Se pasaron de rotos, chiquillos: definitivamente mostraron la hilacha. Y aunque yo pueda comprenderlos (porque pasé 20 años con el adversario en el poder y fue bien desagradable), no puedo justificar papelones como los del Te Deum.
Ese tipo de actitudes me recuerda -qué quieren que les diga- a esos niños que dejan el partido botado cuando van perdiendo porque aceptan jugar en una sola posición ¡la de ganador! Y aunque yo esté acostumbrada a lidiar con esas reacciones, me hacen perder la paciencia cuando vienen de individuos que son mayores de edad.
Se pasaron de rotos y de tontos. Todos sabemos que en política lo que importa es ganar y no competir, pero la experiencia indica que para conseguirlo hay que saber hacer pequeñas pérdidas. El Presidente que tenemos es el mejor ejemplo de lo que digo: ahí lo tienen ocupando la más alta magistratura, sin tener ningún carisma y habiendo sido siempre objeto de sospecha dentro de su propio sector.
Se pasaron de rotos, de tontos y demostraron no tener ningún sentido práctico. Porque si hasta ahora ustedes pudieron usar la palabra democracia como idea madre en sus discursos, con lo que hicieron la semana pasada ese concepto dejó de serles funcional. ¿O alguien podrá creer que le asignan algún valor a ese sistema político si aceptan el juego solo cuando les conviene, o exclusivamente si ocupan dentro de él la posición que les acomoda?
Ahora, si lo que pretendían era desmarcarse de la clase política ¡ya no me quedan adjetivos! y les informo que consiguieron exactamente lo contrario. Tuvieron la oportunidad de mostrar una cara diferente, alegre y festiva. ¿Y qué fue lo que hicieron? Faltaron a un rito republicano sin que la ciudadanía tuviera antecedente alguno como para interpretar ese gesto de manera positiva. Una vez más, demostraron que los políticos operan de acuerdo a una lógica y a una sensibilidad que no corresponde para nada con la del ciudadano de a pié. Volvieron a dar la señal de que los partidos manejan cuestiones de interés privado… el interés de los que tienen el poder en la mano.
Se pasaron nomás, y me pregunto entonces de qué les sirve tener pinta de príncipe si no conocen el ABC de los buenos modales. Y para qué cuidan tanto el look si de elegancia no saben nada.
¡Y no me crean ingenua! No les pido patriotismo ni virtud, tampoco magnanimidad. Simplemente me pregunto por qué no hacen un esfuerzo por cuidar las apariencias, aunque solo sea por un instinto de supervivencia.
En fin, para la próxima me llaman chiquillos y con un par de consejos, hacemos algo para no mostrar la hilacha.
Me tinca que estudió filosofía para postular a algun cargo diplomático, mas que por vocación sofista.
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