miércoles, 24 de noviembre de 2010

Lavín, el sepulturero de la educación pública (Publicado por el Mostrador)

Hace algunas semanas ingresé a la página web del Colegio de Profesores. Sabía que el gremio estaba en negociaciones con el Ministerio de Educación y quería conocer su postura oficial.

Lo primero que encontré fue algo así como una amenaza para Lavín: “Puede pasar a la historia como el sepulturero de la educación pública”. Con esa palidez y ese aire medio desgarbado del Ministro- pensé- no le sienta nada de mal el papel, aunque hay que reconocer que a su expresión le falta algo como para conseguir ese look tenebroso, tipo Haloween, propio del sepulturero.

El que hizo estas declaraciones macabras debe haber olvidado que enterrar a los muertos es un deber piadoso, sobre todo si se trata de un cadáver en evidente estado de descomposición; y no debe haber tenido en cuenta, tampoco, que esta diligencia podría aumentar considerablemente el capital político del sepulturero en cuestión, para lo cual sólo haría falta que cambiara el color de su casaca, porque de rojo podría parecer vampiro.

No es que yo sea contraria a la educación pública, pero es imposible dejar de decir que la que tenemos hoy contribuye a fortalecer el círculo de la pobreza y a incrementar las diferencias siderales que hay en Chile entre ricos y pobres. Tanto así, que no hay Diputado ni Senador de los que defienden a rajatabla el sistema público que no haya puesto a sus hijos en otras manos. Y si lo hubiera, yo le diría que no hay derecho a sacrificar a los propios hijos a lo Agamenón sólo por defender principios políticos.

La cosa es que después de leer estas declaraciones que ponían una pala sobre los hombros de Lavín, seguí revisando el sitio y me encontré con lo que andaba buscando, una sección que se llama “Nuestras Demandas”. Debo admitir que con un poco de empatía algunas de ellas pueden llegar a parecer razonables.

Para empezar, piden el pago de la famosa deuda histórica. Se trata de una deuda que fue desestimada por los tribunales, pero yo soy partidaria del pago de cualquier tipo de deuda, ya sea moral, histórica, externa, la que sea. Así tenemos un Juicio Final con proceso abreviado. Cómo se paga la deuda, quién la paga y si con ese pago los profesores podrán a su vez saldar su propia deuda… es otra cosa.

Otra de las demandas del Colegio de Profesores tiene que ver con el famoso bono SAE, que forma parte del sueldo de todo profesor del sistema público. Para definir el monto del bono, el gremio solicita excluir a los municipios de las negociaciones. Obvio, las muni son las que pagan y consta que los acuerdos son mucho más fluidos cuando los que verán afectados su bolsillo no intervienen en ellos. Me recuerda las políticas de los colegios para la compra de textos de estudio: la editorial se lo recomienda al profesor y éste le endosa el costo a los papás. Con esa estrategia, los procesos de venta, compra o negociación se van como por un resbalín.

El gremio se opone también a dos iniciativas unilaterales del Mineduc. La primera, permitir a los directores despedir hasta a un 5% de sus profesores. Me cuesta entender la histeria colectiva que genera esta medida y me lleva a pensar que los docentes están con un serio problema de autoestima. Con ese porcentaje, yo al menos no me sentiría bajo amenaza.

La otra medida del Ministerio que el Colegio de Profesores rechaza es el cierre de escuelas que prácticamente no tienen matrículas. Y esto sí que yo lo entiendo, porque significaría el despido de 200 profesores que trabajan en condiciones óptimas: sin alumnos ¡El sueño de todo profesor!

En fin, nadie que goza de fuero está dispuesto a perderlo así nomás y hasta hoy los profesores han tenido nada menos que una legislación laboral propia. Pero por una cuestión de imagen, el Colegio de Profesores debería demostrar también un cierto nivel de compromiso con la educación y, sobre todo, con los perjudiciarios del sistema, los niños más vulnerables del país. Acerca de esto, nada hay en la página web.

En el fondo, da la impresión de que el foco de atención del Gobierno es completamente distinto al del Colegio de Profesores; mientras uno mira a los niños, el otro se mira al espejo. Si esto sigue así, Joaquín el Sepulturero podría no sólo aumentar su capital político sino acabar de paso con el poco que le queda al Colegio de Profesores.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Conservador: ¿En qué mundo vives? (Publicado por El Mostrador)

Hace tiempo tenía ganas de escribir una columna para responder a una pregunta que se me hace frecuentemente “Tú ¿en qué mundo vives?”. No había querido hacerlo antes porque me parecía de mal gusto usar un espacio público sólo para hablar de mí. Sin embargo, la pregunta ha sido tan reiterativa, que empiezo a creer que es de interés nacional.

Además, tengo la impresión de que esa pregunta sirve para desenmascarar el pensamiento del que la hace (por lo general, un autoproclamado progre). Saber lo que quiere afirmar con ella puede ser útil no sólo para mí sino también para cualquier conservador que lea esta columna.

Mi sospecha es que las afirmaciones contenidas en la pregunta “¿En qué mundo vives?” son dos.

La primera es que las ideas conservadores tienen un lugar de procedencia que es de ficción. Para decirlo en fácil, la pregunta “¿En qué mundo vives?” es equivalente a la afirmación “Vives en cualquier parte, pero no en el Chile real”. Y yo me pregunto cuál es el Chile real; por una parte, porque si hay cosa difícil de encontrar en este país es homogeneidad. ¡Hasta la geografía nos juega en contra en ese sentido! Y por otra, porque me cuesta adivinar el criterio en base al cual alguien puede decidir qué parte de Chile es real y qué parte no. ¿El Golf o Ñuñoa? ¿San Pedro de Atacama o Temuco? ¿La Legua o Vitacura? En todo caso, yo estaría dispuesta a aceptar que se me excluyera del Chile real, siempre y cuando el que lo haga no use nunca más la palabra multiculturalidad.

A través de la pregunta “¿En qué mundo vives?”, algunos progres tienden a invalidar de modo automático cualquier argumento contrario apuntando a su origen. Si viene de uno de derecha, es un argumento fascista; si de un católico, es una idea pechoña; si de una de una mujer bonita, una frivolidad.

Pretender una objetividad químicamente pura puede ser utópico de mi parte- lo concedo- pero rebatir siempre ad hominem pone de manifiesto una falta de sutileza intelectual. Hay que ser comprensivos con el progre, en todo caso, porque siempre ha sido difícil razonar bien cuando el pensamiento se ha hecho esclavo de una ideología. En todo caso, vale la pena intentarlo.

La segunda cosa que quiere afirmar la pregunta “¿En qué mundo vives?” es que las ideas conservadoras quedan desautorizadas por la evidencia de los hechos. Las estadísticas nos serían desfavorables e indicarían que todo eso que creemos no tiene ningún correlato en la realidad.

La lógica es absurda, si se analiza con atención: dado que son pocos los que viven de acuerdo a tales o cuales criterios, entonces esos criterios no tendrían validez. La evidencia de los hechos no es ni puede ser una razón o un argumento, sino solo un dato. Un dato que, de haberse tenido en cuenta como argumento irrefutable, no habría permitido abolir la esclavitud ni otorgarle a las mujeres derecho a sufragio.

No se trata, como es obvio, de desestimar el valor del dato o de la estadística. Ninguna política pública puede llevarse a la práctica sin referencia a lo que de hecho ocurre. Pero esos datos no pueden ser los marcapasos de la política. A menos, claro está, que ésta no pretenda realizar ningún cambio, sino simplemente transformarse en un espejo de la realidad, uno de los peligros de la democracia, según de Tocqueville.

En fin, me he quedado sin espacio para responder a la famosa pregunta, aunque me temo que quienes la formulan no están demasiado interesados en conocer la respuesta. Quizá si insisten, lo haga en otra oportunidad.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Envejecemos: ¡A tener hijos se ha dicho! (Publicado por el Mostrador)

Hace poco leí en la portada del Mercurio “Tasa de envejecimiento en Chile se duplica en los últimos veinte años y es la segunda más alta de la región”. Nada relevante, es un problema cuyos efectos se harán sentir en varios años más y es propio del chilean way dejar las cosas para última hora.

El Ministro Kast sacó, a propósito de estos datos, cuentas alegres sobre las expectativas de vida de los chilenos; y la Ministra del Sernam pasó por alto el tema porque estaba fascinada con su campaña del mariquita Pérez.

Pocos días después, apareció otra noticia relacionada. Sarkozy proponía aumentar en dos años la edad de la jubilación de los franceses; y no porque quisiera sacarle trote a los jubilados, sino simplemente porque en ese país no hay suficiente fuerza de trabajo para sostenerlos.

La cosa es que sobre la necesidad de revertir la tendencia nadie dijo nada… a pesar de que el problema es tan obvio como la solución.

El silencio generalizado del Gobierno y de la opinión pública ante la noticia me deja en una situación incómoda:

Si con ocho hijos y otro en camino no digo nada acerca de la importancia de no envejecer como sociedad, podría parecer que tengo hijos solo a causa de mi incontinencia.

Si hablo demasiado, podría desincentivar a cualquiera que estuviera considerando seriamente la posibilidad de contribuir con un chilenito. No pretendo, por lo mismo, hacer nada parecido a una exhortación. Para hablar de la maravillosa experiencia de la maternidad son necesarios dos requisitos que no se cumplen mientras escribo. El primero es no estar embarazada y el segundo, tener a los hijos propios a suficiente distancia.

Tampoco quiero predicar desde el púlpito contra el egoísmo y el materialismo. Estoy convencida de que las razones egoístas para tener muchos hijos abundan. El miedo a la soledad podría ser una de ellas. Recuerdo el caso de un periodista chileno (que alguna vez se burló de familias numerosas como la mía) que fue encontrado muerto en su departamento cuatro días después de ocurrido su deceso. Presumo que pocos querrían acabar sus días de esa forma. Y si de materialismo se trata, tener hijos no deja de ser una buena inversión, sobre todo si falla el sistema de pensiones como en Francia.

Por eso yo creo que tener hijos es, sobre todo, hacer una buena inversión. Reporta dividendos en el corto plazo y en el largo tiene una plusvalía considerable: lo dicen todos los que algo de experiencia tienen en la vida.

Pero como toda inversión, tiene costos alternativos; por de pronto, en el propio cuerpo. Mi ginecólogo dice que la actividad cerebral se ve mermada en un 30% durante el embarazo y asemejarse a un globo a punto de estallar no es algo que mejore las cosas. Lo cierto es que la fatiga de material afecta al cuerpo humano de todas formas; no es claro que valga la pena abstenerse de tener hijos o limitarlos por ahorrarse una que otra estría.

Tener hijos obliga también a sacrificar posibilidades profesionales y no hay postnatal que pueda remediarlo si es que uno pretende educarlos además de parirlos. Por lo demás, es bien cuestionable eso de darse por entero a un oficio o a una empresa que no tendrá ningún reparo en deshacerse de uno cuando sea conveniente.

Ya sé que el problema de la natalidad es complejo y obliga a ahondar en temas lateros como la relación entre gasto y productividad, el concepto de deuda, las pirámides poblacionales. Pero no hay política pública capaz de estirar la cuerda por mucho tiempo con una tasa de natalidad de 1,9.

Sé también que para ponerse en campaña hay que tener un marido de esos que no están abiertos a la posibilidad de reinventarse; y que además hay que tener posibilidades más o menos ciertas de darle a los hijos educación y salud.

Lo preocupante es ver que aumenta el número de los que pudiendo tener más hijos no lo hace porque no quiere asumir los costos asociados a la crianza. Así las cosas, el chilean way llegará a ser una categoría abstracta, un modo de hacer las cosas sin sujeto que lo ejecute.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Bielsa, un loco romántico (Publicado por El Mostrador)

Además de loco, Bielsa es mucho más argentino de lo que parece. Ningún chileno sería tan desafiante con la institucionalidad ni tan romántico como lo es él.

Ciertamente, desde el punto de vista de las formas, la conferencia de prensa de Bielsa es bien discutible. Se trata de un empleado de la ANFP que interviene en medio de un proceso eleccionario aparentemente legítimo para manifestar su preferencia. En ese espacio, además de hacer críticas severas a un candidato, condiciona su continuidad a los resultados de la elección.

Curioso, por decir lo menos, para el chileno formalista a quien este tipo de actitudes le resultan chocantes; independientemente de la intención que tuviera Bielsa, es un hecho que sus opiniones tienen un peso social significativo.

No es justo, sin embargo, calificar su intervención en el proceso desatendiendo al contexto dentro del cual ella se produjo. A mi juicio, el contexto no sólo exculpa a Bielsa sino que lo dignifica.
En primer lugar, porque hay rumores fundados de que el Presidente habría intervenido en la elección. No sólo manifestando su opinión o su preferencia- lo cual ya sería discutible- sino moviendo hilos para que su propia opción fuera la ganadora. Dos formas de intervención. Sólo que la de Bielsa es abierta y se explica por su necesidad de defender lo que a todas luces ha sido un buen trabajo. Y la otra es oculta y tiene el agravante de que plantea dudas serias acerca de una visión monopólica del poder.

Por otra parte, está el hecho de que los votantes ya habían empeñado su palabra ¿Qué no les reconozco su derecho a cambiar de opinión? Por supuesto que sí, pero hay circunstancias que hacen sospechoso este cambio. Por de pronto y si de elecciones se trata, yo no apoyo incondicionalmente un proyecto que no me satisface. En el mejor de los casos, apoyo condicionadamente a que no se presente una mejor opción y la busco. Asumiendo que ya di mi palabra y que se presenta una alternativa que me satisface más, estoy obligado moralmente a plantear el cambio de condiciones a aquel con quien ya me comprometí. Es decir, a darle la primera opción. Eso simplemente no se hizo y en este caso era de mínima lealtad con quien había hecho un buen trabajo.

Esta situación, de falta de caballerosidad y de ingratitud de parte de los votantes fue, a mi juicio, una de las cosas la que puso a Bielsa entre la espada y la pared. La que lo movió a hacer algo inédito pero de justicia, aún cuando finalmente resultara ineficaz.

Bielsa es un loco, es cierto; no opera con la lógica del formalista ni con el pragmatismo de los que se rinden ante el poder. Es un argentino, un transgresor de las formas y del protocolo, pero cuando hay ideales y principios de por medio.

Bueno sería que los chilenos fuéramos capaces de darle a nuestro formalismo el contenido que es capaz de darle algo de sentido. Por lo visto este proceso ha dejado al descubierto que se cuida lo primero y se desatiende por completo lo segundo.