miércoles, 21 de septiembre de 2011

Se pasaron de rotos, chiquillos

Se pasaron de rotos, chiquillos: definitivamente mostraron la hilacha. Y aunque yo pueda comprenderlos (porque pasé 20 años con el adversario en el poder y fue bien desagradable), no puedo justificar papelones como los del Te Deum.
Ese tipo de actitudes me recuerda -qué quieren que les diga- a esos niños que dejan el partido botado cuando van perdiendo porque aceptan jugar en una sola posición ¡la de ganador! Y aunque yo esté acostumbrada a lidiar con esas reacciones, me hacen perder la paciencia cuando vienen de individuos que son mayores de edad.
Se pasaron de rotos y de tontos. Todos sabemos que en política lo que importa es ganar y no competir, pero la experiencia indica que para conseguirlo hay que saber hacer pequeñas pérdidas. El Presidente que tenemos es el mejor ejemplo de lo que digo: ahí lo tienen ocupando la más alta magistratura, sin tener ningún carisma y habiendo sido siempre objeto de sospecha dentro de su propio sector.
Se pasaron de rotos, de tontos y demostraron no tener ningún sentido práctico. Porque si hasta ahora ustedes pudieron usar la palabra democracia como idea madre en sus discursos, con lo que hicieron la semana pasada ese concepto dejó de serles funcional. ¿O alguien podrá creer que le asignan algún valor a ese sistema político si aceptan el juego solo cuando les conviene, o exclusivamente si ocupan dentro de él la posición que les acomoda?
Ahora, si lo que pretendían era desmarcarse de la clase política ¡ya no me quedan adjetivos! y les informo que consiguieron exactamente lo contrario. Tuvieron la oportunidad de mostrar una cara diferente, alegre y festiva. ¿Y qué fue lo que hicieron? Faltaron a un rito republicano sin que la ciudadanía tuviera antecedente alguno como para interpretar ese gesto de manera positiva. Una vez más, demostraron que los políticos operan de acuerdo a una lógica y a una sensibilidad que no corresponde para nada con la del ciudadano de a pié. Volvieron a dar la señal de que los partidos manejan cuestiones de interés privado… el interés de los que tienen el poder en la mano.
Se pasaron nomás, y me pregunto entonces de qué les sirve tener pinta de príncipe si no conocen el ABC de los buenos modales. Y para qué cuidan tanto el look si de elegancia no saben nada.
¡Y no me crean ingenua! No les pido patriotismo ni virtud, tampoco magnanimidad. Simplemente me pregunto por qué no hacen un esfuerzo por cuidar las apariencias, aunque solo sea por un instinto de supervivencia.
En fin, para la próxima me llaman chiquillos y con un par de consejos, hacemos algo para no mostrar la hilacha.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Isapres: ha llegado carta (Publicado por El Mostrador)


Si usted es de los que aborrece a los dueños de las isapres porque ganan plata, no cuente conmigo para atacarlos. Mis afectos hacia los que son capaces de generar riqueza van desde la admiración hasta la envidia, pero no pasan nunca por el desprecio.

No cuente conmigo para atacarlos porque estoy curtida de discursos moralistas. Es fácil hablar de usura y declararse de una honestidad a toda prueba, solo porque circunstancialmente uno se ha especializado en el robo hormiga. Porque yo conozco a uno que pasaba a la tía-abuela por hija suya para que la Isapre le reembolsara la consulta; y a otra que simulaba tener un contrato con su papá por la reguleque suma de un millón (para recibir ese monto durante el embarazo). No nos hagamos los cuchos entonces y dejemos de pedirle a los dueños de las Isapres una moralidad que nosotros no tenemos.

Tampoco exageremos diciendo que el sistema no funciona. Si así fuera no se daría la casualidad de que todos los que podemos, tenemos Isapre; y además seríamos idiotas pagando un servicio privado en lugar usar el público… ése que hasta los socialistas esquivan en caso de poder hacerlo.

No nos hagamos los cuchos pero tampoco los lesos, porque evidentemente hay prácticas de las Isapres que son derechamente abusivas, aún cuando la Ley de Isapres las permita y a pesar de que afiliarse a ellas siga siendo conveniente.

Porque uno podría aceptar que la tasaran en base al sexo y a la edad e incluso podría agradecer que esa tasación aumentara con los años… mal que mal, sería un índice de que uno tiene plusvalía. Pero que después de haber hecho ese cálculo, se le aplique a uno un valor agregado por haber incurrido en un evento llamado enfermedad, no es justo; y no es justo porque ese riesgo ya estaba previsto.

Uno esperaría además que si ése es el criterio, junto con subirle el precio al plan del fulano que salió caro, le devolvieran algo al sutano que gastó cero ¡pero no es así! Molesta entonces el doble estándar. Molesta que cuando la Isapre pierde, el afiliado se tome como caso individual y cuando gana, se considere parte de un saco común. O sea, seguro individual cuando hay que tasar y colectivo al momento de ganar.

Resulta sospechoso además que exista un grupo de abogados que tramita gratis los recursos de protección contra las Isapres. Y lo hacen así porque de los casos que reciben (aproximadamente 250 a la semana), los ganan casi todos. ¿Qué significa eso? Que si usted reclama obtiene lo que pide y es la misma Isapre la que paga las costas del abogado. No hay que ser malpensado entonces para concluir que estas empresas aplican la política del ‘por si pasa’. Y eso molesta pues, como molesta también que el regulador no diga nada (quizá porque quien le paga es nada menos que la Isapre).

Molesta además que por culpa de la ley (o sea, de la regulación existente), las posibilidades de elegir sean nulas. En parte, porque las ‘preexistencias’ lo convierten a uno en un cliente cautivo y en parte también porque entender el plan AZ6000234.B es más complicado que aprender chino mandarín. Sin posibilidad real de cambiar de Isapre y sin información fácil de digerir, es imposible entonces que opere el mercado.  

Por eso, si usted es de los que aborrece a los dueños de las Isapres porque ganan plata, no cuente conmigo para atacarlos. La plata que ganan, las utilidades que tienen, son solo un índice… un índice de que en ese rubro definitivamente hay cualquier cosa, menos competencia.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

La muerte hecha espectáculo (Publicado por El Mostrador)

El viernes pasado yo escribía un elogio fúnebre; era una sátira pensada como regalo para un amigo que estaba de cumpleaños. Intempestivamente, alguien me interrumpió para hablarme de un accidente aéreo y de la muerte (altamente probable) de sus pasajeros. Entre ellos dos caras conocidas: la de Camiroaga y la de Cubillos.

Y aunque yo no sea de las que ve a diario el matinal y mucho menos de las que siente que la gente de la tele es parte de su familia, la noticia me estremeció. Mal que mal, la desaparición de los rostros televisivos se da casi siempre de forma paulatina; es la vejez y la moda aquello que suele dejarlos offside y no un accidente brutal como el del viernes. Me estremeció también porque tengo hijos y alcanzo a imaginar lo que sería para mí perder a alguno de esa forma (o lo que significaría para ellos sufrir la muerte de mi marido o la mía).

Me estremeció… hasta que el hecho de dolor comenzó a transformarse en espectáculo televisivo, en una especie de reality del dolor. Un espectáculo que se ofrecía para saciar el apetito voraz de morbo que tienen los televidentes y marcado por la frivolidad. Porque la muerte ¡lamento traerlo a colación! no es una posibilidad remota, algo que quizá podamos evitar en caso de suerte. Tampoco es un punto final que se controla a voluntad, un cerrar el boliche cuando estimamos llegó la hora de hacerlo. No. La muerte es una posibilidad siempre presente y que llega la mayor parte de las veces de manera impertinente e inoportuna.

El hecho es que el espectáculo ha dejado en evidencia (y de ahí mi preocupación), quiénes son hoy los verdaderos referentes del chileno. No es el santo ni el héroe. No es el intelectual, el artista y mucho menos el político. El verdadero referente, el líder de opinión por excelencia, es ¡el rostro! No deja de ser simbólico por eso que fuera justamente un rostro el que debilitara un movimiento que parecía inquebrantable, y el que le diera al Gobierno una victoria parcial. Porque la televisión puede controlar la agenda noticiosa y e instalar verdades oficiales con una facilidad y una eficiencia que ya se quisiera el Gobierno y la Oposición.

El espectáculo también ha hecho patente la función que cumple el rostro en una sociedad con la familia debilitada y en la que los vínculos son cada día más frágiles. Porque eso de que “no sé cómo haré para estar sin él en las mañanas” no lo dice ni su esposa ni su madre, lo dice una mujer que a muchos kilómetros de distancia lo tiene en su pantalla mientras trabaja.

Se equivocan por eso quienes creen que los poderosos son los políticos o los ricos. Lo que hoy da poder, verdadero poder, es tener belleza, simpatía y carisma televisivo. Eso es lo que permite estar en miles de hogares al mismo tiempo, eso es lo que consigue una influencia semejante, si no mayor, a la que puede tener uno en su familia. La televisión ha llegado a ser un verdadero catalizador de las opiniones, de los temas de conversación y de los afectos del chileno… y bueno es tenerlo presente si uno quiere influir.

¿Que soy insensible? Para nada. Me conduelo del dolor que hoy experimentan 21 familias, pero mi primera muestra de compasión y de respeto es decir ¡Basta! 

viernes, 2 de septiembre de 2011

Yo defiendo a Martínez

Yo puedo tener mis diferencias con Martínez pero la nobleza de mi estirpe me obliga a darle la razón cuando la tiene, y esta semana compensó con una frase notable todos los errores que pudo cometer en el pasado. Porque cuando el Monarca de la CUT afirma que “hay profesores de filosofía detrás de toda esta cuestión violenta”, estoy segura de que no estaba pensando en Platón, sino en individuos como el Senador Navarro, como Abimael Guzmán o como yo: todos colegas, por cierto.

Lo que Martínez hace, por tanto, no es poner en entredicho a filósofos como Tomás de Aquino o como Kant, sino a la manga de inútiles que yo integro. Inútiles en primer lugar porque somos incapaces de generar riqueza y porque estamos obligados a profitar de alguno que pueda hacerlo (en mi caso particular, de mi marido; en el de Navarro, no lo sé). Inútiles también porque si fuéramos capaces de contribuir al debate, éste no carecería como lo hace, de todo rigor lógico. Pero no solo inútiles ¡inútiles subversivos! De esos que en palabras del Pseudopresidente de la CUT, “le llenan la cabeza a los cabros de porquería”. Que Navarro no se enoje pues, porque está bien que Martínez diga excepcionalmente la verdad.

Y aunque sean pocos los que lo crean, el dirigente dice la verdad: las ideas ¡la filosofía! termina siempre en la calle y muchas veces, a piedrazo limpio. Desfigurada, transformada en consigna si se quiere, pero llega. Convertida en eslogan e infranqueable al diálogo racional, pero llega. ¿Y quién la lleva a ese lugar? ¡Los profesores de filosofía! ¿Cómo? Prostituyéndola.

Porque cuando el debate público pierde su forma racional: cuando el diálogo y la pregunta son suplantados por la respuesta sabida de antemano, lo que hay es una crisis de las ideas, una deflación de la filosofía. Y lamento decirlo: de ahí al peñascazo hay un paso bien corto.

El conflicto estudiantil es el mejor ejemplo de lo que digo. Un grupo extremo habla desde una ideología inspirada en Marx a quien, obviamente, no ha leído; la masa se compra el discurso de la gratuidad entusiasmada con la promesa de una educación que les abrirá la puerta de entrada a la sociedad de consumo; y el Gobierno responde desde su uniperspectiva técnica. Ninguno manifiesta una apertura real a pensar las cosas desde una consideración más profunda ¿Y por culpa de quién? De la falta de filosofía o de una filosofía clase turista que sirve para lo que sea menos para dar con el fondo de las cosas.

Por eso y haciéndole honor a Martínez, no me queda más que decir que en esta oportunidad el dirigente tiene toda la razón. Y por eso espero agradezca el homenaje que hoy le rindo con algo sencillo ¿Un almuerzo?