cualquiera que apunte a evitar discriminaciones arbitrarias.


Si una jueza homosexual puede o no educar a sus hijas, si un profesor homosexual puede o no hacer clases en un colegio, son cuestiones que habrá que resolver caso a caso. Ni los hetersosexuales ni los homosexuales pueden aludir a su condición como garantía a priori de probidad. 


He dicho.