miércoles, 13 de octubre de 2010

Libertad de expresión ¿Quién tiene la razón? (Publicado por El Mostrador)

Hace poco escribí una columna titulada ‘Mapuches malcriados’. Los que la leyeron ¡hasta mis amigos! consideraron que había abusado de mi libertad de expresión. Es verdad que las ideas expuestas en ese texto no representan más que a la mitad del país, pero eso no justifica un repudio unánime de mi texto. Quizá la reprobación haya tenido que ver con la forma en que fue escrito…

La cosa es que ese repudio me permite escribir hoy con la tranquilidad de que lo que diré, a propósito de la libertad de expresión, será materia de amplio consenso. Porque aparentemente todos estamos de acuerdo en que la libertad de expresión tiene límites y sobre todo, en que esos límites rigen también para el humor (aunque yo sería bastante más estricta que la mayoría al momento de conceder que algo pertenece a ese género).

Lo difícil es marcar el límite en un caso concreto. Por ejemplo: yo considero que llamar ‘malcriado’ a un delincuente es bastante suave porque asocio ese adjetivo a la inocencia de la infancia. Otros lo consideran ofensivo. ¿Quién tiene la razón?

Justamente ayer hablaba sobre los límites del humor con un amigo liberal, tan liberal que no parece de izquierda; me decía que el humor es una creación cultural que está fuera de toda norma moral. Según él, el hecho de querer decir algo legitima cualquier forma que uno elija para hacerlo. Dos ideas conocidas; la primera, el fin justifica los medios; la segunda, el significado de una creación cultural depende sólo de la intención de su autor.

Yo, en cambio, no estoy tan segura de que el humor sea un recurso moralmente neutro. Tengo hartos hijos en edad escolar y me consta que el humor puede ser bastante cruel. Recuerdo a uno que sus compañeros llamaban el Pimienta, por negro, chico y picante.

Tampoco me convence eso de que cada uno determine el significado de lo que dice o hace. “Mamá, no estoy ensuciando la pared, estoy pintando”. Por lo demás, Wittgenstein ya habló de la imposibilidad de los lenguajes particulares.

Por eso, soy bien estricta con mis hijos y en su educación trato de poner algunos límites al humor como forma de creatividad infantil y para qué decir al relativismo de los significados.

Lo primero que les digo es que el humor no puede ser mentiroso. Como conservadora que soy, hacer una parodia de Allende en la que se exagerara su afición al trago y a las mujeres me parecería chabacano y ofensivo. Pero si esa misma parodia mostrara a Allende como pedófilo, ya no habría exageración sino distorsión de la realidad. De lo discutible se pasa entonces a lo inaceptable.

Lo otro que les digo a los niños es que el humor no puede ser irrespetuoso. Por último, porque así les impongo un desafío intelectual mayor.

La cosa no es tan difícil, pero para entenderla hay que salirse de la lógica de que mi libertad termina donde empieza la de otro. No se trata de eso. Los límites de la libertad de expresión no están dados por la sensibilidad de otro ante lo que yo digo (de lo contrario, se podría decir que está muy bien que todos se rían del tontito del curso, porque el tontito se ríe con ellos sin darse mucha cuenta de lo que pasa).

El problema de fondo es cómo se usa la libertad y cuál es la importancia que institucionalmente se le da, en una democracia, al tema del respeto.

Ahora, si de mí dependiera y fuera parte del CNTV, la sanción habría sido por estupidez, pero ese derecho goza de suficientes garantías en nuestro país.

9 comentarios:

  1. Me parece raro que tu amigo diga que el humor está fuera de toda norma moral, puesto que lo que nos hace reír es precisamente el hecho de que consideramos censurable (o cuando menos anormal) la situación jocosa a la que nos referimos al reír. Por lo tanto, la risa implica una valoración y, por ende, una moralidad. Si no consideramos algo como censurable, sencillamente no nos parece gracioso y no nos reímos. Decir que un delincuente, por ejemplo, sea "malcriado" es jocoso (una muestra de humor) porque lo apropiado sería usar un apelativo más sólido y, como dices, el malcriado es más propiamente un niño que un delincuente. Pero creo que esto mismo puede hacer que el humor sí sea mentiroso —lo cual dices rechazar—, puesto que la mentira también puede ser censurada, si bien tiene que estar en suficiente relación con la realidad como para justificarse.

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  2. ¿Ves? Cuando comentas minucia te sale bien

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  3. Concuerdo con su amigo. El humor por el humor no tiene valoración moral, es la intencionalidad de su uso la que lo tiene. Discrepo con el Sr. Mancilla de más arriba: uno no se ríe por temas axiológicos, es lo inesperado o lo contrario al esquema mental usual para interpretar la realidad cotidiana, lo que provoca el chiste.

    El humor es humor. Ahora, puede usarse con buena o mala intención y ahí está lo ético. Decirle Pimienta a un chico para agredirlo esta mal por cuanto es una agresión, no por cuanto chistoso. Digámoslo así: Toda agresión intencionada es moralmente reprobable... y algunas dan risa.

    Incluso esa última afirmación es relativa cuando se utiliza el humor en forma de agresión, pero como forma de defensa propia. Tuve un amigo que se jactaba de que pasó todo el colegio defendiéndose de bravucones a través de la ridiculización verbal.

    Dos notas al margen de lo moral: El humor sí puede ser mentiroso por cierto, algunas mentiras son más inocuas que otras pero por defecto los chistes son todos mentiras.

    Y en segundo lugar: sigue llamándome la atención, más que la asociación "malcriado - delincuente", la "delincuente - mapuche". =/

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  4. para mi el humor es más bien estético que moral, por ejemplo, me causa mucha gracia leer este blog, quizás no sea tan hilarante como un buen chiste, pero al menos me produce esa gracia que producen los cachorros o los bebés, al realizar una acción no esperada emulando a un adulto.

    En este sentido sería deplorable evaluar moral y eticamente los movimientos de un cachorro y sancionarlos además por una supuesta moralidad que existiría en su actuación.

    Por tanto el juicio moral y ético sigue estando en el receptor, es él quien lo califica y se siente identificado sea en aceptación o rechazo, de acuerdo a sus propias creencias. Curiosamente mientras más arraigadas o internalizadas una persona tenga sus creencias, mayores serán sus juicios morales sobre la realidad alejándolo de la percepción humorística de la realidad.

    En este sentido las estructuras de pensamiento más rígidas son más intolerantes y menos humorísticas. Biológicamente esos cerebros están más "cristalizados", vale decir con sinapsis neuronales tan rígidas que físicamente crean puentes de cristales entre una neurona y otra, por tanto es más difícil para ellos comprender acciones humorísticas sin calificarlas moralmente.

    De esta forma el humor versus la creencia dura y la moral se visualizan como dos opuestos funcionales en la relación emisor-receptor, que pugnan en un sistema comunicacional, que no es más que una declaración de principios, ya que la libertad de expresión también está compuesta de una moral y creencias culturales determinadas.

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  6. A propósito del humor y sus efectos, concluyes opinando sobre la libertad de expresión y su ejercicio. Si entendí bien, estimo delicada la propuesta que esbozas: que la libertad de expresión debe tener límites objetivos y por tanto, normativos, sin que la sensibilidad de las personas pueda considerarse como límite suficiente, toda vez que el respeto de los otros, debe sernos asegurado por la fuerza de la organización social.
    Discrepo Teresa, pues la propuesta tiene un tufillo totalitario: el respeto deja de ser un imperativo moral, si se impone coercitivamente. La norma moral es autónoma y no puede imponerse desde afuera; se desarrolla y enriquece en la soledad de las conciencias, no por las instituciones estatales; se derrama hacia afuera por la predicación sostenida y por una conducta virtuosa; no puede ser impuesta por el poder del Estado o por su Guía Supremo Iluminado, ni por el Consejo de los Buenos, que podría constituir el Legislativo. En Camboya mas recientemente y en la mitad del mundo, se intentó imponer una moral de la justicia social por una dictadura de una clase sobre la otra.
    Creo, Teresa, que la libertad de expresión debe tener los límites mas amplios posibles y que la ley debe limitarse a castigar con dureza, la infracción de esos anchos límites, siempre y cuando, una subjetividad herida reclame del agravio que considera se le ha infligido por expresiones de otro. En cuanto al contenido de esa libertad, creo Teresa, que debe ser escogido por los propios individuos y esperaría que la opción de estos, se resolviera por los mas altos valores morales o aún, cristianos; pero me parece inimaginable vivir en un país, donde el mal y el bien, la salvación o la condenación, me fueran impuestos por Iluminados cargados de poder y de fuerza.
    Comparto contigo que el humor del Club de la Fomedia, es chabacano y de mal gusto, en una palabra estúpido y que es ofensivo para nuestra fe cristiana. Pero no puedo compartir que el Estado asuma una Vigila permanente para castigar las expresiones sobre creencias, sucesos o cosas, en nombre de una virtud genérica o del supuesto bien de la Comunidad, sino sólo para reparar una dignidad personal agraviada.
    Por lo demás, por mas que se castigue a quien emitió expresiones carentes de respeto o sencillamente estúpidas, agregarás un ápice de virtud o inteligencia al infractor.
    En la lucha por la libertad, es una cuestión delicada reflexionar con claridad, acerca de cuánta fuerza entregamos a la organización política de la sociedad y cuánta amplitud para intervenir en la vida y en la conciencia de las personas.

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  7. Estimado sant_abog. Cuando digo que institucionalmente hay que concederle valor al tema del respeto no pretendo hacer una defensa del CNTV. Esa institución, y los argumentos que dio a propósito de la mofa a Jesucristo, me parece bien discutible.

    Lo que usted plantea es una cierta imposibilidad de proteger ciertos bienes (como el respeto, por ejemplo) desde el Estado. ¿La razón? Perderían su carácter de imperativo moral, y no se conseguiría lo que se pretende, que es cultivar esta virtud como una forma de vida.

    Obviamente, coincido plenamente en que no es fácil decir 'cómo' se protege en respeto. Tampoco determinar 'qué' es lo que constituye una falta de respeto.

    Sin embargo, me resisto a la idea de establecer una disociación absoluta entre imperativos morales y bienes protegidos institucionalmente. Esa idea presupone un quiebre entre lo privado y lo público que creo no existe, ni se debe promover.

    El difícil, me parece, que resista el paso del tiempo una cultura en la que el respeto no es más que una obligación moral personal.

    ¿Cómo se promueve? Para empezar, en la familia y en el debate público. Institucionalmente, habría que estudiar un poco más para proponer una respuesta. Se la dejo planteada a usted

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  8. Lo que llamas "bienes" son valores porque son intangibles. y el resguardo de los valores está explicitado en nuestra Constitución Política del Estado.

    En términos económicos los bienes son siempre tangibles, y los servicios son intangibles..., a no ser que estés viendo los valores como servicios, lo que si que sería tremendamente gracioso y humorístico.

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  9. Creo que malentiendes la crítica que se hizo a tu columna. No creo que era un tema de libertad de expresión sino que fuiste muy ofensiva con el pueblo mapuche. Sería interesante que te informaras más del tema, para lo cual te recomiendo los libros que José Bengoa ha escrito sobre el tema, y que luego escribieras reflexionando sobre las declaraciones que hiciste en tu columna.

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