sábado, 10 de octubre de 2009

Soy conservadora ¡y qué!

El tema de esta columna seré yo misma. Es mi tema favorito, aunque puede no ser de interés general. Pero hay que ser honesta con quien vaya a leerme, aunque sea para que lo haga con todos los prejuicios que vienen al caso.

Me pareció poco elegante, sin embargo, presentarme a mí misma y un amigo progre se ofreció para hacerlo. Transcribo a continuación las primeras líneas de su texto:

“No sabría si llamarla conservadora o fundamentalista. Está casada y tiene 8 hijos, cosa muy sospechosa. En lenguaje actual diríase que es ‘cuica’ o ‘pelolais’, si no fuera porque ya no tiene edad para esto último. En su defensa suele citar a Napoleón, quien dijera: ‘Sobre todo no tengáis miedo del pueblo. ¡Es más conservador que vosotros!’. Su visión del matrimonio y del trabajo de la mujer es absolutamente machista. Hay conservadoras renovadas en este sentido, pero ella no es una de esas. El problema no es tanto su conservadurismo, como su pretensión de imponérselo a sus vecinos. Debo reconocer, en todo caso, que es bastante buenamoza, o al menos eso es lo que ella cree, a fuerza de oírselo repetir a su marido, a quienes todos acusan de poco objetivo”.

Me siento tan bien retratada, que no sé si haga falta decir algo más.
Para empezar, mi amigo progre dice que soy una conservadora, aunque asumirlo haya sido parte de un proceso de sanación. Yo era lo que un psicólogo llamaría una conservadora culposa, hasta que comprendí que cada progre lleva también dentro de sí un pequeño conservador; por ejemplo, cuando defiende a brazo partido la identidad de alguna etnia para evitar que su cultura sea absorbida por el desarrollo. En el fondo, tenemos la misma causa, sólo que la mía es menos altruista, porque se trata de mi propia identidad, no de la de otros.

También puede haber una cuestión de esnobismo en esto de ser conservadora. La palabra progresista me hace pensar en los que pretenden llevar la dinámica de la moda a las cosas de fondo, y como no me gusta hacer de frívola, me voy al otro extremo. No todo tiene una explicación racional, hay también una cuestión de gusto en esto (En todo caso, y si se piensa más a fondo, también es cierto que los progre están un poco démodé. El siglo XX con sus horrores mostró que el progreso humano tiene una lógica particular, muy diferente a la del progreso en ámbitos como el tecnológico, por ejemplo. Parece difícil hablar de obsoleto en el mismo sentido).

Lo segundo que mi amigo progre dice de mí es que estoy casada y que tengo ocho hijos, y que eso le parece sospechoso; no se me hubiera ocurrido pensarlo así, si no fuera porque hace poco una señora bien mayor me desconcertó cuando me aconsejó después de enterarse de que tenía muchos hijos que pusiera la tv en el dormitorio. “Santo remedio, mijita”, me dijo. Me costó entender por qué me hablaba de remedio y cuál era la enfermedad en cuestión ¡Por suerte mis niños no la oyeron! Traté de ser amable porque algunos maridos pueden ser menos atractivos que un plasma, pero el mío… no iba a refregárselo en la cara.

Por lo demás, lo que les pasa a los progre con las familias grandes es bien comprensible: como esperan mucho tiempo para tener un hijo, porque tienen cosas más importantes y urgentes que hacer (destruir los fundamentos de toda una civilización y buscar unos nuevos resulta agotador, de sólo pensarlo), cuando llega la criatura, viene a ser como la guinda de la torta. Y entonces, se ven sometidos a la dictadura de un pequeño tirano ¡Qué ironía!

A mí, en cambio, se me quedó grabado para siempre el jingle de la campaña del no, y lo tengo como principio educativo porque puedo aceptar muchas cosas, pero no dictadores en mi casa. Así es que se los canto siempre: “Porque sin la dictadura, la alegría va llegar, porque creo en el futuro, vamos a decir que no”. Entonces la cosa no es tan difícil como parece. Yo mando y ellos obedecen; si no quieren, mano firme. Y a las 9, toque de queda.

Con un poco de orden, las familias grandes son viables; la cosa se complica con la democracia. Anoche, mi hija de 4 años me dijo: “Mamá, hay 8 votos a favor de que veamos una película, y 2 en contra” (el de mi marido y el mío), pero como el asunto no era grave, primó la opinión de la mayoría.

Lo que de frentón no entiendo es por qué los progre no se ponen las pilas; a este ritmo el mundo estará plagado, en pocos años, de pequeños conservadoritos.

Pero he hablado de mis hijos, y no de mi marido, que a fin de cuentas tiene harto que ver en todo esto. Yo diría que el Negro (que así llamo yo al afortunado), es simplemente un hombre, si no fuera porque ese concepto es bien ambiguo hoy. Él no hablaría jamás de su lado femenino, que prefiero no conocer en caso de que exista. Y no me haría la ‘concesión’ de dejarme pagar la cuenta a medias en un restorán ¡Definitivamente no entiendo a las mujeres que vociferan pidiendo igualdad; a este paso, nos vamos a quedar sin ningún privilegio! No seguiré, porque podría parecer que le hago a mi marido un elogio fúnebre y eso también levantaría sospechas.

Mi amigo progre dice también que mi visión del matrimonio y del trabajo de la mujer es machista, pero yo creo que me tiene que perdonar ese defecto; es el único y es además bien comprensible ¿Qué mujer que estuviera casada con el Negro, y fuera objeto constante de sus atenciones, se pondría a enarbolar la bandera del feminismo? Ninguna, puedo asegurarlo.

Una amiga me decía a propósito de esto que yo era una individualista, que era bien cómodo para mí no involucrarme en la causa feminista. Decidí colaborar, pero en la prevención del problema y le prometí un libro de autoayuda. Espero escribirlo cuando termine mi tesis doctoral sobre Heidegger.

Respecto de mi opción preferente por el trabajo de la casa, también debo sincerar las cosas, porque no vamos a decir que sea muy meritoria. Mis posibilidades de trabajo están en colegios o universidades, sobrepobladas de gente no tan inteligente como cree serlo. Entonces, no hay dónde perderse: prefiero los propios. Y a Heidegger puedo resistirlo, pero a lo más media jornada y puertas afuera.

En eso de que quiero intervenir en lo que hace el otro con su vida, mi amigo progre tiene toda la razón, no podría ser de otra manera. Es una cuestión de empatía. A mí me importa lo que haga el vecino, y a mi vecino le importa lo que hago yo. Si no, pregúntenle a él qué piensa de las evidencias orgánicas que deja mi perro en su jardín, o de esos sutiles roces que mi auto le ha hecho al espejo del suyo. En fin, los progre me recuerdan a esas señoras que detienen su auto en medio de la autopista y que creen que todo está en regla porque prendieron las luces intermitentes. Pero bueno, ellos no son el tema de esta columna, quizá de una próxima…

4 comentarios:

  1. La primera vez que te leí me provoaste nauseas, luego de un par de párrafos esto cambio por una enorme lástima hacia tu ignorancia y falta de munso.Ahora al leer esto, siento una terrible
    vergüenza ajena de que alguien de mi mismo género pueda tener ideas tan rídiculas frente al machismo. (lo que por cierto no significa que el asco y la lástima no sigan.)

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  2. Mmm... si usted está tan cómoda en su posición "machista" del trabajo de la mujer, por qué no pensar como hombre en una visión "feminista": quedarse en la casa cuidando a los hijos o con ocio, consumir sin producir, y tener todo asegurado por una esposa-providencia (así como el Estado- Providencia, que tú atacas, muy similar al Marido-providencia), dedicar mi tiempo a actividades ociosas como blogs, doctorados, etc. ... sin sacar nada de mi bolsillo. Y por mientras, en este mundo delabores domésticas automatizadas, dedicarme ala casa ¿Qué lindo, no? ¿Le gustaría estar obligada a ser proveedora para sustentar a una persona que piensa igual que usted?

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  3. la tontera se te cuela por los poros,
    y peor aún, es fácil de contagiarla a tus hijos, pobres de ellos.

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  4. Me gustó tu artículo, aunque yo no soy como el negro pero me caen simpáticos.

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