Déjeme decirle entonces, amigo liberal, que el principio que usted tiene de mentholatum pesa menos que un paquete de cabritas. Y si usted quiere ir por la vida proclamando derechos individuales, definitivamente tendrá que buscar una manera mejor de justificarlos, no sea que se haga evidente que carece de estructuras mínimas para fundamentar lo que piensa.
Déjeme decirle también que cuando usted adhiere a movimientos como el estudiantil, pensando que le concede derechos a otros que no merman para nada los suyos, o esperando ganar una pequeña ventaja, demuestra que tiene una pobre idea de la vida en sociedad. El “no se meta conmigo, que yo no me meto con usted” no alcanza para sustentar una sociedad y la educación que tenemos es un fiel reflejo de eso.
La moral de la tolerancia y de los derechos individuales, que es la que usted promueve, tiene sus ventajas (por de pronto, que no nos matamos a balazos), pero también sus costos. El primero de ellos es que induce a cada cual a vivir con indiferencia respecto del resto.
Esa pretensión suya de instalar un modelo moralmente neutro, donde todo vale siempre que no afecte el metro cuadrado del vecino, donde no hay ni bueno ni malo, ni mejor ni peor, ni verdad ni error, es un modelo que no funciona, porque no consigue la cohesión social que usted reclama.
Hágase cargo entonces, estimado amigo liberal, de las consecuencias que tiene su moral acomodaticia. Hágase cargo y no pretenda después de proclamar que los modelos de vida son indiferentes, que en la sociedad que usted vive impere la justicia, la equidad y toda clase de virtudes. Porque usted ha contribuido en buena parte a aumentar los males sociales que denuncia.
Defienda su idea de que la libertad termina donde empieza la del otro. Defiéndala y practíquela, pero después no pretenda ampararse en las faldas de Papá Estado para que le dé todo lo que no tiene a costa de defender a ultranza su propio espacio de independencia.
¿Desmoralizó su vida? ¿Quiere hacer lo que le plazca sin que intervengan en ella? Muy bien, no pretenda entonces moralizar al Estado. No busque que él supla las falencias que creó su ideología.
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