miércoles, 30 de mayo de 2012

No me perdone ni me pida perdón (Publicado por El Mostrador)


Usted y yo tenemos cosas que perdonar; en mayor o menor medida, todos hemos sido víctimas de alguna injusticia. Y aunque el sentido de la elegancia nos impida ir de mártires por la vida, sabemos que las razones estéticas no alcanzan para desterrar del alma esa semillita de resentimiento que cada chileno alberga en su corazón.

Por eso, hoy quiero conminarlo a no perdonar a quienes usted considera sus deudores. A no perdonar nunca y nada, si el perdón que usted ofrece quedará registrado en actas y lo convertirá en acreedor perpetuo de quien le ha ofendido. A no perdonar jamás, si su perdón no va acompañado de una sincera pérdida de memoria…

Porque perdonar y olvidar son en buena parte lo mismo; con un olvido que no es olvido del agravio (de los que puede producir un TEC), sino de esa rabiecilla que el agravio dejó en su corazón. Perdonar ¡perdonar en serio! es una forma sublime de olvido, un acto de suprema elegancia.

Perdonar algo es también perdonar a alguien. Trascender el acto para llegar a la persona y, en ese sentido, buscar razones. Justificar, si quiere. Porque cambiar los afectos nefastos de la rabia sin ayudarse de la inteligencia es imposible, a menos que usted sea de los que controla sus afectos a voluntad.

Si usted no sabe perdonar, por tanto, mi consejo es que no lo haga; porque mucho más noble es su rencor que la profanación de una realidad sagrada. Sobre todo ahora que se ha vuelto moda exigir a los demás el reconocimiento de sus errores, mientras se hace caso omiso de los propios; moda que incluye también interpelar a otros para que hagan una autocrítica para decir (después de que esa autocrítica se ha producido), que ella fue del todo ‘insuficiente’. El Museo de la Memoria, el escándalo por las declaraciones de Aylwin, las críticas a la petición de perdón que hizo Piñera, demuestran que tengo toda la razón… como siempre.

Por eso insisto, no perdone ni pida perdón. No caiga en la trampa de falsear el perdón haciendo como si perdonara cuando no está ni remotamente cercano a hacerlo; tampoco reconozca culpas que usted no tiene, porque el perdón es por definición un acto personal.

No me perdone ni me pida perdón… no hasta que los dos nos tomemos en serio este asunto.

sábado, 19 de mayo de 2012

Sub Terra (Publicado por El Mostrador)


El segundo Piso de Palacio merece un up-grade y la idea de situarlo Sub Terra no me parece mala. Mal que mal, la mayoría de sus habitantes es joven y podrá resistir bajo tierra más tiempo que los mineros; hablo de jóvenes de verdad… no de cuarentones con complejo de ser el ‘rostro’ de la renovación. Jóvenes y eficientes, porque todos están perfectamente calificados y ¡no lo dudo! trabajan como chinos. Un poco menos de luz solar no afectará en nada, por tanto, su rendimiento ni su ya evidente miopía.

Una medida como ésta tampoco puede ir en detrimento de la autoestima del grupo al que me refiero. Yo he estado en esas locaciones y si hay algo que abunda en ellas son los winners, al lado de los cuales hasta yo me siento insegura.

En fin, Sub Terra puede ser un lugar agradable o al menos justo para quienes, a juzgar por los resultados, no han hecho bien la pega. Aunque, hay que reconocerlo, su tarea de aumentar la popularidad del Gran Jefe era algo cercano a una misión imposible.

Y no la han hecho bien porque representan fielmente lo que yo llamaría la derecha frívola…

Una derecha eficiente y experta en materia de gestión. Consciente de la importancia de no despilfarrar recursos públicos. Una derecha que cree en el libre mercado pero que no tiene ninguna idea de lo que quiere, más allá de una buena administración. Una derecha que no duda al momento de enarbolar banderas ajenas no porque sea populista, sino simplemente porque no tiene ninguna que sea propia.

Una derecha que en el fondo no es de derecha, porque no cree en el individuo y en su libertad y cuya única respuesta o diferencia respecto de la izquierda tiene que ver con el tamaño del Estado.

Una derecha que cree posible alimentar al pequeño socialista que cada chileno lleva dentro suyo y que se olvida de la necesidad de cambiar el alma de un país alicaído cuya mentalidad promedio lo llevará a la ruina.

La derecha ¡la derecha genuina! tiene una idea del hombre, del trabajo y de la sociedad, y sus convicciones en materia económica son solo una prolongación o una expresión más de esas ideas. Por lo mismo, comprende que para resolver los problemas sociales no basta con tener un correcto modelo de administración.

Esa derecha, la original, sabe que si el alma de un país es socialista, el modelo económico solo sirve, finalmente, para administrar deudas… es lo que ocurre en Francia y en España.

Sub Terra… esas son las dependencias que debería usar el Segundo Piso de la Moneda y en la superficie, una lápida: QEPD. Porque hay Presidentes que simplemente no han sabido hacer lo más básico de lo básico: elegir bien a sus asesores.

Que las cosas han sido difíciles, nadie lo duda. Que este Gobierno ha trabajado más y mejor que los Gobiernos anteriores, tampoco. Que no tiene ideas y que al hilo del activismo parecen haber perdido (o no haber tenido nunca) un norte… es sin embargo evidente.

Sub Terra ¿Golborne al rescate?

miércoles, 9 de mayo de 2012

A la Nina, con cariño (Publicado por El Mostrador)


Hoy en la mañana hablé con la Nina, una mujer encantadora que trabaja en la portería del colegio de mis hijas. Trataba de explicarme lo obvio: “Solo quería advertirle a esa señora que no iba a poder pagar este colegio y no sabía cómo decírselo”. Se quejaba de haber aparecido como la mala de la película en un reportaje de Contacto y de haber sido puesta en el banquillo de los acusados por el delito de discriminación.

Y es que una periodista tiene derecho a investigar y me parece perfectamente legítimo que se ponga el delantal de empleada para averiguar hasta qué punto ese uniforme puede determinar el trato que recibe una persona. Tiene derecho a investigar, pero no a sacar cualquier conclusión de un experimento que tiene fallas metodológicas serias. Eso fue lo que hizo el equipo de Contacto, investigar tratando de confirmar la hipótesis de que algunos colegios privados discriminan por condición social. La prueba de ensayo fue tan burda, sin embargo, que las conclusiones que sacaron de ella no tienen valor alguno.

Porque si la periodista en cuestión hubiera entrado al restorán más caro de Santiago vestida con el mismo uniforme y hubiera pedido, sin consultar la carta, un vino que costaba 300 mil pesos, probablemente también habría sido advertida por el mozo sobre lo que estaba haciendo ¿Es suficiente una advertencia de este tipo como para concluir que en ese restorán se discrimina por condición social? En absoluto. A algunos les parecerá impertinente la intromisión del mozo, pero a mí su silencio me hubiera parecido irresponsable.

Lo que hizo la Nina fue exactamente eso: advertirle a una mujer vestida de empleada sobre lo difícil (si no imposible) que sería para ella costear una educación de ese tipo para su hija. Podría no haberlo hecho, podría haberle dado cauce a la solicitud de la mujer pensado “desengáñese usted misma”, podría no haber perdido tiempo dando explicaciones… podría, pero la Nina es en esencia una buena mujer.

Por eso, y más allá del legítimo derecho que tiene un colegio para discriminar por las razones que estime convenientes en función de su proyecto educativo, lo que me importa ahora es hablar de la Nina y de la falta de rigor del reportaje en cuestión.

Porque los periodistas que hicieron el reportaje no pueden desconocer algo tan  obvio como que en los colegios particulares todo contribuye a que se produzca una especie de selección natural. El valor de la colegiatura, el lugar donde un colegio tiene sede, el costo de los materiales de estudio, las horas que se destinan a la enseñanza del inglés, las instalaciones deportivas ¡todo! determina que finalmente quienes tengan acceso a ellos sean personas de una determinada condición social. Pero de ahí a calificar esa selección espontánea como la razón misma de la discriminación, hay un salto lógico inaceptable. Que un restorán caro sea, en la práctica, un lugar que solo frecuentan los ricos es algo radicalmente distinto a que ese restorán prohíba de modo directo la entrada de los pobres.

Esa simple distinción, tan obvia por lo demás, era lo menos que se le podía pedir al reportaje y lo menos también que se merecía la Nina.