viernes, 27 de agosto de 2010

Spike, el indio pícaro y la gran ilusión (publicado Revista Qué Pasa)

Me gusta el humor del absurdo, y si no fuera porque no es broma, me causaría risa que ‘Spike’ (el rostro de la campaña publicitaria de Lipigas) lleve la delantera en la votación que determinará lo que debe contener la Cápsula del Bicentenario de la Alcaldía de Santiago.

El asunto es anecdótico, pero puede ser útil para mostrar a los absurdos que se puede llegar cuando la elección popular se transforma en el mecanismo estrella para decidir todo tipo de cosas (Es un dato que también puede interesarle al Ministro Lavín, porque si lo que tenemos es falta de materia gris, no tiene mucho sentido preocuparse tanto de la calidad de la educación).

La cosa es que ni Spike ni el indio pícaro tienen nada que temer. El alcalde Zalaquett ha dicho que respetará los resultados de la votación; mal que mal, lo que está en juego es un deber sagrado.

Puede que yo me lo esté tomando demasiado en serio. Estamos por comenzar con los festejos del Bicentenario, y en una de esas éste ha sido un adelanto de los espectáculos circenses que tendremos en Septiembre. Además, venimos saliendo de un período eleccionario y con tanto candidato mendigando votos y aprobación, es imposible no creerse el cuento de que uno es importante y que puede opinar y decidir lo que sea.

Es que la democracia tiende a generar una dulce ilusión: la de que todos somos iguales. Y su conclusión práctica más directa es que no hay nada que justifique que lo que yo piense, decida o haga merezca menos consideración que lo que piensa, decida o haga cualquier otro.

Es una ilusión, y por eso creemos en ella sólo por momentos; por ejemplo, cuando en alguna comparación llevamos todas las de perder (es lo que me pasa cuando mi marido me dice que soy tan linda como la Bolocco). El resto del tiempo nos aferramos a la realidad más evidente: somos francamente muy superiores al resto.

El problema de esta idea que flota en el ambiente es que impide echar pié atrás cuando se ha cometido la torpeza de someter a votación algo que debía definirse de otra forma. Porque hay sensibilidades de por medio: la de Spike, la del indio y para más remate, la de los votantes. Que Spike y el indio pícaro se vayan a pique no es tan grave, pero quién sabe cuántas otras cosas se vayan a determinar de esta manera.

Lo terrible es que hay algunos que se empeñan ¡y en serio! por hacer realidad la ilusión de la igualdad. Y es terrible porque si de nivelar se trata, el movimiento es siempre descendente. La única estrategia posible, entonces, para conseguir la nivelación es aboliendo cualquier asomo de excelencia (nada como el Estado para conseguirlo). Por eso, uno puede perdonar que alguien recurra a la idea de que somos iguales cuando ve amenazada su autoestima, pero más que eso…

Yo cortaría por lo sano y enterraría a Spike, al indio pícaro y a varios más de los candidatos, pero no en la cápsula sino en algún lugar que asegure su descomposición.

Aunque a decir verdad, puede que sirva de advertencia a las futuras generaciones.

domingo, 22 de agosto de 2010

El loco no es Bielsa ¡es Piñera!

El empresario- el que era dueño de Chilevisión y de Lan- acaba de dar muestras de locura. Puede que sea seco para los números, pero si hay algo que no hizo con los mineros atrapados fueron cálculos, ni económicos ni políticos.

El rescate ha costado millones de dólares y hasta el domingo pasado, los mineros podían estar sepultados, si no por el primer derrumbe, al menos por el segundo. Que la piedra famosa no llegó abajo, se supo sólo cuando la sonda dio en el blanco. Antes de eso, pura incertidumbre y altas probabilidades de hacer de chivo expiatorio.

El empresario es un loco que sabe de números, pero no es un ingeniero, quizá por eso pudo ver por encima de ellos. Puede que también sepa de historia y que recordara- antes de emprender la gesta- que los mayores logros de la Patria se han dado en contextos como éste.

Es un loco, promete hacer todo lo que pueda, pero acto seguido dice que no todo depende de él, y se pone en manos de Dios, como si el Estado no pudiera reemplazarlo.

Para peor, pone a cargo del rescate a un gerente general (sí, el de Cencosud) que sabrá de estrategias comerciales, pero no de tragedias mineras. Es obvio que Laurence desconoce por completo lo que se hace en estos casos: por eso dice la verdad, aunque sea una que nadie quiere oír. Por eso mismo llora, cuando los asesores comunicacionales le dicen que no es el momento oportuno. Por eso también desperdicia energías y se pasea, de carpa en carpa, consolando a las familias cuando las luces de las cámaras están apagadas. No sería nada, si no fuera porque además pierde la oportunidad de apropiarse del crédito y lo comparte con todo su equipo, cuando las cosas salen bien.

Para encargarse de la cosa técnica, el Presidente llama a un ingeniero competente, ese que tiene nombre de pije y que probablemente pasó la mayor parte de sus años universitarios estudiando para que la sonda llegara a puerto; debería haberse preocupado de los demás un poco antes y no recién ahora. Quizá por eso sabe hacer su trabajo, porque no estuvo en tomas universitarias ni en grandes debates ideológicos, pero por culpa de eso es un poco tímido y no tiene la soltura frente a las cámaras que uno esperaría de un hombre del confianza del Presidente.

Para coronarla, lo ayudan trabajadores y rescatistas, esos que son sus enemigos, los mismos que han sido víctima de su afán desmedido de lucro. Esos a los que seguramente llama- en la intimidad de su hogar- unos ‘sacadores de vuelta’ y que sólo piensan en la paga diaria. Esos que querían trabajar las 24 horas, y que hubo que obligarlos a parar. Los mismos que al momento de las buenas noticias, lloran y elevan una letanía: ‘gracias huevón, gracias huevón, gracias huevón’. No ha habido antagonismo ni lucha de clases, el empresario quiere romper los esquemas.

Es un loco. Todo esto debería haberlo resuelto el Estado, el Congreso o, en el mejor de los casos, la Teletón y la farándula. Pero no, se le ocurre convocar al sector privado, ése que concentra la riqueza, el poder y toda la maldad humana que sea posible de imaginar. Los buenos, los especialistas en hacer ‘gestos’, no fueron útiles para la ocasión.

domingo, 8 de agosto de 2010

Trabajar o cuidar a los hijos

Hay mujeres choras, pero la Ministra del Sernam se pasó. Porque yo nunca me hubiera atrevido a plantear el dilema entre ‘trabajar o cuidar a los hijos’ como una encrucijada dolorosa e injusta que pudiera resolver alguna política pública.

No puedo negar que a veces he pensado: ‘Qué desperdicio, yo cambiando pañales cuando podría estar de candidata al Nobel, o por lo menos al Premio Nacional de Humanidades’; pero llegaba siempre a la misma conclusión: es el costo de ser un animal sofisticado, porque mientras mi perra deja a sus críos enrielados a los pocos meses de haber nacido, yo llevo años de años sin conseguir que ninguno de los míos supere el nivel del subdesarrollo.

Quizá con esto de la era digital este gobierno consiga lo que yo- con mi materialismo simplón- veo como imposible: trabajar y cuidar a los hijos, ser y no ser, estar sin estar. Mala cosa esto de que mi edad fértil haya coincidido con los gobiernos de la Concertación, porque otro gallo habría cantado si la Ministra hubiera tomado antes las riendas del asunto. Capaz que ahora con mis 8 hijos sería Vocera o Intendenta.

Sí, porque hasta hoy la encrucijada no tenía salida para mi; o cuidaba a mis hijos (con el costo de perderme todos los premios a que hacía mención); o delegaba ese cuidado en alguien que no fuera yo; pero la Ministra no propone esto- que es una obviedad- sino algo mucho más ambicioso que consiste en lograr las dos cosas al mismo tiempo, trabajar y cuidar a los hijos; ‘conciliar ambas necesidades’, como dice ella.

Aunque también es posible que yo difiera de la Ministra en el concepto de lo que significa ‘cuidar a los hijos’. Sí, porque este asunto acaba siempre en un debate sobre el postnatal, o en una enumeración de las ventajas del apego y de la leche materna. En fin, cosas que para mí son menores, quizá porque nunca me gustó la leche o porque no quisiera que me asociaran con una vaca.

La cosa es que un postnatal más largo no resolvería mi conflicto. La semana pasada mi hijo de tres años se metió en la secadora de ropa, y unos días después intentaba encerrarse en el refrigerador. En fin, no me imagino cómo podría cuidarlo a control remoto porque los niños no tienen, como uno quisiera a veces, un botón donde ponerlos en off.

Pero no se trata sólo de su integridad física. Pienso en todas las cosas que les exijo y en las que les prohíbo y no me los imagino cumpliéndolas por el sólo hecho de que yo lo dije. Es cosa de ver la evasión en el Transantiago para saber que no se puede uno confiar demasiado.

Chora la Ministra, en todo caso, porque atreverse a postular la posibilidad de hacer las dos cosas al mismo tiempo, sin que nadie pague el pato… es como desafiar el principio de no contradicción, y eso sí que es audaz. Es verdad que las mujeres tenemos un talento especial para hacer más de una cosa a la vez. Yo me maquillo, fumo y hablo por celular mientras manejo, pero mi auto lo ha resentido, y más de alguno me ha preguntado si se trata de un modelo exclusivo. En fin, yo siempre creí que no había que exagerar en eso de hacer muchas cosas al mismo tiempo.

Tampoco pienso que la flexibilidad laboral pueda resolver el dilema; porque para cuidar a mis hijos yo necesito por lo menos medio día y la experiencia indica que eso tiene sus costos en lo que se refiere a éxitos profesionales. Ahora, si me dan a elegir, prefiero el primer lugar en el corazón de mis hijos que en el de una empresa, pero eso es cuestión de gusto nomás.

Lo de la media jornada me acomoda también por una cuestión de imagen, porque decir que mi familia es lo primero y después pasarme tres cuartas partes del día preocupada de otra cosa. No sé, creo que se vería mermada mi credibilidad, y a juzgar por los últimos estudios referidos a marcas, ése es un patrimonio potente.

Hay cosas accesorias que probablemente también afectaron mi decisión de subordinar el trabajo. Por de pronto, que no encontré ninguna nana que quisiera hacerse cargo del cacho, y eso que para no espantarlas les dije que tenía dos niños, asumiendo que los seis restantes, que tienen entre 6 y 13 años eran no sé qué (púberes, adolescentes, en fin, cualquier cosa que justificara mi pequeña imprecisión). Segundo, porque me dio un poco de inseguridad apostar tanto a mi favor. No es que dudara de mis méritos, pero ya me veía a los 70 en un senior suites, sin premios y sin la compañía mis hijos.

Es verdad también que para mí es fácil, porque el Negro me subsidia; pero también es cierto que si el Estado va a subsidiar o a garantizar algo mediante alguna política pública, que sea pensando en lo mejor para todos, y tengo mis razones para creer que delegar el cuidado de los hijos no es de ninguna manera lo mejor para nadie, porque como decía Napoleón, “el porvenir de un hijo es siempre obra de su madre”. Además, uno no puede tener hijos si después va a andar lamentándose como si la maternidad fuera un karma o una maldición de la naturaleza.

Chora la Ministra, pero que diga cómo se resuelve el dilema; porque la solución de participar en foros cibernéticos para controlar la culpa no me parece suficiente.