jueves, 12 de noviembre de 2009

Marco, mi contradicción vital

Necesito una catarsis, y una columna se presta para eso porque uno siente cuando la escribe que le habla a todo el mundo y que todo el mundo le oye, aunque no haya nadie que la lea.

En fin, mi problema es que experimento una contradicción vital con Marco: ningún argumento de los que oigo en su contra me parece válido, pero una ultraconservadora como yo simplemente no puede darle su voto, por último por una cuestión de etiquetas.

Es verdad que él acepta complaciente el calificativo de metrosexual, pero si de eso se trata no hay por quién votar, porque varios candidatos se sometieron ya al arte de la restauración (a juzgar por las apariencias, la vanidad dejó hace tiempo de ser un defecto que los hombres quieran disimular).

Oigo decir también que su discurso es pura retórica, pero lo dicen justo aquellos que siguen empeñados en hablar con una sutileza que nadie entiende (típico de conservador). No me parece justo culparlo a él de que nadie nos comprenda mientras estamos obcecados en argumentar como se hacía en las escuelas medievales.

Que sea intolerante me parece además bastante discutible. Es verdad que es un poco fuerte decir que uno aborrece a Juan Pablo II simplemente porque no comparte sus ideas, pero nunca ha sido fácil distinguir a la persona de lo que ella hace (o piensa), y nosotros ni siquiera lo intentaríamos si no fuera por el cristianismo. Además, no hay que ir por el mundo ahora pidiendo tolerancia, porque como dice el refrán “Dime qué pregonas y te diré de qué careces”.

Sobre su conflicto con eso de ser chileno, no pienso que todos tengan que ser patriotas de nacimiento. A mí también me violenta mi nacionalidad cuando señalizo para cambiar de pista y el de atrás acelera. O cuando una amiga me dice que pasó una liposucción por una apendicitis. O cuando alguien que no sea el Negro me dice “mi reina” o “mi amor” (y cuando se lo digo yo a él, se ríe porque hablo como vendedora). En fin, hay cosas que me dan vergüenza ajena, pero con Chile es como con mis hijos, que no puedo dejar de quererlos; pero Marco vivió fuera mucho tiempo y sus conflictos son comprensibles.

En suma, Marco me inspira simpatía por su gracia y su convicción, y si no fuera por eso del “progresismo” de que se jacta, le daría mi voto.

Es que no sé bien a qué se refiere esa palabra, es tan ambigua que no entiendo por qué los candidatos pelean por ella como si fueran minutos gratis en el noticiero. Pero eso es en parte responsabilidad nuestra. Si no fuéramos por la vida con complejo de bicho raro, no nos sentiríamos agredidos cuando nos llaman conservadores, y la palabra progresista no tendría el estatus que tiene hoy.

A mí la idea de avanzar (o de progreso) me encanta, siempre que lo que haya al frente no sea un precipicio (y que no se trate de mi edad), pero tengo aprehensiones serias sobre el lugar de destino de los cambios que se están proponiendo.

Yo feliz si el Negro me cambia el celular por una Blackberry, o el equipo de música por un Ipod, pero no me va a convencer de oír un reggaetón en vez de una tonada, ni de comer kétchup en vez de pebre. Es como si me dijera que me va a cambiar a mí por una que no tenga fatiga de material. Yo me iría con cuidado con esos eslóganes de cambio, porque a las mujeres al menos nos perjudican bastante.

Por lo demás, la sensibilidad del chileno es cada día más fina para todo eso que los conservadores queremos preservar. Sin ir más lejos, el tema de la familia está pegando tan fuerte que hasta hay una campaña de adopción de quiltros callejeros; para qué decir el matrimonio, que se ha vuelto una especie de fijación obsesiva para los que no quieren casarse. Y el respeto por la vida es tan irrestricto, que no falta hasta el que defiende al pudú de sus depredadores. Marco se comprometió de hecho a evitar el exterminio de animales, y con eso se anotó otro punto conmigo.

En fin, hay que ser miope para no ver que si hay momento de la historia propicio para defender los principios conservadores, es justamente éste.

Lo que pasa es que los conservadores somos románticos por naturaleza, lo que nos falta es liberarnos del estilo inglés que nos caracteriza, medio acartonado. Quizá habría que generar un híbrido que tuviera el ímpetu, la convicción y la valentía de Marco con las ideas de un conservador. Algo así como un conservadorista-progresista. Así quedaría resuelta mi contradicción vital.

No sé, capaz que el síndrome de conservadora culposa que tenía mutó en el de votante autoflagelante. Dicen por ahí que esas cosas no son tan fáciles de sanar, pero tampoco ayuda mucho que los que se supone me representan sean una especie de conservadores metamorfoseados, sin la gracia de Marco ni la fuerza de nuestras ideas. Si el Negro se decidiera a ser candidato, otro gallo cantaría.