Tengo ocho hijos y otro viene en camino. No, no es que no haya tv en el dormitorio. Puede haber maridos menos atractivos que un plasma, pero el mío… Tampoco es una cuestión de método. Cuando alguien lo atribuye a eso me parece ofensivo, porque me puedo equivocar una vez, pero no nueve. Menos todavía se trata de una prescripción religiosa, de un deber penoso que se me impone desde afuera, y que cumplo estoicamente, porque soy hedonista. Y para ser sincera, tampoco creo que sea cuestión de generosidad, porque tengo razones bien egoístas para tener hartos hijos: compañía, excusas constantes para celebrar, nietos... en fin, todas cosas de lo más concretas y mundanas que me resultan sumamente atractivas.
El asunto es que este nuevo embarazo me ha obligado a dar toda clase de explicaciones, pese a que no recibo ninguna clase de subsidio de ninguno de los que me las ha pedido (y mucho menos del Estado).
Lo que está en tela de juicio es mi responsabilidad. No entiendo por qué. Con la tasa de natalidad a la baja, un embarazo debería ser considerado por lo menos como un acto de patriotismo.
Lo insólito es que los mismos que me dicen que no es posible educar a esa cantidad de hijos, no pondrían ningún reparo si yo manifestara la intención de trabajar a tiempo completo. Y eso sí que no lo entiendo. Porque cuando le quito tiempo a un hijo por el trabajo, no se lo devuelvo de ninguna forma. En cambio, cuando se lo quito por otro hijo, al menos el pobre crío despojado se queda con un hermano.
Puede que esté un poco resentida porque otras mujeres pueden hacer a control remoto lo que yo tengo que hacer de cuerpo presente. Pero lo que yo no entiendo es cómo se resuelven algunas contradicciones. Por ejemplo, eso de que la familia es lo primero, aunque el tiempo y la energía que se le dedique no represente ni una cuarta parte del día.
En fin, a mí no me convencen estas teorías espiritualistas, que dicen que uno puede tomar una cosa sin dejar otra, ser y no ser, estar sin estar… para una materialista como yo, eso es puro esoterismo, y la opción de la maternidad excluye muchas otras, también por razones de salud mental.
Pero el quid del asunto, creo yo, es que se ha producido una especie de inflación de la mujer profesional, con la consecuente devaluación de la maternidad; y no entiendo la razón, porque desde el punto de vista estético me siento mucho más regia con una guagua en brazos que con un maletín al hombro. Pero bueno, eso puede ser cuestión de gusto.
Por lo demás, tener muchos hijos es más fácil de lo que la gente cree, no sólo por lo que se refiere a su concepción. Nadie tuvo que enseñarle a mis hijos a defenderse, lo aprendieron solos y prematuramente. Tampoco fue necesario explicarles que no eran el centro del universo, lo supieron existencialmente. El aburrimiento no lo han conocido y la autonomía ha sido una exigencia del medio. En fin, muchas cosas que la mayor parte de los padres debe enseñar, mis hijos las aprendieron por el solo hecho de tener hermanos. Y es que la familia grande ofrece más soluciones que problemas, aunque estos también existan.
Sin embargo, no pretendo convencer a nadie. Me basta con recibir algún tipo de reconocimiento social. No pido un homenaje público, me basta con unas palabras sencillas: “Te felicito, eres muy previsora, tienes un funeral masivo garantizado”. O “Ánimo, con esa cantidad de hijos no te van a jubilar a los 60”