martes, 21 de diciembre de 2010

Conservadurismo católico y aborto (Publicado por El Mostrador)

Yo debo ser una representante de lo que Carlos Peña llama el ‘conservadurismo católico’ y debo formar parte también de los ‘católicos cultos’… si lo que define a ese grupo es haber leído a Santo Tomás.


Aunque para ser franca, no estoy muy segura de que haber leído alguna parte de la Suma Teológica sea garantía de cultura; como tampoco llamaría inculto al que cita a su autor sin haberlo entendido. A fin de cuentas, una columna de opinión no puede nunca ser algo demasiado serio.

La cosa es que como destinataria de su columna de este domingo, y en mi calidad de miembro ilustre de los dos grupos a los que Peña alude en ella- el del ‘conservadurismo católico’ y el de los ‘católicos cultos’- debo decir un par de cosas.

Para empezar, que ser un conservador católico (o un católico culto), no es lo mismo que seguir a Tomás de Aquino al pie de la letra. Yo podría no coincidir, por ejemplo, con lo que dice el Santo respecto de la pena de muerte, y eso no me transformaría en una hereje.

Quiero decir algo, también, acerca del primer caso de aborto que considera el proyecto de ley de Fulvio y la Evelyn, aquel que realmente genera polémica dentro del conservadurismo y que se refiere al aborto de un feto inviable.

Digo esto porque el otro caso contemplado en el proyecto no es un caso de aborto. Carlos Peña lo sabe y sabe también que el conservadurismo católico no lo discute. Por qué dedica en su columna tanto espacio al asunto es algo que no entiendo, supongo que se trata de una estrategia comunicacional.

La cosa es que el proyecto habla de la posibilidad de eliminar a un niño cuyas posibilidades de sobrevivir al parto o al mismo embarazo son nulas. Lo digo así porque la expresión ‘interrupción del embarazo de un feto inviable’ suena un poco abstracta.

Carlos Peña dice que, en este caso, las opciones que tiene el Estado son dos: ‘obligar a perseverar’ o ‘permitir interrumpir’ (el embarazo, se entiende). Me temo que Peña, en su afán pedagógico, simplifica un poco las cosas, porque cuando se promulga una ley que permite el aborto, lo que en realidad se hace no es sólo ‘permitir’ el aborto, sino ‘auspiciarlo’. Por el contrario, ‘prohibirlo’ tampoco es propiamente ‘obligar’ a alguien a perseverar en el embarazo, sino simplemente no darle al aborto la categoría de un derecho.

Así, la disyuntiva que plantea el Abogado entre un Estado que suplanta la libertad de conciencia, es decir, que viene y le dice a uno lo que tiene que hacer, en contraposición a un Estado que respeta la decisión de cada cual, no es tal. Si se tratara de eso, yo sería la primera en incluirme dentro de la fila de los liberales.

La verdadera disyuntiva que se presenta es si el Estado que garantiza toda clase de derechos individuales, puede ser el mismo que le otorga a uno un derecho por sobre la vida de otro.

El debate no se resuelve, por lo tanto, a partir del antagonismo entre los que están a favor de la libertad y de los que están en su contra: los libertarios versus los autoritarios, sino a partir de la forma en que cada grupo entiende que se articula la libertad con los otros bienes que también debieran ser protegidos en una democracia. Pensar que el conservadurismo católico no le concede valor a la libertad es tan absurdo como pensar que los liberales promueven el libertinaje.

Por eso mismo, los que creen que el tema del aborto es un tema puntual que distingue a la vieja derecha de la nueva se equivocan radicalmente, porque para llegar a considerar eso como un derecho hay que haber tomado una ruta distinta varios kilómetros atrás. Reducir el tema a un problema de moral sexual es en el fondo no entender el problema, llevarlo al plano de la ideología y perder con eso cualquier posibilidad de entendimiento.   

Es un hecho que el aborto existe; es un hecho también que la mujer que toma ese camino suele estar en una situación desesperada. El punto es si una sociedad que se llama tolerante, no discriminadora, garante de la vida y de los derechos humanos, puede al mismo tiempo consagrar como un derecho la posibilidad de aniquilar una vida, sólo porque ella está enferma o desahuciada.

Se lo decía yo hace poco a un amigo: cuando una sociedad se piensa desde la libertad ¡y solo desde la libertad! entonces lo que tenemos no es una sociedad libertaria, sino una sociedad en la que el más fuerte se impone sobre el más débil. ¿Que así es y así ha sido siempre? Puede ser, pero otra cosa es querer institucionalizarlo...

martes, 14 de diciembre de 2010

Identidad partidaria ¡Chicas de plástico! (Publicado por El Mostrador)


Cualquiera que pasó los treinta y está por llegar a los cuarenta puede solidarizar con el que experimenta una crisis de identidad, incluso si se trata de partidos o conglomerados políticos. Pero las consideraciones que se han hecho a propósito de la crisis por la que pasan todos nuestros políticos la transforman en algo divertido, o pintoresco, por decir lo menos.

Primero, porque se dice que la culpa de todo la tendría el cambio de gobierno: este movimiento de tierra los habría dejado a todos desconcertados. A mí esa explicación no me convence,  porque cuando uno se queda sin pega o consigue una nueva no se pregunta ‘quién soy’ sino ‘qué hago’… salvo que llegar al poder o mantenerlo fuera la respuesta a la primera pregunta, en cuyo caso los políticos podrían clasificarse dentro de dos grandes géneros, el de los ambiciosos y el de los apernados.

Otra de las curiosidades de esta crisis de identidad es que esos mismos que andan medio desorientados estén hablando de de ‘convocar a una nueva mayoría’. Yo puedo entender que uno quiera juntar gente en torno a una causa, pero querer ser más no se sabe muy bien de qué, es como ridículo ¿O no?

Por otra parte, la crisis tampoco se ve fácil de superar… para empezar, porque lo que hasta ahora cada grupo ha logrado saber de sí mismo es re poco.

La nueva derecha no quiere ser conservadora. Los demo, no quieren ser ni de derecha ni de izquierda. Y la izquierda- que tiene las cosas más claras- no puede hablar demasiado porque no tiene quórum para lanzarse con lo que realmente le importa.

En suma, la crisis parece estar en una fase adolescente, marcada por la distancia respecto de los padres y por la asimilación con el grupo de los igualmente desorientados.

Para peor, todos quieren dejar fuera lo único que puede hacer diferencias sustantivas, quizá porque eso sea incompatible con la convocatoria de mayorías, al menos en el corto plazo. No estoy hablando de fijar posturas: a favor o en contra del voto voluntario, de la píldora, de las termoeléctricas, o de lo que sea. Esa manera de aproximarse a las cosas es parte del problema y no de la solución. Pienso en definiciones que tengan que ver con un proyecto más de fondo, con  la consideración de problemas filosóficos y morales. No es tan difícil, lo que pasa es que podría perecer poco serio, en medio de la seriedad y la profundidad que ha alcanzado el debate político, hablar de qué es el hombre, en qué consiste su felicidad, en fin, todas esas cosas que quedan fuera de una discusión seria.     

La nueva derecha ha mostrado una pobreza de ideas más o menos importante en este sentido. Sus campañas comunicacionales son particularmente decidoras en este sentido… un mendigo en la Enade para hacer tomar conciencia de la pobreza, cuando la pobreza que merece la atención de los empresarios no es precisamente la de la indigencia. Una campaña a favor de la fidelidad para combatir el sida, que parte del supuesto de que morirse es algo divertido…genial desconocimiento de la naturaleza humana. En fin, temas importantes tratados con una frivolidad que da como vergüenza ajena.

Para qué decir la DC, que reacciona como loca histérica cuando la derecha le coquetea, pero que no tiene reparo alguno en mostrarse cívicamente amistosa con el partido comunista, como dice Walker (si yo fuera ellos, le prestaría más atención a la voz que clama en el desierto, la de Orrego).

La izquierda, por su parte, ha recurrido al dedo acusador de Lagos cuya astucia es insuperable para los efectos de focalizar la atención en la paja del ojo ajeno. Quién me diera esa habilidad sin perder con ella toda la honestidad que me queda.

En fin, yo lo único que espero es que esta crisis de identidad de los partidos no termine como la de algunas cuarentonas que conozco… en el quirófano. El recauchaje nunca termina bien y desinflar a una chica de plástico es demasiado fácil, como para buscar por ahí la solución.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Entrevista a Joe Black, columnista del Mercurio

Llevo varios meses tratando de averiguar quién es Joe Black pero no he podido conseguirlo. Algunas amistades del Mercurio me hicieron presente sus propias sospechas, pero me advirtieron que el indicado negaba tajantemente ser el autor de las columnas dominicales. Quería averiguarlo porque, a mi juicio, Joe Black es uno de los mejores columnistas de la plaza.

Una vez perdida la esperanza de saber quién era, traté de conseguir que me diera una entrevista. No será tan difícil- pensé- debe estar tratando de promocionar su libro. Le envié entonces un correo electrónico que no tuvo respuesta y luego otro comentándole que había comprado su libro y preguntándole si la adulación funcionaba con él como método de manipulación psicológica. "Funciona", me respondió. En adelante estuve segura de lo que tenía que hacer…

Para empezar, le dije que su libro lo había comprado junto con el del Papa, a lo cual respondió "No merezco estar en la misma bolsa con Su Santidad". Para que la estrategia fuera más efectiva, le confidencié que había leído primero el suyo y después de eso, accedió a darme una entrevista vía mail y en una oportunidad, por chat.

Antes de enviarle las preguntas quise saber si me respondería como Joe Black o en un tono algo más serio, a lo que respondió "Pucha, tengo un sólo tono en la vida y es el de mis columnas. Todo el resto es impostado".

El libro a que me refiero se llama “Los políticos del Bicentenario, según Joe Black” y es un homenaje del autor a sus políticos favoritos, esos que le dan tema cada semana. Algunos de ellos, creo yo, se habrían dispensado con gusto de recibir tal homenaje… aunque aparentemente ninguno se ha quejado.

TM: Las columnas de Joe Black ¿son columnas de opinión política?

JB: Creo que las mías son columnas de sátira política, si bien nunca me ha gustado clasificar ningún tipo de creación en géneros. Encasillar las cosas mata la creatividad. Pensándolo mejor, creo que lo que hago son crónicas satíricas.

TM: ¿Crees que te leen con el ánimo de reírse un rato o buscando encontrar un punto de vista sobre la contingencia política?

JB: La verdad es que no conozco empíricamente a mis lectores. Muchas veces he escuchado a gente hablar sobre Joe Black y me sorprende el modo en que interpretan lo que escribo. También me llama la atención la diversidad de los que parecen ser mis lectores. Hay ancianitas y prepúberes. Eso es lo que más me gusta. Me sorprende conocer a gente de la cuarta edad que les gusta la columna y también a escolares. Eso lo encuentro top. Es inesperado y emocionante.
Ahora al grano: creo que los que me leen, salvo mi madre, lo hacen por mera entretención. Mi madre lo hace por obligación

TM: Te sorprende el modo en que a veces se interpreta lo que escribes. Dame un ejemplo

JB: Hay una columna que se llamó El Blanquito de Harvard, sobre Andrés Velasco. Escuché comentarios que decían que lo había dejado pésimo y otros que decían que era una oda. Todo el tiempo pasa lo mismo, hay miradas encontradas sobre lo que dice la columna. Debe ser por las distintas profundidades de lectura que pueden tener. Hay gente que las toma literales y otras personas leen entre líneas y encuentran mensajes ocultos. A veces hay mensajes ocultos, pero otras veces no.

TM: ¿Te sientes sobreinterpretado?

JB: No me siento sobreinterpretado, creo que todas las interpretaciones son válidas y me gusta que haya interpretaciones, quiere decir que hay lectores

TM: ¿No piensas que el anonimato es una desventaja para los efectos de querer dar una opinión, aunque comunicacionalmente pueda ser un plus?

JB: Creo que el anonimato es el seguro de vida de Joe Black; es lo que permite que cada lector construya en su mente la imagen que quiera del autor. Si me aceptas una comparación con la farándula, me parece que el día en que Pato Frez se mostró ante el gran público perdió la mitad de su atractivo. Creo que el anonimato es claramente una ventaja.

TM: Pero eso va en perjuicio de la trasmisión de una idea, de un contenido…

JB: El origen de la columna, hace como 8 años es que en el Cuerpo D necesitaban una columna de humor y así partió. No hay más agenda que esa. Ahora, en todo lo que uno escribe siempre expresa ideas, es inevitable. Pero es una columna sin agenda política. Adoro la política, pero si quisiera hacer política me habría convertido en un político. Tuve oportunidades, pero no me interesa ser político.

TM: Las columnas de Joe Black combinan un tipo de humor simple con la ironía, que es un humor más inteligente ¿Cuál de los dos entiende mejor el chileno?

JB: Creo que tu descripción es extremadamente generosa. La verdad es que trato de que mis columnas sean simples, para el consumo amplio. Si aparecen irónicas no es algo planeado, sino que solo salen así. Lo bueno que tiene eso es que, efectivamente, me he dado cuenta de que las columnas tienen dos niveles de lectura. Uno más básico y otro más complejo. No sé cual será mejor.

TM: Las columnas de tu libro revelan bastantes simpatías y antipatías ¿Alguna impresión de los afectados?

JB: Mi idea del libro era que hubiese solo favorecidos, pero entiendo que haya otras lecturas. Hasta aquí los únicos dos que han reconocido públicamente que les gustó el modo en que aparecen perfilados son Fomez y Pancho Vital.

TM: ¿Sólo favorecidos? No me gustaría que me caracterizaras como lo hiciste con algunos…

JB: No dije que quería favorecer a todos, dije que quería hacer un homenaje a todos. Decirle a un rugbista que es un duro de mate, un bruto, un gorila es un halago..

TM: La opinión que he recogido de tus lectores es que eres de derecha ¿Tú aceptarías incluirte dentro de esa categoría?

JB: No.

TM: Yo diría, más bien, que eres conservador, porque las simpatías que evidencias en tu libro son bastante transversales y por esa semejanza que admites entre tú y Carlos Larreir ¿Tú qué opinas?

JB: ¿Estás segura de que me asemejé a don Carlitos? No me acordaba. Es verdad que me río mucho con él. Es un gran humorista. No es tanto lo que dice sino el cómo. Yo no tengo claro que Larreír sea tan conservador, creo que muchas de las cosas que dice son por joder.
En cuanto a mi, es curioso, pero me considero tremendamente liberal, aunque, por razones que no vienen al caso comentar, vivo como el mayor de los conservadores.

TM: Si Carlos Larreir no es un conservador y tú tampoco ¿Qué es ser un conservador?

JB: No he dicho que Carlos Larraín no sea conservador. No lo conozco, entonces me cuesta evaluar. Lo que yo quise decir sobre mi persona es que creo tener una cabeza liberal, pero que mi existencia es conservadora.

TM: ¿Y qué es ser conservador?

JB: Creo que una de las definiciones de conservador es pensar que todo tiempo pasado fue mejor. Yo no creo eso. Me gusta el progreso, el futuro, la modernidad, pero me cargaría que me definieran como "progreshishta"....

TM: Tú eres un columnista sui generis ¿Alguna recomendación general para tus colegas?

JB: Me gustan las columnas más bien breves. Pienso que este tipo de artículos no debiera exceder los 4 mil caracteres. En la era de twitter, el resto es lata.

TM: ¿Quién es el editor de Joe Black?

JB: El editor del D es responsable de todo lo que se publica ahí, pero entiendo que mis columnas también las lee otra persona. En todo caso, nunca me han cambiado ni una coma. En eso le rindo el mismo homenaje a El Mercurio que le rinde Carlos Peña. De verdad creen en la libertad de expresión.

TM: ¿Te gusta Carlos Peña?

JB: Es un excelente columnista

TM: El viernes decías, vía twitter, que estabas escribiendo la columna del domingo ¿Puedes contarme un poco cómo lo haces… si tomas notas durante la semana, si llegas con una idea preconcebida, cuánto tiempo demoras, etcétera?

JB: Lo usual es que la idea vaya madurando en la semana. El tema tiene que imponerse solo. Casi siempre escribo los viernes. Si tengo una idea clara, me demoro 45 minutos.

TM: ¿Tus lecturas favoritas?

JB: Leo todos los diarios todos los días desde hace años. Leo novelas en los veranos. Leo poesía cada vez que puedo. Mi poeta favorito es Rimbaud, pero como escribió tan poco sólo puedo releerlo. Cada noche leo literatura infantil. En eso soy experto.

TM: Tu libro hace una crítica bien fuerte tanto a ciertos políticos como a la manera en que la gente los evalúa. La Doctora Cariño y Vito son buenos ejemplos de impunidad ¿Cómo explicas esto?

JB: Yo admiro a los políticos. Los observo desde que era niño, y si bien en esa época la política era una mala palabra, a mi me gustaba. Quizás por eso soy extremadamente exigente con ellos y algunos sentirán que soy demasiado severo. Por un lado eso. Lo otro es que estoy convencido de que los políticos deben tener "maldad" entre comillas, de lo contrario son malos políticos y no le sirven a la sociedad. Por tanto, hay ciertos elogios que yo les hago a los políticos que a la gente que no sigue de cerca esa actividad le parecen críticas. Es todo lo contrario.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Mis hijos... hijos del capitalismo salvaje (Publicado por el Mostrador)

Hace pocas semanas pasó en mi casa algo que me sirvió para entender un poco lo que otros llaman los ‘vicios del mercado’. Hasta entonces yo era contraria a cualquier forma de regulación, como gran parte de la derecha poco ilustrada, pero la experiencia de esos días me demostró que estaba equivocada.

La protagonista del episodio fue mi hija Amalia. Resulta que la niña descubrió que sus compañeras del Kinder manejaban plata y, ni tonta ni perezosa, comenzó a llevar al colegio todo tipo de cosas para su venta. La evidencia de que había descubierto un nicho interesante fue patente cuando consiguió vender un suplemento promocional del Mercurio (creo que era de línea blanca) a la no despreciable suma de $1.000 ¡Todo un éxito en consideración a que el matutino completo vale menos que eso!

A sus seis años, la Amalia había detectado que en su curso se daban todos los elementos como para poner el mercado en movimiento: recursos disponibles, una necesidad no satisfecha de consumo y, lo principal, una buena dosis de irracionalidad como para que hubiera demanda para productos como el descrito.

La cosa es que la iniciativa de la Amalia abrió el apetito comercial del resto de mis hijos que aprovechó la oportunidad de enviarle cuanto juguete roto o cachureo había en la casa, a ver si había mercado también para ellos. Fue entonces cuando comenzaron los problemas, porque la cosa pasó de pyme a retail y los conflictos entre la dueña del negocio y sus proveedores se hicieron inevitables.

Para empezar, porque de modo espontáneo surgió dentro de mis hijos una superintendenta, la Josefa, que empezó a cuestionar mi moralidad y la del resto de mis hijos. La mía, por consentir el trabajo infantil y celebrar la astucia de mi hija; la de sus hermanos, por abusar de la ignorancia de las compañeritas de la Amalia. En el fondo, la Josefa estaba aduciendo razones morales para condenar lo que los economistas llaman asimetría en la información. Eso de lo que se acusa hoy a los bancos y que yo podría ilustrar con bastantes experiencias personales.

Acá se podría discutir ad aeternum si la Josefa introdujo en el conflicto económico la cuestión moral o si sólo estableció un criterio técnico para que el mercado funcionara correctamente.

La nueva derecha, que es tan acomplejada como frívola, se inclinaría por esto último con tal de que nadie fuera a decir que es conservadora o que mezcla la política y la moral. La izquierda, siempre convencida de su superioridad moral, pensaría que se trata de normas necesarias para contener la maldad de los demás, nunca la propia; en este caso, la del empresariado.

Como sea, este ejemplo doméstico confirmó mi impresión de que estadísticamente hablando los inescrupulosos superamos en número a los que no lo son, lo que justifica la existencia de ciertas reglas.

Pero los problemas continuaron cuando, unos días después, la Amalia perdió un reloj malo que su hermano mayor le había dado a consignación. Ella alegaba que no era culpa suya, que se lo habían robado sus compañeras ¡Hasta mercado negro había en ese Kinder! Pero él le exigía a la Amalia no sólo el pago de la deuda, sino de intereses no devengados o en su defecto, de una comisión de prepago. El logo de mi banco se me vino de nuevo a la imaginación y con mayor nitidez cuanto más trabas ponía mi hijo para dar por finalizada la relación contractual.

Para peor, las horas de la tarde, que habitualmente eran horas de tareas, se habían vuelto horas de contabilidad entre la Amalia y sus hermanos. Todo se había metalizado y estaban empezando a cobrarme hasta por poner la mesa o hacer su cama, cosa que hasta ese momento formaba parte de sus obligaciones.

Me vi obligada a intervenir el mercado y suprimí, contra mis principios libremercadistas, toda clase de transacciones comerciales, medida de la que yo misma desconfío porque tengo la impresión de que todavía hay algún tipo de comercio ilegal. Es el riesgo de las prohibiciones.

En fin, Magaret Thatcher decía que cualquier mujer que entienda los problemas de llevar una casa está muy cerca de entender los de llevar un país. Capaz que sea cierto, pero lo que yo necesito ahora, una vez comprendido el problema, es que alguien me ayude a resolverlo.

SI USTED TIENE DÉFICIT DE COMPRENSIÓN LECTORA, LA EXPLICACIÓN QUE SIGUE PUEDE SERLE DE UTILIDAD

En primer lugar, felicitaciones por su humildad. Yo no hubiera continuado la lectura al menos para no reconocer esa falencia.

La anécdota del texto es literal, se trata de un episodio que aconteció en mi casa y las alteraciones que hice fueron mínimas... por ejemplo, cuando digo que mi hijo exigió el pago de intereses no devengados, etc.

Esta columna no pretende cuestionar el libre mercado como el mejor modelo económico posible o conocido al menos. Mucho menos pretende decir que haya que abolir el mercado ¡lo que faltaba!

Las alusiones a la necesidad de que existan ciertas regulaciones tampoco forman parte de lo esencial, fundamentalmente porque en la actualidad no hay nadie que lo discuta.

Las dos ideas de fondo del texto, expresadas quizá sin el debido énfasis, son dos:

1. La primera tiene que ver con la irracionalidad como elemento constitutivo del funcionamiento del mercado.

2. La segunda, con la idea de que la consideración de la política, de la economía y en general de cualquier aspecto de la vida pública no puede disociarse de la moral. Diciendo esto pretendo hacer ver lo absurda que es la idea sugerida por la nueva derecha de que la política debe separarse de la moral. Para ser más precisa, estoy de acuerdo en que se trata de ámbitos diferentes, pero estoy convencida también de que no son absolutamente disociables.

Para terminar, y muy de pasada, hago referencia al proyecto del ley del Sernac Financiero, y a lo razonable que resulta incorporar algunas regulaciones dentro de ese ámbito de la economía... soy gran admiradora de los empresarios, pero el sistema financiero no goza de mi simpatía.

Las columnas de opinión no pueden, a mi juicio, ser escritas en el tono en que he escrito esta breve explicación ¡Qué lata más grande! Sin embargo, y en atención a aquellos lectores parsimoniosos y graves, decidí incluir de vez en cuando una explicación a mis textos que esté a su altura intelectual.

Saludos a ellos!

Tere M.