jueves, 26 de abril de 2012

Historia de un café (Publicado por El Mostrador)


Hace pocos días estaba tomando café con un amigo de izquierda. La verdad es que me disponía a pasar con él un rato agradable hasta que frustró todas mis expectativas con esas típicas preguntas odiosas suyas: “¿Viste Tere, que tu Gobierno le quitó a los Bancos el negocio de los créditos?”. “Sí” le respondí escueta, con la esperanza de que la conversación derivara en Serrat o en Silvio (donde podemos tener acuerdos). Pero insistió: “Y no solo sacó a los Bancos, Tere, sino que metió al Estado”.

El hecho es que me obligó a dejar el café y a olvidarme de la música, para hacerle algunas aclaraciones.

La primera de ellas es que cuando hablamos del Gobierno de Piñera, no estamos hablando de mi Gobierno. Un Gobierno que yo pudiera considerar propio tendría que tener, a lo menos, un ideario. Por último, un ideario equivocado ¡pero ideario al fin! Es obvio que este Gobierno tiene un concepto claro de lo que es una buena gestión y es evidente también que administra los recursos de manera más eficiente que los Gobiernos anteriores… pero eso no es lo que yo considero tener ideas.

Y tan cierto es que carece de ellas, que ha sido incapaz de marcar pauta, y ha tenido que destinar gran parte de sus energías a dar solución a los conflictos (reales o imaginarios) que promueve la izquierda. Como cierto también es que todas las iniciativas que ha promovido han tenido el sello de la izquierda… que haya tratado de implementarlas sin hacer un despilfarro grosero de recursos no es razón suficiente como para pensar que tienen su origen en ideas de derecha.

La cosa es que ni este Gobierno es mi Gobierno, ni los Bancos son instituciones que me resulten simpáticas; para ser precisa, es un rubro que despierta mi más profunda desconfianza. Y estoy segura: sus dueños no son ni partidarios del modelo ni hombres de derecha, sino más bien defensores de sus propios intereses... fieros guardianes del poder que les da el hecho de financiar a los políticos. Si alguna vez alguien pensó que mi defensa del empresariado apuntaba a individuos de este perfil, no entendió nada.

En ese sentido, podría alegrarme de que el negocio de los créditos para la educación dejara de estar en manos de estas instituciones. Podría alegrarme, si no fuera porque no veo el problema en la intervención de privados, sino en un sistema de incentivos pensado con los pies; donde operaba lo que se quiera, menos el mercado.

Podría alegrarme también de que el negocio pase a manos del Estado y bajen las tasas de los créditos. Podría, si tuviera como la izquierda, esa fe ciega en los funcionarios públicos. El problema es que yo admito que el dueño de un banco puede ser un ladrón en la misma medida en que puede serlo un funcionario público y parece que no me equivoco tanto si me pongo a pensar en los escándalos y los fraudes de los Gobiernos de la Concertación.

El hecho, grave por cierto, es que todas estas aclaraciones ¡enfriaron mi café!

miércoles, 11 de abril de 2012

¿Usted paga el precio de la ley antidiscriminación? (Publicado por El Mostrador)


Probablemente usted espera que yo justifique mi oposición a la ley antidiscriminación por su relación con el matrimonio homosexual. Pero que una cosa se dé habitualmente seguida de otra no implica que haya entre ellas una relación causal; y la verdad es que no me parecería razonable oponerme a una buena ley por la relación que ella ¡solo eventualmente! pudiera tener con otra que no me parece tan buena.

O quizá usted espera que yo diga cosas como que la ley en cuestión no servirá para evitar crímenes como el de Zamudio; pero tan obvio es que la locura no se previene por decreto que si alguno no se da cuenta de eso por sí mismo, poco sentido tiene tratar de demostrárselo.

Asumo, en todo caso, que usted no necesita yo haga explícito mi repudio a hechos como los que mataron al joven homosexual: no hay anomalía que justifique una agresión y mucho menos la comisión de un delito; le pido por eso (aunque supongo es innecesario) no me sitúe en el grupo de los que no se conmueven por lo ocurrido. La psicopatía no es la patología que caracteriza mi perfil psicológico y mucho menos la que explica mi oposición a esta ley.

Por eso, si me opongo a la ley antidiscriminación es porque se trata de una ley inútil y nociva. Inútil para resolver los problemas de las minorías que supuestamente protege, y nociva para la custodia de las libertades que hasta hoy garantizaba la Constitución.

Inútil. Usted sabe que ser homosexual no es un buen antecedente para entrar a un estudio jurídico de prestigio o para convivir en un grupo de escolares. Pero sabe también que para trabajos en los que el genio creativo es necesario, la homosexualidad puede ser una ventaja. Y no pienso en peluqueros… pienso en escritores, filósofos, poetas, músicos y artistas en general. Aquello por lo que a un grupo se le discrimina para una cosa es, al mismo tiempo, aquello por lo que se le elige para otra; e insistir en mostrar una cara de la moneda ocultando la otra no me parece honesto.

Obviamente, la discriminación es a veces muy arbitraria. La homosexualidad, por ejemplo, no dice relación alguna con las competencias profesionales de un abogado y evidentemente no es deseable que eso concurra como un antecedente al momento de postular a un trabajo.

¿Usted cree- no obstante- que la ley podrá modificar vicios como éste? ¿O por último, cree que el Estado tiene derecho a inmiscuirse en el reducto de las propias preferencias? Porque claramente, la ley no está pensada para sancionar delitos flagrantes, sino para producir un cambio de mentalidad que solo se consigue con educación y en la familia.

Por otra parte ¿Ha pensado usted que esa ley tenderá a aislar a esas personas mucho más que a integrarlas? Tenga presente que quienes pertenezcan a las categorías protegidas por la ley pasarán, de ser minoría, a erigirse en un grupo de privilegiados; el resto de los mortales (esos que no tienen vulnerabilidad que exhibir) tenderá a pensar dos veces antes de interactuar con aquellos que, por ley, habrán quedado ‘en capilla’. Si no me cree, vea usted El Placard y dígame qué lección le deja esa película…

Es muy probable también que la sospecha recaiga sobre las opiniones disidentes, al punto de que llegue el día en que haya verdades oficiales cuyo cuestionamiento se tomen como transgresión de la ley. Sin ir más lejos, el día de la muerte de Daniel Zamudio recibí muchos mensajes acusándome de contribuir con mis columnas a actitudes como las que lo mataron ¡Como si pensar que algo es anómalo (o decirlo) tuviera algo que ver con incitar al horror!

Todos saben que a mi juicio, la homosexualidad es una anomalía; como también pienso que lo es el Síndrome de Down. Pero si alguien entiende esto como un llamado a eliminar a los individuos que califican dentro de uno de estos dos grupos, que se pregunte si no está más cerca del nazismo de lo que cree. La opinión sobre lo que es normal o anormal puede ser más o menos fundada, pero en ningún caso comporta una justificación para la agresión. Y si usted no distingue entre una cosa y la otra, justifica sin darse cuenta una nueva forma de totalitarismo.

Será una ley inútil, pero no solo inútil… también nociva. Si hasta hoy el Estado dio garantías que apuntaban a ‘dejar ser’, con la ley en cuestión le otorga a usted el derecho de reclamar a un tercero actos positivos en favor suyo. Si usted no ve en esto una injerencia en cuestiones que no son de la incumbencia de un Gobierno, tenga  presente que desde la promulgación de esa ley, yo podré exigir (es un ejemplo inocente) mi contratación en universidades como la UDP. Mi religión, mi tendencia política y mi conservadurismo no serán ¡no podrán ser! un factor a considerar ¿Por qué? Simplemente porque el Estado decidió que debían ser evaluados por usted de manera aséptica.

Si usted está dispuesto a pagar ese precio por la ley en cuestión, se lo agradezco de antemano. Mientras no se promulgue, prescindiré de esos beneficios para defender su libertad…  

jueves, 5 de abril de 2012

Lamento informar que tengo toda la razón (Publicado por El Mostrador)


Lamento decir que después de leer todas las columnas que se escribieron a propósito de la mía, sigo pensando exactamente lo mismo. No solo porque soy terca, sino fundamentalmente porque tengo la razón. Y no me llame arrogante; más bien comprenda que la situación de personas como yo no es fácil: vivir buscando encontrar a quien nos haga contrapeso es vivir la experiencia de constantes frustraciones…

El hecho es que la columna de la semana pasada resultó particularmente polémica y la verdad, no me sorprende. La izquierda logró instalar el dogma de que la desigualdad es un problema y si alguien se atreve a cuestionarlo, la opinión pública asume instintivamente que el apóstata en cuestión se alegra de que algunos vivan en la miseria.

Permítame entonces preguntarle en qué momento de la historia, el concepto de desigualdad pasó a unirse- en matrimonio indisoluble- con el de pobreza. Y cuál es el razonamiento que le permite a usted concluir que ella es, necesariamente, el resultado de una injusticia. Si un curso entero reprueba un ramo (o, por el contrario, todos lo aprueban con la nota máxima), lo razonable es suponer que algo no anda bien, y no precisamente que el profesor es un perfecto administrador de justicia.

Por eso, déjeme decírselo de nuevo para que lo entienda de una vez: la desigualdad no es un problema. Y perdone que se lo haga notar, pero la forma en que lo dije al comienzo de la columna introduce un matiz relevante “la desigualdad no es un problema; en sí misma y por sí sola, no es un problema”. Quizá lo subestimé pensando que usted sería capaz de percibirlo, pero me disculpo sinceramente por eso y se lo repito: por sí sola y en sí misma, la desigualdad no es un problema… es un dato. Y aunque decirlo así pueda prestarse a confusiones, tenga presente que en mi oficio es indispensable hacer uso de herramientas retóricas.

Por otra parte (aunque quizá sea mucho pedir), yo hubiera esperado que antes de comentar mi columna, usted hubiera terminado la lectura de la mía. En uno de sus párrafos, digo claramente también, que a propósito de la desigualdad, uno puede encontrarse con datos que sí representan un problema: “por ejemplo, encontrarse con que el número de los que viven en la pobreza extrema es muy alto” o bien, constatar “que los más ricos son siempre los mismos”. Si esa frase, dicha como al pasar, no es suficiente como para que usted haya entendido el sentido del texto, puede que el problema no sea mío.

En todo caso, hay algo en lo que creo que usted tiene toda la razón: hay condiciones de vida que ciertamente hacen imposible salir adelante con el solo ejercicio de la propia libertad; y le concedo que fue un error no decirlo expresamente, justamente el tema de la libertad atraviesa toda la columna ¡Buen punto!

Pero repito: el problema no es la desigualdad, sino que haya chilenos que son verdaderos esclavos de la más absoluta falta de oportunidades ¿Y sabe por qué estoy tan empeñada en que me haga esa concesión? Porque de lo contrario usted seguirá pensando que la redistribución es la solución por excelencia; y eso no resuelve nada, entre otras cosas porque el problema de este país no es que las arcas fiscales estén vacías.

Y le digo más: la desigualdad no solo no es un problema, también es la condición necesaria de todo suceso: se necesita desigualdad de cargas para la formación de un átomo, desigualdad en la altura del terreno para que corra un río, desigualdad en los intereses de los hombres para se produzca el trueque. Es más, se estima que una de las posibles muertes del universo tendrá que ver con que toda la materia se volverá homogénea y todo movimiento terminará en el frío absoluto.

Ahora bien, lo que usted quizá no quiere aceptar es que la desigualdad (fruto del ejercicio de la libertad) demuestra que hay conductas más exitosas que otras. O probablemente, no se resigna a la idea de que terminar con esta desigualdad por la fuerza es destructivo porque desincentiva e incluso mata las costumbres que producen la riqueza.

Como sea, déjeme decírselo de nuevo a ver si se convence ¡La desigualdad no es un problema!