Hace algunas semanas, un periodista cuestionaba el modelo económico porque “si no hay Sernac, si no hay FNE (los empresarios) se afilan a todo el mundo”. Entusiasta, creía haber descubierto el argumento que faltaba para demostrar lo equivocados que están quienes aún creen en él. Unos días después, el director de El País decía en una entrevista que “lo que ha pasado en Europa tiene que ver con la crisis global del capitalismo”. Y en la calle, el ciudadano promedio no se cansa de manifestar su indignación a causa de un modelo que, a su juicio, “ya no da para más”.
Y no es que quiera ser incisiva, pero me pregunto ¿Cuál sería la alternativa?
Porque dos dedos de frente bastan para entender que un sistema económico no es un camino de virtud, sino simplemente una forma de hacer que las cosas funcionen en un ámbito bastante acotado, el de la economía. Funcionalidad que no excluye la posibilidad del abuso sino que simplemente la acota. Si alguna vez hubo quien pensara lo contrario, ése no debe haber sido un capitalista sino simplemente un estúpido.
Dos dedos de frente son suficientes también para entender que el lucro, la ambición (o como se le llame al motor de la economía), no es un deseo que el capitalismo promueva de manera artificial… como tampoco un impulso que pueda desaparecer bajo un sistema distinto. Ni siquiera una sociedad como Corea del Norte que hoy llora (a tarea) a Kim Yong Il, puede exterminar por la voluntad de la ley el ánimo de hacerse dueño del producto de su trabajo. Se trata de un deseo humano inevitable ¿Bueno o malo? En principio neutro, y me pregunto si contar con él no es la mejor manera de evitar sus desbordes. Porque es el mercado el que tiende a reducir el lucro o las utilidades a cero y no la ley, como contrariamente piensan los detractores del modelo.
Con dos dedos de frente alcanza también para entender que esa sospecha de que es objeto el hombre cuando emprende, debería recaer también sobre él cuando regula. Pensar en la libertad para emprender como la causa del mal y en la regulación como camino a la salvación es tan ridículo como creer que en un área el hombre está libre de pecado y en otra no. Tan absurdo como creer que ciertas actitudes morales pueden conseguirse con ingenierías sociales.
Porque la colusión de las farmacias no hubiera sido posible si no fuera porque la regulación que existe impone tal cantidad de requisitos para tener una, que solo las grandes cadenas podían sobrevivir a ellas ¿O cree usted que es gratis tener un químico farmacéutico de planta, o una farmacia obligada a cumplir con turnos nocturnos?
Y el cartel de los pollos no se hubiera constituido si la normativa sanitaria que hay en Chile no le impidiera a usted comprar un pollo en la feria. Y hace tiempo ya que estaríamos comiendo pollos argentinos (bastantes buenos y baratos), si no fuera porque alguien decidió proteger el mercado nacional y castigar al otro para que los precios fueran equivalentes.
Ningún partidario del libre mercado es contrario a la ‘regulación’ (o a la ley), pero hoy esta palabra tiene tanto prestigio como mala fama tiene el concepto de ‘mercado’. Y ese prestigio de uno a costa del otro es el que ha permitido que pocos hayan notado que la ley y la regulación han sido- en la práctica- los grandes responsables de lo que ocurre. Porque en los hechos, la regulación ha sido el resultado de una colusión entre la gran empresa y los políticos de turno.
Con dos dedos de frente y con partidarios del modelo que no fueran al mismo tiempo más partidarios de sus propios intereses, el modelo no tendría tantos detractores…