miércoles, 13 de abril de 2011

Piñera columnista

Si Piñera me pidiera un consejo (la ventaja de escribir es que uno puede darlos sin recibir la solicitud), le diría que dedicara 6 meses de su vida a escribir columnas de opinión. Eso le obligaría a hacer cosas que nunca ha hecho y a entender una lógica que desconoce… la de la comunicación.

Obviamente para él se trataría de un ejercicio cuaresmal, porque de un momento a otro tendría que volverse un gozador de la vida. Fumar, comer alimentos altos en colesterol y disfrutar a concho de una sobremesa son vicios que necesariamente debe tener un buen columnista y que claramente Piñera no tiene. Y es que a fin de cuentas, una columna no es más que la réplica de una buena conversación y no de una clase magistral, como cree Squella.

La Cecilia tendría al respecto un bonito desafío: ayudarle a Sebastián a entender que para comunicar es más importante tener una vida placentera que una vida sana y que la eficiencia va casi siempre en desmedro del encanto. El problema es que a Piñera le aburren las personas y las atiende en la medida en que le son funcionales, y esa carencia es grave en un columnista. Una buena columna depende tanto de la inteligencia de quien la escribe como de su perspicacia psicológica, y en esa área el Presidente tiene una tara.

Pero en el oficio de columnista no todo para Piñera sería dificultad. Él tiene algo que debe tener también el que escribe: no deja a nadie indiferente. Despertar pasiones es imprescindible para quien quiere trasmitir ideas y aunque las pasiones que produce Piñera no sean de las mejores, eso es menos malo que dejar a medio mundo impávido… como le pasaría a Frei si hiciera el mismo ejercicio.

Piñera provoca como tiene que provocar un buen columnista, el problema es que no puede (como Carlos Larraín) hacer de la provocación una vocación. Porque si uno no es capaz de sacar del limón una limonada, acaba haciendo el ridículo y el ejercicio comunicacional se transforma en un uso caprichoso de la propia libertad.
Por eso mismo, el éxito de la provocación depende en buena parte de la capacidad de pasar a la etapa que sigue en la comunicación, como también del equilibrio entre lo que se muestra y lo que se oculta. Y aunque a Piñera le cueste un poco entender esto y sea algo así como un nudista comunicacional, con un buen taparrabo la cosa se puede arreglar. Obviamente, si se digna dejarse llevar por criterios ajenos del tipo “No muestre el papelito”.

Para que una columna funcione hace también falta una cierta dosis de audacia, de lo contrario pasa que uno se deja amedrentar por llamados como el que recibí yo la semana pasada, en que se me advertía de los costos que tiene mencionar a la familia Matte en una columna. Audacia y sobre objetividad para darse cuenta, por ejemplo, de que lo que pasa en Twitter no es lo que pasa en el Chile real. Es lo que habría que decirle a Eichholz cuando se pone muy amarillo y a Piñera cuando se deshace en explicaciones por un episodio como el del helicóptero, que por último habría podido servir para encariñarse con la torpeza de Piñera.

En fin, Piñera no es precisamente un averso al riesgo y por eso su mayor peligro está en su tendencia suicida. Hace poco escribí un texto sobre Guido Girardi que mi abogado vetó porque podía haber justificado una querella, pero publicarla me habría dejado sin trabajo, de modo que quedó en mi PC. Claramente, Piñera tiene también esta tendencia autodestructiva, pero los riesgos se minimizan bastante si uno tiene un par de buenos consejeros y sobre todo si se les hace caso.

Pero escribir una buena crónica implica también estar dispuesto a perder, y eso sí que le cuesta al Presidente. La Jacquie lo sabe por experiencia propia, y si no fuera porque ella no quiso aflojar oportunamente, no habría terminado pagando y haciendo pagar tantos costos. Es lo que le pasa también al columnista cuando quiere que todo sea ganancia, cuando a costa de matices lo que dice no tiene fuerza y cuando a fuerza de decirlo todo acaba diciendo nada. Es un error que comete Piñera en sus apariciones públicas y que no podría darse el lujo de cometer en sus columnas.

Pero el mayor desafío de Piñera como columnista es el que impone el tiempo; porque captar la atención una vez no cuesta nada, el problema es hacerlo sostenidamente. Y si uno se vuelve predecible en sus columnas y deja de sorprender, acaba por cansar como cansa Carlos Peña a fuerza de repetir siempre el mismo estribillo o Fernando Villegas a costa de hacer siempre de Contreras.

Dar consejos es, en todo caso, mucho más fácil que aplicarlos. Y un país gobernado por un columnista es francamente un lugar donde yo no querría vivir.






1 comentario:

  1. no sé si Piñera está tan perdido: a veces pienso que cree que metiendo la pata, hablando simplezas, disfrazándose de cualquier tontera o abrazando a medio mundo se acerca al pueblo, ese mismo pueblo que sabe que en realidad es un multimillonario que con ellos no tiene nada común. Y la parte más triste es que hay gente que se lo compra. Me gustó tu columna.

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