miércoles, 24 de agosto de 2011

¿Ignorantes, cobardes o simplemente estúpidos? (Publicado por El Mostrador)

Usted admite que es de derecha pero lo hace con vergüenza. “Es una categoría anacrónica” dice queriendo justificar su pecado o dándose aires de renovado. Y mientras se esconde con timidez y displicencia en sus asuntos privados, la izquierda sale a la calle con banderas y pancartas haciendo gala de su militancia ¡como si realmente tuviera razones para enorgullecerse de ella!

Usted admite que es de derecha, pero piensa y habla en clave socialista. Habla de la educación como un derecho y de la igualdad como un ideal. Y no se da cuenta de que los términos que usa en el debate no son los adecuados para poner en palabras sus ideas. Es de derecha, pero se ha instalado cómodamente en el lenguaje ideologizado de la izquierda y luego no encuentra la forma de superarlo… probablemente porque ni siquiera lo ha notado.

Usted admite que es de derecha pero lo hace con vergüenza. Y yo me pregunto mientras tanto si usted es ignorante, cobarde o simplemente estúpido. Permítame entonces con todo el cariño del mundo, recordarle algunas cosas para que supere su complejo.

En primer lugar debo decirle que las ideas anacrónicas son las de izquierda y no las suyas. No hace falta para demostrarlo que haga referencia a casos extremos como el de Cuba o Venezuela. Basta con que mire lo que ocurre en Europa para entender que el famoso estado de bienestar fracasó. España, Italia, Francia y Grecia son ejemplos elocuentes de lo que digo http://diario.latercera.com/2011/08/21/01/contenido/negocios/27-80872-9-paises-europeos-en-crisis-se-alejan-de-estado-de-bienestar.shtml.

Déjeme decirle además que los países en que usted piensa como contraejemplos, Alemania o Suecia por ejemplo, difieren bastante del nuestro. Para que el estado de bienestar sea algo más que una utopía, se necesita de una productividad mucho mayor que la nuestra y por tanto de una cultura del trabajo que ¡me huele! no tenemos. Y para que sea algo que sostenible en el tiempo, se requiere de una tasa de natalidad muy superior a la nuestra. Habrá que ver si no colapsa también allí donde todavía funciona. ¡Y no me recuerde que en términos de productividad no tengo autoridad moral porque vivo a expensas de mi marido! Yo al menos sé que mi estilo de vida es inviable sin un número considerable de hijos que lo reemplacen a él en caso de viudez. El estado de bienestar es algo que alcanza para pocas generaciones sin un cambio de cultura más o menos potente; y aunque le pese ¡un cambio inclinado hacia lo conservador!

Usted es de derecha, pero concede sin hacer cuestión la proliferación epidémica de los derechos, derechos que en la mentalidad de la izquierda ni siquiera tienen un deber correlativo; y si lo tienen, solo son exigibles a los grandes empresarios, ese grupo endemoniado a los que apuntan la Camila, Gajardo y Martínez con toda su artillería.

Usted es de derecha, pero habla de igualdad; y parece que no supiera que la igualdad no es nada parecido a un valor y que en caso de serlo, la única posibilidad de conseguirlo sería nivelando hacia abajo. Es de derecha, pero no se ha dado la molestia de tomar el diccionario de la RAE para saber que el concepto que usted debería usar es el de equidad, que es algo bien diferente (le dejo la tarea).

Déjeme decirle entonces que si usted admite que es de derecha e incurre en estas contradicciones, es usted un ignorante, un cobarde o simplemente un estúpido. Como sea, después no se queje por favor.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Liberales ¡pidiendo gratuidad! (Publicado por El Mostrador)

Si usted es de los que proclama que la libertad de cada uno termina donde empieza la de otro y piensa que de esa forma defiende de manera irrefutable sus ideas, muy probablemente no se ha dado cuenta de que ese argumento se puede usar para sostener posiciones contrarias a las suyas. Porque cuando usted dice que la libertad de uno termina donde empieza la de otro, alude a un lugar que nadie sabe dónde queda.

Déjeme decirle entonces, amigo liberal, que el principio que usted tiene de mentholatum pesa menos que un paquete de cabritas. Y si usted quiere ir por la vida proclamando derechos individuales, definitivamente tendrá que buscar una manera mejor de justificarlos, no sea que se haga evidente que carece de estructuras mínimas para fundamentar lo que piensa.

Déjeme decirle también que cuando usted adhiere a movimientos  como el estudiantil, pensando que le concede derechos a otros que no merman para nada los suyos,  o esperando ganar una pequeña ventaja, demuestra que tiene una pobre idea de la vida en sociedad. El “no se meta conmigo, que yo no me meto con usted” no alcanza para sustentar una sociedad y la educación que tenemos es un fiel reflejo de eso.

La moral de la tolerancia y de los derechos individuales, que es la que usted promueve, tiene sus ventajas (por de pronto, que no nos matamos a balazos), pero también sus costos. El primero de ellos es que induce a cada cual a vivir con indiferencia respecto del resto.

Esa pretensión suya de instalar un modelo moralmente neutro, donde todo vale siempre que no afecte el metro cuadrado del vecino, donde no hay ni bueno ni malo, ni mejor ni peor, ni verdad ni error, es un modelo que no funciona, porque no consigue la cohesión social que usted reclama.

Hágase cargo entonces, estimado amigo liberal, de las consecuencias que tiene su moral acomodaticia. Hágase cargo y no pretenda después de proclamar que los modelos de vida son indiferentes, que en la sociedad que usted vive impere la justicia, la equidad y toda clase de virtudes. Porque usted ha contribuido en buena parte a aumentar los males sociales que denuncia.

Defienda su idea de que la libertad termina donde empieza la del otro. Defiéndala y practíquela, pero después no pretenda ampararse en las faldas de Papá Estado para que le dé todo lo que no tiene a costa de defender a ultranza su propio espacio de independencia.

¿Desmoralizó su vida? ¿Quiere hacer lo que le plazca sin que intervengan en ella? Muy bien, no pretenda entonces moralizar al Estado. No busque que él supla las falencias que creó su ideología.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Estudiantes, sírvanse tomar asiento y oír (publicado por El Mostrador)


No tienen derecho a voto. No pueden celebrar un contrato. No son jurídicamente responsables de lo que hacen. Son menores de edad. Menores que pueden hacer rodar la cabeza de un Ministro, sugerir cambios a la Constitución y proponer ideas como que los dirigentes vecinales se hagan cargo del Gobierno. Son los secundarios.

No han terminado sus carreras; las congelaron para dedicar su tiempo de estudio al activismo político. No son alumnos de excelencia. No tienen experiencia y mucho menos ciencia en materia de educación, pero la exigen gratuita y de calidad. No saben de economía pero quieren nacionalizar el cobre y tienen certezas al momento de explicar cómo se financia lo que piden. Son los universitarios.

No son interlocutores válidos. O al menos no lo son para nada que trascienda el ámbito del diagnóstico, porque detectar un problema no es lo mismo que poder darle solución.

Cordialmente se les agradece, por tanto, la contribución que han hecho al debate. Si no fuera por ellos, el tema de la educación no estaría en el primer lugar de la agenda. Y si no fuera por ellos, los políticos no le habrían dado prioridad al asunto. Se les agradece su aporte, pero se les invita a tomar palco para oír ahora a los que algo saben de la materia (Waissbluth podría ser uno de ellos, por ejemplo).

Porque si los estudiantes insisten en querer ser protagonistas de la noticia, harán evidente que en Chile la educación no alcanza ni siquiera el primero de sus objetivos: el de hacer consciente al que la recibe de todo lo que ignora. Y si se obstinan en ser ellos los que ponen los términos del debate, será imposible salir de la falsa dicotomía en la que han planteado la discusión.

Porque la cuestión no se decide, como creen ellos, entre lo público y lo privado. Y no se decide porque ni lo uno ni lo otro asegura la calidad. La UTEM es una universidad pública y la Miguel de Cervantes, una privada. Ninguna de las dos, creo, lidera el ranking de la excelencia. La Chile y la Católica, en cambio, ocupan los primeros puestos en ese escalafón y no pertenecen a la misma categoría en ese sentido.

¿Sobre la base de qué evidencia fáctica los estudiantes insisten en asociar lo público a lo de calidad? Sobre la base de un prejuicio antiguo, refutado por la historia y por los datos. El Estado, sea que se piense en el modelo cubano o en el europeo, no ofrece las bondades que la izquierda le atribuye, porque o lo hace abiertamente mal o parece que lo hace bien pero una forma que es insustentable. No es claro entonces que todo el esfuerzo fiscal deba orientarse a lo público, como no es claro que la formación de ciudadanos esté mejor garantizada ahí que en instituciones de índole privada.

O quizá ¡y solo quizá! lo que han querido decir es que la mejor educación no es nunca la que tiene fines de lucro. Pero si han querido decirlo, no han sido capaces de saber cómo y mucho menos de explicar por qué.

La educación universitaria no puede ser de primera calidad si lo que la mueve es el lucro por una razón muy simple: porque si es excelente, es un pésimo negocio. Tener profesores de jornada completa y tenerlos más de la mitad de su tiempo estudiando en una biblioteca para escribir unos papeles que nadie paga y pocos leen, definitivamente no es rentable. No es rentable, pero es requisito sine qua non de una educación universitaria de calidad. De ahí que las mejores universidades sean siempre aquellas que se inspiran en principios que trascienden el lucro. Y este tema, insisto, atraviesa tanto lo público como lo privado.

Que la mejor educación no sea la que tiene fines de lucro no significa tampoco que erradicar el lucro de la educación sea una buena idea. Las universidades privadas, han contribuido también a la movilidad social, porque en materia de educación es mejor algo que nada.

Erradicar el lucro no es la solución. Trasparentarlo sí. Solo de esa forma las instituciones que lo tengan como fin estarán obligadas exhibir, si no excelentes resultados, al menos aceptables. Y si bien se les permitirá hacer de la educación un negocio, se impedirá que hagan de ella un negociado.

Las categorías de público-privado no resuelven el problema que existe. Y la gratuidad tampoco consigue, como se cree, la equidad. Porque lo que mantiene la brecha entre ricos y pobres no es la PSU ni los aranceles de las universidades, sino el abismo que hay entre unos y otros a los 18 años, abismo que a esas alturas ya es insalvable.

Que los estudiantes guarden silencio y que los expertos, por favor, tomen la palabra. 

jueves, 4 de agosto de 2011

Depredadores y parásitos en el Gobierno de Chile (publicado por El Mostrador)


Hace pocas semanas un flamante Ministro de Energía renunciaba tres días después de haber asumido la cartera. Lo hacía porque tenía conflictos de interés entre una posición que tenía en el mundo privado y su nuevo cargo público. Unos días antes, Joaquín Lavín dejaba el Ministerio de Educación por estar bajo sospecha de tener un problema semejante en su calidad de socio de la Universidad del Desarrollo. Fernanda Otero, entretanto, era noticia por asesorar al Presidente en materia de comunicaciones y al mismo tiempo a empresas que negociaban contratos con el Estado.

Y es que la derecha está llena de conflictuados, de personas que vienen del mundo privado y que pasaron, para decirlo en fácil, a estar sentadas a ambos lados de la mesa: a ser regulados y a regular. Conflictuados que, además de posición, tienen un millón de amigos de esos que por la vía de un telefonazo resuelven los problemas que crea la burocracia estatal (burocracia que yo sería la primera en sobrepasar en caso de que pudiera).

Conflictuados los de la derecha…pero también brutos y analfabetos a la hora de entender que cuando uno pasa de ser el patrón del fundo propio al administrador del fundo de otros, hay cosas que no se pueden hacer y hay formas que es obligatorio cuidar. Si alguien entra a un banco con un revólver en la mano, no podrá quejarse luego de estar obligado a dar explicaciones al juez. No podrá quejarse y aducir que su conducta es intachable y mucho menos apelar a sus buenas intenciones: la ética tiene algo que ver con la estética y las apariencias también importan.

Porque cuando se dice que alguien tiene conflictos de interés no se dice que sea corrupto ni malintencionado, ni siquiera que haya hecho algo en concreto; simplemente se señala que no está en condiciones de garantizar la imparcialidad que debe tener quien vela por cuestiones que no son propias. No se trata de no tener intereses en lo que se hace, sino simplemente de no encontrarse en situación de que los propios intereses vayan en desmedro de los de otros. Yo podría, por ejemplo, saber que Echeverría no hará nada en perjuicio de nadie. Lo podría saber porque lo conozco y porque somos parientes, pero los estándares que se piden para la administración pública no pueden estar dados por la pregunta ¿lo conoce o no la Tere? ¿lo aprueba?

La cosa no es tan simple, en todo caso. Porque si nos dejamos llevar por las exigencias que la izquierda pone para ser funcionario público, estaría habilitado para serlo una clase de hombre bastante excepcional. Por de pronto, tendría que haber trabajado solo para el Estado o la política desde que tuvo edad hacerlo. Es decir, no podría haber tocado con sus manos la inmundicia del mundo privado. Y si en algún momento de su vida manifestó interés en algún área, debería constar que ese interés se desplegó en puro servicio social, ofrecido ad honorem por cierto. Para evitar acusaciones de nepotismo o amiguismo, lo ideal sería que fuera hijo único de padres ya muertos y que no tuviera amigos. El funcionario probo por excelencia tendría que ser una especie de franciscano que hasta ahora no tengo el gusto de conocer, no al menos dentro del mundo político.  

Exagero, lo sé…pero los conflictos de interés no son tan invisibles como lo cree la derecha ni tan simples de resolver como le parece a la izquierda. La derecha debe entender que debe someterse a criterios formales, universalmente válidos, y que sobrepasarlos es de por sí cuestionable. La izquierda debe aceptar que vivir la saludable (y desconocida para mí) experiencia de generar riqueza, de alternar entre lo público y lo privado como se hacía en Atenas no es algo que vaya en desmedro de la política, sino que la oxigena, entre otras cosas porque depender desesperadamente del Gobierno o de la elección popular puede llegar a ser el peor de todos los conflictos de interés que tiene un funcionario público o un político.

En fin, la derecha da muestras de no entender lo que es un conflicto de interés. La izquierda de no ser capaz de darle solución. “¡No somos ladrones!” dirán los primeros. “Nuestra trayectoria en el mundo público nos avala”, los segundos. Ninguno entiende, creo yo.