Por si usted no lo sabe, muy
pocas de las fortunas que hay en Chile son heredadas; y ninguna de ellas proviene de esas familias
que hace un par de siglos integraban la supuesta aristocracia castellano-vasca
del país. Porque ni Paulmann ni Luksic ni Cueto son hijos de los padres de la
patria; y Matte, que es el único castellano, no es aristócrata.
Si vamos a hablar de los ricos
comencemos entonces por decir las cosas como son: los chilenos más ricos son
nuevos ricos o noveau riche, como
dice el siútico que- envidioso- desconoce el valor moral que se necesita para
hacer una fortuna y se lo concede al hecho de heredarla.
Porque en los orígenes de alguien
que se hizo rico con un emprendimiento hay una decisión valiente y por lo tanto,
meritoria: la disyuntiva que enfrentó ese hombre (que hoy es rico y que hasta
hace poco no lo era) no fue ¿Sigo siendo empleado o me hago rico? ¡No! La
disyuntiva fue cambiar la seguridad de un empleo por una posibilidad remota de
éxito (No por causalidad la mayor parte de los hombres prefiere ser
dependiente, perfectamente legítimo siempre y cuando quienes toman esa opción comprendan
que la tienen porque hay otros que asumen riesgos por él).
Ser un nuevo rico, haber hecho
fortuna emprendiendo (no especulando) es meritorio, muy meritorio; y ese mérito
solo es posible para quien tiene ciertas virtudes como la valentía, la
magnanimidad, la fortaleza, la laboriosidad… Porque en el camino de cualquier
emprendimiento hay dificultades: la dificultad de encontrar a personas idóneas para
un cargo porque no existen o porque, si existen, son especies en vía de
extinción; la dificultad de la indolencia de quienes creen que su trabajo
consiste en ‘tratar de’ y no en ‘lograr que’; la dificultad del burócrata de
turno que cobra peaje por dejar vivir. En fin, la dificultad de vivir resolviendo
problemas sabiendo que a fin de mes, el consuelo de ‘haberlo intentado’ no
sería suficiente.
El que ha hecho fortuna como
dueño de supermercado, vendiendo maní o procesando áridos, es por eso sujeto de
toda mi admiración y respeto. Pero hay algo, una sola cosa, que no puedo
perdonarle y que expresaba muy bien el personaje de una novela que estoy
leyendo: “Ha cometido el peor de los pecados, ha aceptado una culpa
inmerecida”.
Cada vez que se le ha llamado
explotador… y ha guardado silencio. Cada vez que se le ha dicho que debe pagar
más porque tiene más… y no ha dicho nada. Cada vez que se le ha considerado
culpable por la obra de su vida… y lo ha aceptado como si fuera cierto. Cada
vez que ha hecho eso, ha avalado con su silencio una mentira.
Una mentira que no tiene que ver
con él ni con su empresa, tampoco con tal o cual otro empresario… una mentira
que afecta la verdad más profunda de las cosas. Una mentira que de instalarse en
el alma nacional, acabará siendo la ruina del país.