martes, 22 de febrero de 2011

¿Qué hace Piñera que no hizo Lagos ni la Michelle? (publicado por El Mostrador)

Hace poco Piñera estuvo en el famoso hospital de Curepto, ése cuya inauguración hizo la Bachelet con una puesta en escena que resultó ser de utilería: camillas prestadas, enfermos imaginarios y pseudoparturientas fueron entonces parte de la escenografía. Lo novedoso es que a juzgar por los estragos que causó el terremoto en el hospital, no sólo la implementación era de cartón sino también el edificio.

La verdad es que la ex Mandataria no tuvo la culpa y fue víctima de un engaño frente al que se manifestó “indignada” con las autoridades de salud regional, el Intendente del Maule y los encargados de la avanzada presidencial de la época.

Lo notable es que pese a que el escándalo involucró a una cantidad no menor de funcionarios de confianza de la ex Presidenta, el episodio ni siquiera rozó su popularidad.

Lagos tampoco estuvo exento de este tipo de problemas en su gobierno pero salió igualmente indemne de ellos. Durante su mandato la Corfo, cuyo Vicepresidente Ejecutivo era entonces un yerno de Lagos, entregó una buena cantidad de millones de dólares a una corredora de bolsa de dudosa reputación (Inverlink) para que los administrara ¿Qué pasó? La plata desapareció.  

Lagos y su yerno fueron víctimas de un engaño igual que la Michelle con el hospital de Curepto, pero vale la pena recordar la explicación del ex Mandatario porque fue de antología: “Es como si entran a mi casa me robaran un jarrón y después lo llevan a un reducidor. Ese es el rol de Inverlink. Lo llevan a un reducidor y después se descubre el jarrón. Obviamente, lo voy a recuperar, porque el jarrón es mío. Es exactamente lo que ha ocurrido en la Corfo".

¡Así de simple! Que recuperar plata no fuera tan fácil como recuperar un jarrón, que nadie entró a la casa de Gobierno sino que fuera el Gobierno el que llevó el jarrón a una casa de mala reputación y que el jarrón no fuera de propiedad de Lagos sino de todos los contribuyentes, fueron detalles de la analogía que se le escaparon a la inteligencia preclara de Capitán Planeta.

El hecho es que este episodio tampoco afectó en nada la aprobación popular de Lagos, como en nada afectó a la Michelle lo ocurrido en Curepto.

Chiledeportes merece también una mención especial. Durante el gobierno de Lagos se asignaron 400 millones de pesos a personas muertas, a ancianas que serían capacitadas en lucha libre y a proyectos que finalmente nunca se hicieron. Durante el de Bachelet, la irregularidad se destapó junto con el poco honroso currículo académico de  la vicepresidenta de Chiledeportes.

Nuevamente, los Presidentes en cuestión salieron incólumes del escándalo. Bachelet dijo que el Gobierno sería “implacable” frente a ese tipo de abusos y Lagos hizo gala de una prudencia sin precedentes declinando referirse al asunto porque no le parecía “adecuado” comentar la contingencia.

La cosa es que después de muchos casos como éstos, Lagos y Bachelet pasaron a ser para mí algo así como la versión política del protagonista de una serie televisiva que se llamaba Highlander o Inmortal; e incluyo a Lagos porque tengo la convicción de que seguiría liderando las encuestas si no fuera porque cometió un par de errores que la gente sintió en carne propia (como el del Tren al Sur y el del Transantiago), y que eran demasiado groseros como para poder ser manipulados comunicacionalmente.

La pregunta que no puedo dejar de hacerme es cómo fue que ambos consiguieron no dejarse salpicar por cosas que pasaron en sus gobiernos y con funcionarios de su confianza y qué papel ocupó entonces en el discurso de la Concertación la idea de ‘responsabilidad política’, tan manoseada esta última semana.

Si uno revisa las declaraciones de la época, se encuentra con una serie de frases típicas que pueden servir de explicación. “La justicia tomará las medidas que correspondan”, “Dejemos que las instituciones funcionen” y “No se va a culpar al Presidente(a) por lo que hicieron un par de ejecutivos” son algunas de mis favoritas.

¿Cuál fue la estrategia? Acotar la responsabilidad, restringirla a una parcela de mínima extensión y así… zafar. Llenarse la boca con la defensa de toda clase de libertades individuales y al mismo tiempo reducir la responsabilidad personal a su más mínima expresión, sobre todo la del Presidente que por momentos pareció estar más allá del bien y del mal.

Piñera, por su parte, comete el error contrario. Se hace omnipresente y en esa misma medida, omni-responsable de todo lo que pasa. En parte porque como empresario debe de estar acostumbrado a asumir y pagar los costos de su libertad, en parte quizá porque como comunicador es un desastre.

Es de esperar que sin replicar el modelo anterior, de dudosa legitimidad moral, el Presidente aprenda un poco de sus predecesores.

Brevemente, sobre el caso Karadima

No creo que yo tenga mucho que decir respecto del caso de Karadima. Los resultados de la investigación del Vaticano dejan muy poco margen a la especulación. Y si algunos- dentro de los que me incluyo- quisimos pensar que se trataba de una conspiración, hoy no tenemos a qué aferrarnos para sostener esa hipótesis.

Aunque los testimonios que conocí en primera instancia me parecieron creíbles, seguían siendo sólo cuatro testimonios en contraste con un número bastante más significativo de personas que defendían la inocencia de Karadima.

Con el paso del tiempo a estos antecedentes se sumaron muchos otros que acabaron convenciéndome, antes de que se conociera el fallo del Vaticano, de que las acusaciones eran reales. Ya no se trataba de personas abusadas sino de testigos de comportamientos extraños de parte del acusado que no se condecían con la supuesta integridad que se le atribuía. No ha habido en la Iglesia ningún santo que permita complaciente que se lo llame de esa manera y ninguno tampoco que interfiriera en cuestiones opinables en su calidad de formador de personas. El respeto a la libertad de las personas, la obligación de no ejercer ningún tipo de coacción en el interior de ella está en la médula del cristianismo.   

La resistencia a aceptar la verdad, al menos de mi parte, no estuvo dada por el hecho de que el acusado fuera un sacerdote. No hay ninguna razón que justifique pensar que el sacerdocio lo libra a uno de la posibilidad, siempre a la mano, de cometer toda clase de atrocidades. El cristiano que se toma en serio su fe sabe, por experiencia propia, que entre lo que cree y lo que hace hay un abismo y no debería por eso sorprenderse de que ese abismo se dé también en la vida de un sacerdote.

El desconcierto que produjo en mí al menos este caso tuvo que ver con lo que fueron los frutos apostólicos del sacerdote en cuestión. Eso es lo que, en realidad me sorprende y lo que hasta el día de hoy no consigo comprender. 

¿Qué puedo decir frente a eso? Nada. No estoy en condiciones, como decía hace algún tiempo en otra columna, de esbozar una hipótesis y mucho menos de erigirme en intérprete de los designios de Dios. La reflexión acerca de la existencia del mal, como algo perfectamente real y tangible, y de su relación con ciertas patologías psicológicas puede, no obstante, ofrecer una clave interpretativa.

Lo que pasó, pasó y la lección que saco tiene que ver con la importancia de recordar y de tener muy presente que el cristiano es en realidad un seguidor de Cristo y no de tal o cual sacerdote.

No se trata, tampoco, de desestimar la ayuda que pueda ofrecer un guía espiritual, sino simplemente de tener siempre a la vista su condición de intermediario a fin de que sorpresas como las de Karadima no afecten la médula de la propia fe.

En fin, no creo que valga la pena decir mucho más; acerca de la forma en que originalmente se enfrentaron este tipo de denuncias y en que se trató a los acusados cuando ellas se comprobaron, hay poco que agregar. Todo está dicho y en general concuerdo con la mayoría en que hubo una actitud complaciente e irresponsable.


miércoles, 16 de febrero de 2011

Los autogoles en el caso JVR

Apenas oí la grabación en que la Jacqueline decía que había “inventado una historia”, estuve segura de que el Gobierno acabaría sacándola de la Intendencia. No serán capaces- pensé- de resistir la presión del clamor popular. Y para avivar la cueca, no faltarán políticos con intereses creados en el asunto y periodistas necesitados de carne fresca para el circo.

Tan segura estaba de que ése sería el desenlace del Van Rysselberghe gate, que aposté (un libro) a que perdería su cargo.

Lo que no estuvo dentro de mis cálculos fue que quienes aumentaran considerablemente mis posibilidades de ganar la apuesta fueran nada menos que Coloma y la mismísima Intendenta.

Sí, porque yo considero que es de justicia defender a una persona cercana sobre todo cuando comete un error. Pero de ahí a defender el error y achacárselo al “talento”- como hizo Coloma- hay una distancia más o menos importante.

Por su parte la Intendenta podría, en su defensa, haber guardado riguroso silencio. Es un hecho que el que aclara oscurece y que todo lo que se dice en estos casos puede ser usado en contra de uno.

Pese a todo, la ex Alcaldesa ha agregado a su ya célebre “inventé una historia” una cantidad no menor de declaraciones desafortunadas. “Es una conversación con pobladores, con viejitas que tienen 80 años y que con dificultad entienden”. Lo que no entiendo yo es por qué la figura del fraude podía resultar tan pedagógica para ellas. La idea de que “si hubiera sabido que estaban grabando hubiera sido más prudente” tampoco ayudó demasiado, porque lo que se le estaba cuestionando no era exactamente su falta de pillería para pasar piola. Para qué decir la entrevista de la Tercera, en la que poco menos que dejó sin opciones al Gobierno.

Puede que Coloma le llame a esto talento, pero yo me quedo con una frase de Shakespeare, “a mayor talento en la mujer, mayor indocilidad”.

Pese a todo, no quiero llamar a engaño. Yo fui desde el comienzo absolutamente contraria a la idea de que el Gobierno actuara con premura en este caso.

Esas señales rápidas y elocuentes que pedía la mayoría me parecen ambivalentes. Para algunos son muestras de probidad o de transparencia; pero a mi juicio legitiman también de paso procedimientos políticos como el del Senador Navarro que son por decir lo menos discutibles, si de moral pública se trata.

Nadie ha hecho cuestión a este punto que contribuye silenciosa pero eficazmente al desprestigio de la política, a la idea peligrosa y ya extendida de que sus prácticas se parecen demasiado a las del circo romano o a las del conventillo.

No estoy segura, tampoco, de que mantener a la Intendenta fuera un gesto de debilidad política o de falta de autoridad de parte del Presidente. Igualmente débil me parece mostrarse abierto a tomar decisiones en función de lo que pide una masa vociferante, desinformada e irreflexiva.

No se trata de aplicar la ley del empate, se trata de tener en cuenta todas las repercusiones que a futuro puede tener una decisión del Ejecutivo y de medir con prudencia los pasos que se dan para que el remedio no resulte peor que la enfermedad.

El hecho es que todo indica que gané la apuesta, pero no por las razones que pensé en un comienzo, sino porque la definición estuvo dada finalmente por una seguidilla de autogoles. 

miércoles, 9 de febrero de 2011

Piñera, en busca de la popularidad perdida (Publicado por El Mostrador)

Durante las elecciones recuerdo haber soñado que le daba a Piñera un consejo decisivo para su triunfo: que no hiciera esfuerzo alguno por sonreír y mucho menos por resultar simpático. “Es que no te resulta- le decía en sueños- explora por otro lado”. Lo cierto es que finalmente ganó aunque nunca tuve la oportunidad de aconsejarlo.

El hecho es que a la luz de las encuestas, creo que yo tenía la razón y que mi sueño fue premonitorio. Tanto, que estoy convencida de que Piñera no ganó a causa de su carisma sino a pesar de él.

Lo que hace falta ahora es que alguien se lo diga y sobre todo que consiga convencerlo. No es tarea fácil, porque la porfía parece ser la causa de gran parte de sus logros, pero vale la pena intentarlo porque la historia de la humanidad demuestra que en el origen de los fracasos más estruendosos hay siempre alguien que confía demasiado en sí mismo. Por lo demás, en lo que se refiere a su popularidad, la estrategia del Presidente no parece estar dando buenos resultados.

Eso no significa que yo crea- como gran parte de la derecha- que Piñera deba renunciar a la idea de conseguir aprobación ciudadana. Obviar por completo las encuestas, desatender la sensibilidad del twittero, es exponerse a perder toda posibilidad de hacer cambios relevantes y significativos, fundamentalmente porque éstos requieren de una cierta continuidad en el tiempo, y con un período presidencial que dura sólo 4 años, los gobiernos no están en condiciones de darse el lujo de limitarse a hacer las cosas bien. Puede que sea un vicio del sistema, pero  no contar con él no es propio de un gran estadista, sino de uno que carece de sentido práctico.

Que un gobernante deba estar dispuesto a pagar costos o al menos a arriesgar parte de su capital político no significa que deba hacerlo como lo ha hecho muchas veces la Alianza, a lo kamikaze. Hoy en día gobernar obliga, para bien y para mal, a mirar el people meter.

Sin embargo, tampoco me parece que sea posible conseguir aprobación popular violentado la propia naturaleza. El marketing sirve para destacar las propiedades de un producto, pero no resulta si tiene que inventarlas. Por eso los esfuerzos de Piñera por mostrarse cercano, empático o divertido simplemente no funcionan; como tampoco funcionarían si tratara de copiar el modelo que muchos llaman ‘republicano’ para referirse al de Lagos, y que yo tildaría de ‘globo’ por lo que se refiere a su contenido.

Piñera tiene que buscar aprobación de una manera original, propia y sobre todo, que se acomode a lo que de hecho él es. Las ideas del ‘todo terreno’ e incluso la del ‘winner’ no son del todo malas, porque ofrecen a la imaginería popular algo que en cierto sentido todos quisiéramos ser. Lo que no es tan claro es si la forma en que estas ideas se han tratado de trasmitir ha sido realmente la correcta.

Por de pronto, porque una cosa es ver un todo terreno en acción y otra bien distinta tenerlo en el living de la casa, en la cama y hasta en el baño. Un día en helicóptero, otro con guitarra, después a caballo o haciendo flamear la bandera de la meta en una cicletada… la saturación hace que todo el efecto que podrían tener algunas de estas imágenes se pierda.

La estrategia de fondo me parece correcta y es muy parecida a la de Bielsa: tener la pelota para no estar siempre a la defensiva, defecto que caracterizó muchas veces la conducta política de la derecha en los últimos años.

El problema es que esta estrategia tiene dos riesgos: el primero es que cuando uno quiere llenar todos los espacios, hay que ser muy cuidadoso en la forma de hacerlo porque aumentan exponencialmente las posibilidades de cometer errores no forzados; y si uno lo piensa, ésa ha sido la tónica de este gobierno en materia comunicacional.

El segundo riesgo de la estrategia de aparecer antes de que lo haga otro, y que Piñera no ha sabido manejar, consiste en encontrar el equilibrio entre lo que se muestra y lo que se oculta. Es cierto que si uno desaparece por completo, no existe, pero también que si se muestra demasiado, cansa. Conseguir la aprobación popular no es otra cosa que ser capaz de seducir y eso obliga a cultivar un poco el misterio; a hacer gala de una virtud desprestigiada, el pudor.

Puede que al Gobierno de Piñera le falte algo de relato, pero sobre todo, le sobran desaciertos comunicacionales. El problema es que en esta materia, la excelencia parece estar en la Concertación.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Por qué no soy feminista (Publicado por el Mostrador)


A las feministas no debo resultarles simpática. En parte porque no lo soy y en parte también porque he sido bastante dura con ellas. Y es que a pesar de que considero que las mujeres tenemos menos capacidad de abstracción que los hombres, eso no justifica que ese déficit se use justamente para defender una causa que nos perjudica a todas. Y a mi entender, a eso se dedican las feministas…

Sí, porque la gran queja de las militantes de esta causa es que las mujeres hemos sido consideradas uni-dimensionalmente. Para decirlo en fácil, hemos sido pensadas arbitraria, caprichosa e infundadamente a partir de nuestra condición de madres; y lo peor, desde tiempos inmemoriales.

El punto es que la misma razón por la que ellas explican todos sus problemas es la que yo encuentro para justificar mis privilegios.    

Para empezar, porque si mi marido no hubiera pensado en mí uni-dimensionalmente como en la madre sus hijos, probablemente yo no estaría casada con él, lo cual estuvo dentro de mi agenda desde que lo conocí. De hecho, hace poco yo le dije que no recordaba el momento exacto en que me había pedido matrimonio, a lo que él respondió que en realidad él se había limitado a decir “sí” (y en una de esas, es verdad).

El hecho es que conseguí una de las cosas que quería en la vida gracias a que él se comportó como un neo-machista. Puede que haya alguna mujer por ahí a la que le acomode más hacer de concubina, de pareja o de colega, pero para mí el matrimonio ofrece ventajas comparativas insuperables. Eso de que alguien le diga a uno “quiero pasar contigo el resto de mi vida contigo” no deja de ser halagador, sobre todo si uno se conoce a sí misma y es el resultado directo de ser considerada uni-dimensionalmente. Quizá eso explique, en parte, mi dificultad de solidarizar con la causa feminista.

Por otra parte, el hecho de que mi marido viera en mí a una potencial madre, me puso en un contexto dentro del cual tenía todas las de ganar.

Por de pronto, porque me eximió de la obligación de ser evaluada como proveedora, ámbito dentro del cual yo tenía poco que ofrecer, tanto por mi formación profesional como por las expectativas que puedo dar de transformarme en heredera (Perdona papá, pero es cierto).

Por lo demás, y aunque por razones de espacio no pueda hacer ahora una enumeración de las virtudes que tengo asociadas a la maternidad, el hecho es que si las pongo en una balanza con las que podría tener como jefa de finanzas o como diplomática de carrera, es evidente hacia dónde se inclinaría la cosa. Y esto, nótese, no tiene nada que ver con el hecho de haber tenido hijos, sino sólo con la posibilidad tenerlos; y por eso mi teoría es que eso vale para cualquier mujer. En cierto sentido, las mismas feministas me dan la razón cuando dicen que la mujer humaniza los ambientes de trabajo (no sería así, si no fuera por sus cualidades maternales). Cualquier mujer, salvo la Quintrala, sale ganando si sus fortalezas se piensan desde ese punto de vista reducido que las feministas detestan.

La uni-dimensionalidad tiene, por otra parte, beneficios psicológicos importantes porque apuntar en demasiadas direcciones provoca neurosis. Y lo sostengo a partir de las señales que dan algunas que se jactan de poder hacerlo todo al mismo tiempo. La Jacquelline resistiéndose al post natal como si fuera un castigo, la Evelyn diciendo que se hubiera encadenado no sé a qué en caso de haber sido obligada a estar 6 meses en su casa, la Jimena declarándose feminista… todo indica que en el ejercicio de sus funciones públicas algunas mujeres tienden a desquiciarse.

Es cierto que para defender la pluri-dimensinalidad algunas feministas- sin ir más lejos, la Michelle- hablan de las ventajas económicas que tiene el hecho de que las mujeres no tengan que “seguir haciéndose cargo de sus hijos” (esto es literal). Lo concedo, siempre y cuando uno no se olvide de incluir dentro del cálculo los costos sociales, y por tanto también económicos, que tiene el hecho de que la mujer se desligue del cuidado de sus hijos.

En fin, una columna no es suficiente como para explicar todas las razones que tengo para no ser feminista, pero de seguro con la que he dado me gano la simpatía de más de alguna de las que lo son.